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Indígena colombiano rehabilita a monos huérfanos por la cacería en Amazonía

Jhon Vásquez recuerda que lloró cuando los primeros primates abandonaron el centro, pero se consuela al enterarse de manadas que se formaron con los huérfanos que rescató.

Un disparo de escopeta remece el árbol. La madre y su bebé caen agarrados. La cría, con suerte, llegará al regazo de Jhon Jairo Vásquez, el padre de los monos huérfanos por la cacería en el Amazonas de Colombia.

En líder indígena de la comunidad Mocagua, asentada en los márgenes del río Amazonas, en el extremo sur del país sudamericano, se mueve por entre la selva inundable con un morral que lo hace ver como una mamá canguro.

De a poco, los monos reconocerán árboles y se moverán en manada, experiencias que debían transmitirles sus madres. Foto: AFP

De a poco, los monos reconocerán árboles y se moverán en manada, experiencias que debían transmitirles sus madres. Foto: AFP

Dentro va Maruja, una hembra Lagothrix lagotricha o mono churuco que, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, está en situación “vulnerable”, el paso previo a su clasificación como especie en peligro de extinción.

Pelambre gris, cráneo redondo, cola prensil y unos ojos grandes y asustadizos: Maruja tiene tres meses y hace dos que no se despega de Jhon Jairo. “Una familia indígena se había comido a la mamá”, comenta a la agencia de noticias AFP este vicecuraca (autoridad) de la aldea Mocagua de 777 habitantes.

El indígena colombiano es el alma de Maikuchiga, un albergue de madera rodeado de verde que ayudó a crear hace 14 años para “rehabilitar” y reintroducir al bosque a los monos huérfanos que reciben.

Jhon Jairo Vásquez se mueve en la selva con un morral buscando monos víctimas de la cacería. Foto: AFP

Jhon Jairo Vásquez se mueve en la selva con un morral buscando monos víctimas de la cacería. Foto: AFP

Según Luis Fernando Cuevas, directivo de Corpoamazonía —entidad oficial que sirve de enlace con Maikuchiga— desde 2018 han recibido 22 primates. Se habla de “entregas voluntarias” porque quienes las hacen, al advertir la presencia de oficiales, alegan que se encontraron casualmente a los animales para eludir investigaciones sobre eventual tráfico o tenencia ilícita, explicó.

Desde 2006, Jhon Jairo afrontó la tarea de convencer a los suyos del daño de la “cacería excesiva”, que no solo satisface apetitos y rituales, sino, sobre todo, al mercado ilegal de fauna silvestre.

Renuentes al principio, los tikunas probaron el ecoturismo —frenado por la pandemia del coronavirus— y les gustó. Hoy son cazadores “rehabilitados” que devinieron en guías ambientales que “protegen su fauna para el futuro”, se enorgullece su líder. Mocagua habló fuerte a quienes, en conexión con los traficantes, insistían en la cacería: “O sigues este proceso (de cambio) o te tienes que ir del resguardo”.

“Aquí es el lugar donde se les está dando una nueva oportunidad de vida, la de volver a ser micos”, afirma el vicecuraca. Pero Maikuchiga se sostiene del turismo y a menos visitantes, menos recursos para los primates.

Durante el proceso de recuperación, los monos reconocerán árboles y se moverán en manada, experiencias que debían transmitirles sus madres. “Hay otra cosa que deben aprender”, enfatiza Jhon Jairo. Y son los “sonidos de los peligros”: de la selva y sus predadores. O a conocer que es “dormir fuera en un aguacero”, añade.

Su “rehabilitación”, sin un tiempo definido, solo termina cuando abandonan Mocagua y sus 4.025 hectáreas de protección. “Nos damos cuenta de que están rehabilitados cuando desaparecen”. El indígena recuerda que lloró con las primeras ausencias. Todavía se estremece, pero se consuela cuando de otras partes le llegan noticias de manadas que se formaron con los huérfanos de Maikuchiga.

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