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“La izquierda mundial ya ganó, lo que pugna hoy es democracia o autoritarismo”, por Nancy Arellano

“Un mundo más justo es responsabilidad de todos, pero todos. No solamente quienes están en el poder desde Gobierno, sino también desde el poder ciudadano”.

Organizaciones de derechos humanos señalan que la Policía disparó directamente contra manifestantes. Foto: AFP
Organizaciones de derechos humanos señalan que la Policía disparó directamente contra manifestantes. Foto: AFP

Por Nancy Arellano.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos (DD. HH.) es la ganancia a carta cabal de lo que tradicionalmente (en clave pura) llamaríamos izquierda; en un mundo que otrora no reconocía derechos laborales de la clase trabajadora, no existía voto directo, universal y secreto; no había derechos civiles y políticos para la mujer o reconocimiento de minorías y de las causas por estas, como las poblaciones originarias, el impacto del hombre en la ecología o la minorías sexuales o identitarias. Y fue un logro luego de los horrores de la Segunda Guerra Mundial (los nazis) y de las fórmulas totalitarias de la Unión Soviética.

Todo ese marco hoy está contenido en los DD. HH. y estos tienen carácter supraconstitucional; es decir, se reconocen como superiores a la propia constitución. Ha sido un logro no exento de fallos y perfectible, pero es un logro que hay que defender y difundir desde el espacio seguro de una garantía mínima pero esencial de “sana” tensión democrática, donde todos, si quieren, participan y construyen.

En la actualidad resulta insólito que alguien tan siquiera pretenda hablar de una derecha o izquierda de cara a los derechos de igualdad, solidaridad y oportunidad de las personas. Todas las constituciones de los países que se dicen democráticos, incluyendo a Perú, Venezuela, Colombia o Estados Unidos, ponen en el centro a las personas y sus derechos. No así algunos gobiernos, instituciones o ciertos funcionarios, por lo cual lo que se discute o pugna son políticas públicas que funcionen para alcanzar lo planteado en los términos de DD. HH. La corrupción no es un sistema, es un virus.

La libre empresa, la propiedad tanto como libertad religiosa o equidad, las jornadas de ocho horas, el Estado de derecho y el desarrollo sostenible están en el marco de los DD. HH. La izquierda ganó y la derecha obtuvo garantías. La mayor fue justamente el respeto a la propiedad. Sin que este derecho sea absolutamente incontestable, sino en un marco legal comprensible donde la “utilidad pública” o “interés social” queden zanjados y se proceda a la retribución al propietario. Un ejemplo claro son las vías públicas. Si existe un terreno de propiedad privada por donde se hace necesario pase una carretera, entonces se procede a declarar la utilidad pública y el Estado paga al propietario para obtener la propiedad de ese terrenos que sería usado para una carretera.

El mundo tiene una historia política de casi ocho siglos, y los avances en los últimos 100 años han sido voraces. Desde la libertad de prensa que te permite leer hoy esto hasta la tecnología que está también al servicio de la libertad de opinión, siempre que el Estado no censure internet o persiga la opinión, como ocurre en Cuba, China o Venezuela.

Un mundo más justo es responsabilidad de todos, pero todos. No solamente quien están en el poder desde Gobierno, sino también desde el poder ciudadano.

La democracia es un sistema que, como dijera A. Marty, es una suerte de software, un sistema operativo susceptible de actualización. Es decir, corre en nuestro disco duro (constitución) y admite reformas y “upgrade” para poder desarrollar nuevas tareas. Pero lo hace sobre una base cierta de posibilidades y correcciones que igual deben permitir que se ejecuten las tareas para las que el ordenador ha sido diseñado.

Nos ha costado años de desarrollo generar un software como la democracia que hoy vivimos, perfectible y con necesidades de actualización. Pero es urgente que hagamos aquellos correctivos que permitan que el ordenador siga encendiendo, que sea compatible con los valores que profesamos y defendemos. Igualdad, libertad, solidaridad e institucionalidad requieren el esfuerzo de cada componente del sistema.

En los países, en promedio, hay más de 1,5 millones de funcionarios públicos (países de 20 a 30 millones de habitantes) o un funcionario por cada 20 habitantes. Todos y cada uno son componentes responsables del funcionamiento del sistema o de su deterioro. Cambiando el software no se arregla el hardware. Es decir si hay corrupción, es más como que una pieza del sistema hace corto. El disco puede quemarse y de nada servirá actualizar el sistema operativo porque el sistema opera justamente a las piezas.

Si queremos un computador más rápido hay que ampliar la RAM o cambiar el CPU por uno con más potencia que pueda responder a tareas más complejas. Al final son equilibrios.

Confundir una actualización con un virus puede ser letal. Y eso también lo hemos visto.

Por eso, el mundo de hoy reclama mejores funcionarios públicos, gestores públicos, políticas públicas que resuelvan los problemas más sentidos de manera eficiente. Si hay que sacar cálculos, usas el programa de hojas de calculo. Si quieres escribir millones de fórmulas, usas el programa y exiges de los componentes más memoria, más procesamiento. Quizás un software adicional más potente.

Pero lo corres en ese sistema que es la base de todo: los DD. HH. con sus equilibrios de libertad e igualdad, de propiedad y democracia. Ese que permite que todos puedan ser parte activa del sistema, y que nos da la oportunidad de participar y hacer todos los días.

¿Qué has hecho tú recientemente por la democracia diaria?

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