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El periodista vendido

“Cuando le pedían que escribiera sobre algún tema, Denegri preguntaba siempre de cajón: ‘¿A favor o en contra?’. Dependiendo de la respuesta, cobraba”.

Páez
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Unos dicen que el periodista más despreciable es el que recibe dinero a cambio de publicar mentiras. Otros, que más repudiable es el que coimea por su silencio. El mexicano Carlos Denegri (1910-1970) cobraba por los dos motivos.

En una memorable biografía relatada en tiempo de novela, El vendedor de silencio (Alfaguara, 2019), el escritor Enrique Serna retrata descarnadamente a Denegri. Así como era admirado por sus extraordinarios contactos en los gobiernos, por sus envidiables y continuas primicias y su devastadora e influyente prosa; también era despreciado por sus colegas porque sabían que cuando le pedían que escribiera sobre algún tema, preguntaba siempre de cajón: “¿A favor o en contra?”. Dependiendo de la respuesta, definía el valor de su pluma. Y no cobraba poco.

Carlos Denegri durante tres décadas publicó la columna “Miscelánea política” en el respetado periódico Excélsior, que era de obligada lectura porque en ella ensalzaba o liquidaba a personajes según la tarifa convenida. “Nada le daba tanto brillo a los fastos del poder”, escribe Serna, al tiempo que le parece una terrible ironía que mientras en su país Denegri representaba la quintaesencia del periodismo corrupto, la agencia Associated Press lo consideró “uno de los diez periodistas más influyentes del mundo”.

Culto, políglota, encantador; alardeaba de las fotografías junto a cinco presidentes mexicanos con los que hizo migas, los mismos de la dictadura perfecta del PRI. Pero una cosa era la imagen pública y otra la vida privada. “Desde que entró al juego de los embutes (sobornos) y las igualas (acuerdos bajo la mesa) tenía dos conciencias: la propia, enmohecida por falta de uso, y otra de alquiler, sujeta a los vaivenes de la política cortesana”, describe Enrique Serna a Carlos Denegri.

El gran periodista Julio Scherer García, contraparte, antítesis, negación de Denegri en la época del reino de este, llegó a escribir: “Era el mejor y el más vil de los reporteros”. Un personaje de esta calaña, conocido por sus descomunales borracheras, y su afición por las mujeres, no podía terminar bien. Aunque educado en Europa, maltrataba violentamente a las que no se le sometían, y en algunos casos, las amenazó con arma de fuego. Pero el primero de enero de 1970, la última de sus esposas, Linda, harta de los golpes, lo mató de un disparo en la cabeza. Fue su peor noticia.

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