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Sororidad real: una necesidad de todas las mujeres en Perú [OPINIÓN]

“Más de 2.400 mujeres migrantes realizaron denuncias en 2019 por violencia intrafamiliar (...) una situación que exige hoy una sororidad real, porque los retos no piden pasaporte”.

Nancy Arellano, directora de Veneactiva y columnista invitada. Foto: cortesía
Nancy Arellano, directora de Veneactiva y columnista invitada. Foto: cortesía

Por Nancy Arellano.

El feminismo es una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente. Simone De Beauvoir

En el Día Internacional de la Mujer conmemoramos las luchas de cientos de miles de mujeres en siglos. Hoy, en Perú, existimos un total de 16 640 000 mujeres y representamos el 50,4% de la población total. De esta cifra, las mujeres menores de 15 años alcanzan el 24% y las que tienen de 15 a 49 años el 52,3%, según nos relata el INEI. Más de 16 millones que profesarían no solo la identificación de género, como mera cualidad, sino retos comunes por ser y vivir como mujeres. Una empatía que nos debe llevar a luchas comunes, a un espíritu de hermandad: la sororidad.

La sororidad es la relación de solidaridad que se da entre mujeres en la lucha por su empoderamiento. Kate Millet, escritora y activista estadounidense, acuñó el término “sisterhood”, como símil de lo que era una fraternidad de mujeres; para promover entonces una suerte de feminismo inclusivo que no distinguiera entre clases sociales u origen étnico. La propia noción de sororidad vino a representar una amalgama, más allá de cualquier distinción, entre las mujeres. Somos personas, somos mujeres, somos hermanas ante todo.

Y mujeres es una referencia que nos hermana más allá de cualquier frontera, porque nuestra historia como mujeres las trasciende. Así, en Perú, hay un total más de 365.550[1] niñas y mujeres venezolanas. De los más de 16 millones, al menos 69.058 son niñas migrantes y 296.492 adultas migrantes que enfrentan el doble reto: ser mujer y ser extranjera en un país donde, muchas veces, los prejuicios se anteponen a la persona. El 2,22% de las mujeres del Perú somos venezolanas, migrantes y vecinas: hermanas.

La historia, entonces, pasaría a las feministas francesas quienes adoptaron el término y lo tradujeron como “sororité” (del latín soror: hermana), dando lugar a la palabra que conocemos en castellano: sororidad. Hoy, ante todo, debemos rescatar ese espíritu de sororidad que nos fortalece frente a los retos que aún están pendientes, sobre todo, en quienes pueden estar más excluidas.

Sin embargo, hoy también hay que conmemorar el incremento en materia de educación en el Perú, donde las mujeres lograron un incremento de 3,6 puntos porcentuales al pasar de 13,7% en el 2009 a 17,3% en el 2019 para la educación superior; y para no universitarios subieron 1,4 puntos porcentuales al pasar de 13,5% a 14,9%, entre los años 2009 y 2019.

En el caso de las venezolanas migrantes en Perú, el 60%, casi 177.000 tienen educación técnica o superior universitaria. Una cifra que nos muestra un potencial aún dormido; porque, como muestran varios estudios “las mujeres migrantes trabajan más horas, por menos salario que las mujeres locales”.

El estudio de la Universidad Católica sobre Mujeres y migrantes refugiadas venezolanas[2] señala que “74% de este total se desempeña en el sector informal” y “el 41% de las encuestadas no llega a percibir el salario mínimo vital”. Además, nos relata sobre algunos prejuicios infundados sobre las mujeres migrantes: una relación inexistente con la criminalidad por ejemplo. En el Perú hay (a diciembre 2020) un total de 2.284 privados de libertad extranjeros. De los cuales, 234 son mujeres y 46 apenas de nacionalidad venezolana. Hablamos de que el 99,99% de las mujeres venezolanas no tendrían que estar asociadas a comportamientos criminales.

Es fundamental, en pleno siglo 21, hermanar causas. Porque así como el 99.99% de las mujeres venezolanas están exentas de comportamiento criminal, no es así respecto de ser víctimas de violencia. Más de 2.400 mujeres realizaron denuncias en 2019 por violencia intrafamiliar y 22%, según el estudio de la Universidad Católica, ha estado expuesta a la violencia de género[3]. Una situación que exige hoy una sororidad real, porque los retos no piden pasaporte. Así que el reto hoy, 8 de marzo, es romper esas barreras para una sororidad real, esa que nos permita vernos y reconocernos. Al final, como dijo la gran Betty Friedan: “Conocerse es la única forma de encontrarse”. Y necesitamos hacerlo.

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[1] Se considera sólo los ingresos regulares de migraciones. Sin embargo, habría que estimar alrededor de 430.000 mujeres y niñas en total, contando aquellas que hayan podido ser víctimas de trata de migrantes debido a la crisis humanitaria y quienes en su mayoría se encuentran contabilizadas en los registros de solicitud de refugio.

[2] Disponible en: https://cdn01.pucp.education/idehpucp/wp-content/uploads/2020/08/28215815/Libro-Mujeres-Vulnerables-Venezolanas.pdf

[3] “La mayoría de las entrevistadas en al menos una ocasión se ha sentido acosada sexualmente, este acoso se ha manifestado desde acoso callejero, insinuaciones de tocamientos indebidos, proposiciones sexuales, hasta seguimiento de algunos clientes fuera del horario laboral” (p. 52).

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