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Una isla que se aleja

“Es imposible procesar, menos aún simbolizar los vertiginosos cambios que estamos atravesando y sufriendo en esta crisis”.

"Contemplo mi vida pasada como una isla que se aleja”. Paul Claudel.

Es imposible procesar, menos aún simbolizar los vertiginosos cambios que estamos atravesando y sufriendo en esta crisis. Esto es lo que el filósofo Alain Badiou denominó un “acontecimiento”. Algo que irrumpe, como un tren saliendo de golpe de la niebla, y desafía cualquier posibilidad de encontrarle un sentido. En un extraordinario artículo de la escritora argentina Mariana Enríquez (“La Ansiedad”), ella lo explica sin complacencia ni edulcoraciones como las que tanto se leen y escuchan en estos días terribles: “¿Por qué tengo que ser intérprete de este momento? ¿Porque escribí algunos libros? Me rebelo ante esta demanda de productividad cuando solo siento desconcierto. Poder, poder, poder, qué podemos hacer, qué podemos pensar. En una charla con una amiga le dije, sinceramente: ‘pienso corto’.”

La angustia que nos embarga ataca nuestra capacidad de pensar, de concentrarnos. A menudo me encuentro releyendo por tercera vez un párrafo de un libro que no es particularmente complicado. Libro que había leído años atrás, por añadidura. Se trata de El Imperio, de Ryszard Kapuscinski. Voy a citar uno de esos párrafos, porque viene a cuento:

“La tremenda aceleración y mutabilidad de la historia –que es la esencia de los tiempos en que vivimos– hace que dentro de muchos de nosotros convivan simultáneamente varios seres, a menudo indiferentes entre sí e incluso contradictorios”.

Podría haberlo escrito esta mañana, pero lo fue en 1993. De ese libro es la cita de Claudel que he colocado como epígrafe de esta nota. Acaso su pertinencia se deba a que el gran escritor viajero polaco fue un testigo incomparable de los cambios que se producían, pues acudía en pos de estos y los narraba. Desde la caída de la Unión Soviética hasta las independencias coloniales en África. Pasando por América Latina. Leerlo acaso no nos permita entender lo que nos está ocurriendo -es demasiado pronto y estamos en el epicentro de la pandemia- pero sí nos da la esperanza de que alguno como él, acaso la propia Mariana Enríquez cuando recupere esos poderes que ha perdido, nos eche una mano para salir de esta angustia de muerte. Y nos ayude, como lo hace en su fantástica novela Nuestra Parte de Noche -que me ha acompañado durante la cuarentena-, a sobrevivir en la obscuridad.

La República

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