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“Basurero del mundo”: el inmenso cementerio de ropa usada en el desierto de Chile

Zapatillas, camisetas, abrigos, vestidos y trajes de baño forman parte de las 59.000 toneladas de ropa usada que Chile importa cada año. Esto convierte al país en el receptor de más del 90% de dicha mercancía en Sudamérica.

La industria de la moda es responsable del 8% de los gases de efecto invernadero y del 20% de desperdicio total de agua en el mundo, según la ONU. Foto: BBC
La industria de la moda es responsable del 8% de los gases de efecto invernadero y del 20% de desperdicio total de agua en el mundo, según la ONU. Foto: BBC

En el inmenso desierto de Atacama, en el norte de Chile, a la altura de la ciudad de Iquique, ubicada a 1.800 kilómetros de la capital Santiago, se puede divisar una enorme montaña de ropa usada que fue desechada de Estados Unidos, Europa o Asia y que es enviada a este país para su reventa.

Se pueden encontrar desde zapatillas, camisetas, abrigos, vestidos, gorros, trajes de baño hasta guantes de nieve. La mayoría de los basurales clandestinos se ubican a las afueras de Alto Hospicio, una comuna con altos niveles de pobreza y vulnerabilidad.

De las 59.000 toneladas que la nación sudamericana importa anualmente, gran parte de ellas —se calcula que alrededor de 40.000— no se comercializa y acaba en ese sorprendente macizo.

¿Cómo funciona el mercado de la ropa usada?

Camiones cargados con fardos de vestimenta usada ingresan y salen de la Zona Franca de Iquique, más conocida como Zofri. Este paraíso de las compras acoge un enorme parque industrial donde operan más de 1.000 compañías que transan sus productos libres de impuestos.

Su sitio estratégico en el norte de Chile —y a pocos kilómetros del puerto de Iquique— lo convierte en un importante centro comercial para otras naciones latinoamericanas, como Argentina, Brasil, Perú y Bolivia.

Aquí hay instaladas al menos 50 importadoras, que todos los días reciben decenas de toneladas de prendas de segunda mano, que luego distribuyen a lo largo de Chile para su venta.

El negocio es gigantesco y totalmente lícito. Según el Observatorio de Complejidad Económica (OEC), una plataforma que lleva el registro de diversas actividades económicas a nivel global, Chile es el mayor importador de ropa usada de Sudamérica, pues es el receptor de más del 90% de dicha mercadería en la región.

La ropa usada que fue desechada por Estados Unidos, Europa o Asia es enviada a Chile para su reventa. Foto: BBC

La ropa usada que fue desechada por Estados Unidos, Europa o Asia es enviada a Chile para su reventa. Foto: BBC

En diálogo con la cadena BBC, la fundadora de PakChile, Paola Laiseca, cuenta cómo funciona el negocio. “Nosotros traemos ropa de Estados Unidos, pero también llega de Europa”, explica sentada en la oficina de su galpón, donde se acumulan varios fardos de prendas de segunda mano.

La mayoría de esta indumentaria ha sido previamente donada a organizaciones benéficas en países desarrollados. Mucha de ella se revende en establecimientos de caridad o se entrega a personas de escasos recursos.

Pero la que no se vende o dona en esas naciones —a veces porque está dañada— termina siendo enviada a otros países como Chile, India o Ghana.

Laiseca señala que al puerto de Iquique llegan prendas de distinta calidad. “La ropa usada viene en bolsas y nosotros acá hacemos una selección, en la cual se saca un fardo de primera (categoría), de segunda y también fardo de tercera”.

“En la primera se entiende que va la mejor prenda, sin detalles, sin manchas, impecable. En la segunda puede ir una prenda sucia, descosida (…). La de tercera sí es un producto más deteriorado”, añade.

Aunque la empresaria afirma que esa ropa de tercera categoría también se vende (y que ella no se deshace de más del 1% de lo que importa), las autoridades chilenas consultadas por BBC Mundo indicaron que gran parte acaba en basurales clandestinos.

“Se sabe que al menos un 60% (de lo que se importa) es residuo o descartable y eso es lo que viene a dar a los cerros”, cuenta Edgard Ortega, encargado de medioambiente de la municipalidad de Alto Hospicio.

En Chile está prohibido arrojar los desechos textiles en los vertederos legales, pues causa inestabilidad en los suelos. En consecuencia, no hay lugar dónde dejar lo que no se comercializa.

Zofri acoge un enorme parque industrial donde operan más de 1.000 compañías que transan sus productos libres de impuestos. Foto: BBC

Zofri acoge un enorme parque industrial donde operan más de 1.000 compañías que transan sus productos libres de impuestos. Foto: BBC

Laiseca admite que hay personas a las cuales se les paga para que se deshagan de la ropa que no venden. “Aquí hay gente que se dedica. Uno le paga, y viene, recoge su fardito, se lo lleva, y hay mucha gente que eso lo recicla, lo vende en la feria, y me imagino que lo botarán”, sostiene.

Para el alcalde de la comuna de Alto Hospicio, Patricio Ferreira, los importadores de la zona franca “contratan fleteros, o un camión recolector, y les pagan para que vayan a botar a cualquier parte”.

Contaminación en Chile

La industria de la moda es una de las más contaminantes del planeta, después del petróleo. Según la Organización de Naciones Unidas (ONU), es responsable del 8% de los gases de efecto invernadero y del 20% de desperdicio total de agua en el mundo. Y es que solo para producir unos jeans se requieren 7.500 litros de agua.

Además, en la actualidad, gran parte de la vestimenta está hecha de poliéster, un tipo de resina plástica que se obtiene del petróleo, y que tiene grandes ventajas frente al algodón: es muy económico, pesa poco, se seca rápido y no se arruga.

El inconveniente es que tarda más de 200 años en desintegrarse, mientras que el algodón aproximadamente 30 meses.

En el desierto de Atacama, la mayoría de las prendas están hechas, justamente, de poliéster. Camisetas deportivas, trajes de baño y shorts lucen como nuevos, aunque probablemente llevan meses —o años— en estos montes de basura textil.

Pero, con el paso del tiempo, esta ropa se empezará a desgastar liberando microplásticos que se esparcen en la atmósfera, dañando gravemente la fauna de la zona y el mar.

Otra de las cosas que preocupa a las autoridades locales son los incendios que cada año se producen en estos basurales clandestinos.

En el desierto de Atacama, la mayoría de las prendas están hechas de poliéster, material que tarda más de 200 años en desintegrarse. Foto: BBC

En el desierto de Atacama, la mayoría de las prendas están hechas de poliéster, material que tarda más de 200 años en desintegrarse. Foto: BBC

“Como no tiene una disposición legal, la única solución es quemarla (la ropa). Y la polución del humo es un gran problema”, detalla Ortega. ”Esta ropa nos genera un incendio anual de grandes proporciones, que duran entre 2 y 10 días”, agrega.

De acuerdo con el departamento de medioambiente de la región de Tarapacá, el humo puede generar enfermedades cardiorrespiratorias entre los pobladores que viven alrededor, la mayoría de ellos inmigrantes ilegales que se instalan en viviendas improvisadas y en mala condición.

¿Soluciones?

El problema de la ropa en el desierto de Atacama no es reciente. Hace 15 años que los desechos textiles se vienen acumulando en este icónico lugar, aunque ahora su proporción es mucho mayor y perjudica 300 hectáreas, según datos de la secretaría del medioambiente de Tarapacá.

La solución, no obstante, no es simple. De momento, hay dos planes en marcha: un programa de erradicación de los basurales clandestinos y la incorporación de la ropa usada en la Ley de Responsabilidad Extendida del Productor (REP), que establece una obligación a las empresas que importan a hacerse cargo de sus residuos.

Sin embargo, todavía faltan pasos importantes para que ambos planes se hagan realidad: en el caso del primero, aún debe ser aprobado por el gobernador regional, y, en el caso del segundo, aún debe elaborarse un decreto que establecerá esa obligación.

“No es fácil conciliar tantos intereses para poder hacer una solución tajante, como prohibir el ingreso de la ropa usada; eso no es factible”, narra Moyra Rojas, secretaria regional del Medioambiente de Tarapacá.

Además, la falta de fiscalización y control en la zona hace que sea muy fácil arrojar la ropa en vertederos ilegales. “Alto Hospicio es una comuna vulnerable, que tiene un presupuesto muy bajo. No podemos contratar a más fiscalizadores; no nos dan los recursos”, precisa Ortega.

“Nadie quiere vivir en un basurero”

Ante la ausencia de soluciones y el aumento indiscriminado de la denominada moda rápida, las prendas se siguen acumulando en este inhóspito desierto diariamente.

Juegos infantiles escondidos entre las montañas del desierto reflejan el paso del tiempo y, de alguna manera, el abandono de una zona alejada de los países desarrollados desde donde viene mucha de la ropa que está tirada en el terreno baldío.

“Nadie quiere vivir en un basurero”, expresa Ferreira. “Y lamentablemente hemos transformado nuestra ciudad en el basurero del mundo”, concluye.

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