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Un reconcomio antisemita

“Hay una diferencia fundamental entre el antisemitismo y los demás racismos. Estos últimos por lo general expresan un odio hacia el otro por lo que este no tiene...”

Un reconcomio antisemita
Un reconcomio antisemita

En los 75 años de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, un fragmento de la introducción a Réflexions sur la question antisémite (Grasset, Paris) de la rabina liberal francesa Delphine Horvilleur, traducción del columnista. El libro profundiza aspectos de las Reflexiones sobre la cuestión judía, de Jean Paul Sartre, publicado en 1944, por tanto antes de la liberación de los campos de exterminio nazis].

Hay una diferencia fundamental entre el antisemitismo y los demás racismos. Estos últimos por lo general expresan un odio hacia el otro por lo que este no tiene: el mismo color de piel, las mismas costumbres, las mismas marcas culturales o el mismo idioma. Su condición de “no como yo” aparece ante el racista como un “menos que yo”; desde el inicio lo juzga inconcluso o inferior. Es un bárbaro en el sentido en que lo entendían los griegos: un hombre cuyo lenguaje parece tartamudear, de manera primitiva y ridícula, bar… bar… Si cambia el color de su piel, si se borra su acento, el odio podría desaparecer, o apaciguarse.

En cambio el judío a menudo no es odiado por LO QUE NO TIENE sino por LO QUE TIENE. No se le acusa de tener menos que uno, sino, al contrario, de poseer lo que debería tocarnos y que por tanto ha sido usurpado. Se le reprocha de tener y acaparar el poder, el dinero, los privilegios o los honores que nos son negados.

Se le imagina, por tanto, como propietario de una “demasía”, de la cual nos ha privado. Y es así como a lo largo de la historia a menudo es descrito como un agente perturbador que desvía, se apropia de, o envenena el bien común, al grado de impedir una (re)distribución equitativa o una justa repartición. No importa que hable el mismo idioma, o habite el mismo barrio que un no-judío, sus enemigos lo ven haciéndolo siempre un poco “más”, con demasía de arrogancia o de facilidad. No hay cambios, de actitud o de lenguaje, que calmen este rencor o esta envidia. En toda circunstancia, él “excede”, literalmente: algo en él está de más, más de lo debido o “más de lo que yo tengo”.

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