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Las drásticas y tortuosas cuarentenas para quienes llegan a China: no aptas para cualquiera

Son la pieza clave del gigante asiático para evitar que el coronavirus vuelva a propagarse y obligatorias para todo aquel que regresa, excepto los diplomáticos.

Foto: AFP
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En una habitación sin ventanas o en un hotel con vista al mar, las cuarentenas hoteleras para quienes llegan desde fuera a China, ya sean extranjeros o chinos, son una experiencia dura, aunque muy diferente, en función del azar y de la capacidad económica de los viajeros.

Son la pieza clave del gigante asiático para evitar que el coronavirus vuelva a propagarse y obligatorias para todo aquel que regresa —salvo los diplomáticos— que tienen la suerte de salir airoso de un sinfín de pruebas.

En caso de dar positivo en alguna, el hotel queda descartado y el viajero será conducido a un centro especial o a un hospital, donde las comodidades son menores, los controles más estrictos y los exámenes son continuos.

Los hoteles no se eligen, sino que son asignados por las autoridades y el recién aterrizado no sabe cuál le tocará hasta llegar a la que será su casa durante 14 días, no sin antes pagar por adelantado los gastos de alojamiento y manutención.

Quienes viajan a China desde cualquier lugar del planeta deben realizar un primer test en origen, tres días antes de viajar, y, en algunos casos, otro más en el aeropuerto de salida el día del vuelo.

Si su destino final es Pekín, cuyo aeropuerto está cerrado para vuelos internacionales desde marzo, tienen que volar a otra ciudad del país y pasar allí los 14 días en aislamiento.

Procedimientos desde que se pisa China

Al aterrizar, el viajero es conducido a una zona separada del aeropuerto, donde se les hace un test nasal, además de otro en la garganta y un análisis de sangre. Allí también deben responder a decenas de preguntas relativas a las ciudades en las que han estado y con qué personas, además de sobre su vida en China.

Después de unas tres horas rellenando formularios, son llevados en autobuses especiales a los hoteles, donde antes de entrar se les rocía por completo con desinfectante.

Rayben Wang, chino de 33 años, vive en Canadá. Llegó a la ciudad de Chengdu (oeste), a más de mil kilómetros de la provincia de Hunan (centro), donde va a visitar a su familia. No tuvo suerte y le tocó una habitación de hotel sin ventanas por la que paga 380 yuanes al día (48 euros) sin comidas.

“Para mi salud mental no es bueno estar aquí encerrado, sin ventanas ni luz exterior, ni posibilidad de ventilar la habitación. Nadie entra ni sale en 14 días, no tengo ningún contacto humano”, dijo a la agencia EFE este asistente administrativo de una empresa de construcción en Canadá.

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Tampoco le han dado sábanas de recambio porque, le explicaron, “no es necesario cambiarlas de acuerdo con los criterios médicos”. “Conozco más casos de gente en habitaciones sin ventanas. Tenemos la sensación de haber hecho algo malo solo por venir a casa”, se lamenta Wang.

“Es muy seguro, pero los que venimos de fuera nos sentimos abandonados”, asegura. Muy diferente es la situación de Hao Hao (nombre ficticio), una mujer china de 40 años que llegó a Tianjin (noreste) desde España, donde su familia ―que se dedica a la inversión inmobiliaria― tiene intención de establecerse.

Todos los hoteles asignados a los pasajeros de su vuelo en Air China eran de cuatro o cinco estrellas, explica.

Pruebas y descartes finales

A mitad de la cuarentena, después de una semana, los viajeros deben hacerse otra prueba de ácido nucleico y, poco antes del final, otra más, además de un nuevo análisis de sangre.

Precisamente en ese último análisis de sangre este martes, tras 14 días en un hotel de Xian (centro), Inés Suanzes, una profesora española que da clases en Pekín, mostró anticuerpos de coronavirus y tuvo que cancelar su vuelo a la capital.

Ahora le anunciaron que tendrá que permanecer 14 días más de cuarentena hotelera por tener anticuerpos IgG, que aparecen cuando la enfermedad ya se ha superado.

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This photo taken on September 30, 2020 shows people queueing up to check in for domestic flights ahead of the country's national "Golden Week" holiday at Beijing's Capital International Airport. (Photo by NICOLAS ASFOURI / AFP)

A Suanzes al menos le correspondió un buen hotel. El que le tocó a Ana Gondomar (nombre ficticio) y su familia en la ciudad oriental de Hangzhou deja mucho que desear por 200 yuanes por noche (25 euros).

No les dieron toallas y no se han podido duchar —el desagüe está atascado— ni ella ni sus hijos de 12 y 9 años, con quienes comparte habitación. Su hijo pequeño, de cuatro, está con su marido en otra estancia.

“El hotel es muy antiguo, las paredes están llenas de moho y la comida es mala. La verdad es que viniendo con familia es duro, lo pasas fatal, los días son muy lentos y ni siquiera te dejan pedir comida a domicilio”, comenta esta gallega, de 45 años. Los poseedores de un pasaporte de servicio (funcionarios en misión en el extranjero) juegan con ventaja, al igual que posiblemente la capacidad económica del viajero.

Si uno tiene la mala pata de haber viajado en las tres filas anteriores o posteriores a las de algún positivo en su vuelo, será conducido a un centro especial o un hospital, como a varias azafatas de British Airways, después de que una de sus compañeras diese positivo al llegar a Hong Kong.

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