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La historia de dos venezolanos que recogen los cuerpos de las víctimas de la COVID-19 en Perú

Néstor Vargas y Luis José Cerpa son dos inmigrantes venezolanos que trabajan recogiendo cadáveres de personas que fallecieron por coronavirus, casi 20 horas todos los días. “Ahora simplemente vivo día a día”.

Venezuela
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La pandemia del coronavirus continúa expandiéndose en el Perú y ya superó los 350.000 infectados. Hasta el martes 21 de julio, el Ministerio de Salud (Minsa) reportó un total de 362.087 casos positivos por COVID-19 y 13.579 fallecidos. Además, seguimos en el quinto puesto a nivel mundial con más casos, por detrás de Estados Unidos y Brasil.

El brote del virus golpeó la economía de los peruanos y, sobretodo, de los inmigrantes que llegaron con el objetivo de establecerse el país y escribir una nueva historia. Desesperados por trabajar, algunos de ellos han aceptado recoger los cuerpos de las víctimas por coronavirus.

Como es el caso de los venezolanos Néstor Vargas y Luis José Cerpa. Debido al colapso económico en Venezuela por el régimen de Nicolás Maduro, desde el 2016 hasta la fecha, al menos 870.000 huyeron y se instalaron en el Perú. Ellos dos se encuentran dentro de este grupo. Su testimonio fue recogido por la CNN.

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Recoger cadáveres de personas por la COVID-19 es un trabajo que pocos quieren por el posible contagio de coronavirus. Vestidos de pies a cabeza con un equipo de protección personal, los dos han tomado el riesgo debido a la necesidad. “Tenemos miedo de que podamos infectarnos y llevarlo a casa, donde vivo con mi esposa, mis hijos y mi madre”, señaló Vargas enseñando la foto de su esposa e hijos como protector de pantalla.

Antes de llegar al Perú, Cerpa, de 21 años, era estudiante de diseño gráfico mientras que Vargas, de 38 años, trabajaba en una funeraria. El primero trabajó de camarero y barman, y el segundo tenía un trabajo como conductor en una compañía de gas en el Perú. Con la cuarentena decretada por el Gobierno, los turistas desaparecieron, algunas empresas cerraron y el negocio de recoger cadáveres se volvió una industria en crecimiento.

“No pudimos trabajar durante tres meses, y necesitábamos comer, pagar el alquiler y enviar dinero a Venezuela. Este trabajo puede ser realmente difícil, pero tenemos un dicho aquí, ‘la necesidad tiene cara de perro'”, expresó Vargas.

Néstor Vargas y Luis José Cerpa trabajan 19 horas al día, siete días a la semana y ganan 500 dólares (alrededor de S/1.750 al mes) que equivale casi al doble del salario mínimo (S/930) en el país.

La salud pública en el territorio ha colapsado con los casos de coronavirus y el promedio de fallecidos por día es entre 182 a 198. La mayoría de cuerpos que recolectan son de barrios pobres donde las personas no tienen ingresos económicos para contratar una funeraria y despedir a sus seres queridos.

Un día, Vargas y Cerpa entraron a la casa de Raúl Olivares, de 63 años, quien presentó síntomas de COVID-19 y la ambulancia nunca llegó. Levantaron con las sábanas el cuerpo y lo metieron en la parte trasera de su camioneta para el viaje al crematorio del cementerio El Ángel.

Más casos de venezolanos

Orlando Arteaga, de 40 años, es un venezolano que trabaja siete días a la semana para enviar dinero a sus tres hijos que viven en su país y una pequeña de dos años en Lima. Nunca pensó que vería tanta muerte. “Los peruanos no lo hacen. Es difícil… alguien tiene que hacerlo, y necesitamos trabajo”.

Él está a cargo del horno que funciona constantemente y tiene una gran cantidad de ataúdes de cartón. “Estos ni siquiera son todos los cuerpos. Hay cuerpos en otros lugares, porque no hay espacio y no podemos dejarlos afuera. No le deseo este trabajo a mi peor enemigo”, reveló.

Sin horario de salida

Alrededor de las 11.00 de la noche, cuando habían recogido más de una docena de cuerpos, Vargas y Cerpa recibieron la última llamada. El personal del hospital de Villa María del Triunfo les pidió que recogieran 13 cadáveres porque la morgue del nosocomio había colapsado. Mientras esperaban el papeleo, ambos tuvieron su primer descanso en el día y comieron pollo en recipiente de poliestireno.

“A veces llegamos a casa a las 2 a. m. o a las 3 a. m. Después de ducharnos y comer ya son las 4 a. m. Nos levantamos de nuevo y tenemos que irnos a las 8 de la mañana. Luego vuelve a ser lo mismo hasta el día siguiente”, dijo Cerpa. Pero, la pandemia le enseñó algo importante de la vida. “Ahora simplemente vivo día a día. Vivo cada día como si fuera el último”.

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