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Ver pornografía puede generar cerebro ‘infantilizado’, disfunción eréctil y depresión, según estudio

La investigación asienta también la relación entre el consumo de cine para adultos y un daño cerebral que provocaría sendos efectos, como violencia sexual y salud mental pobre.

Cerebro infantilizado, disfunción eréctil, depresión, violencia sexual y una pobre salud mental son algunos de los posibles efectos. Foto: referencial
Cerebro infantilizado, disfunción eréctil, depresión, violencia sexual y una pobre salud mental son algunos de los posibles efectos. Foto: referencial

La pornografía puede provocar efectos negativos en las personas que la consumen. Así lo afirma un estudio realizado por la neurocientífica Rachel Ann Bar, investigadora de la Universidad Laval, en Canadá.

Cerebro infantilizado, disfunción eréctil, depresión, violencia sexual y una pobre salud mental son algunos de los posibles efectos. Y es que, según recoge el artículo publicado en The Conversation, existe una relación entre el consumo habitual de pornografía y un daño cerebral importante en la corteza prefrontal.

Esta parte del cerebro se encarga precisamente de controlar los impulsos y la moralidad y la fuerza de voluntad. Si esta zona se desgasta, es más probable que la personas opte por malas decisiones y actúe de forma compulsiva.

Bar señala además que estas características son propias de un cerebro infantil, por lo que, aparentemente, ver pornografía provoca que este órgano sufra un retroceso madurativo.

“Es importante saber que (la función ejecutiva en el comportamiento) se encuentra subdesarrollada durante la infancia, razón por la cual a los niños les cuesta tanto regular sus emociones e impulsos”, explica la experta.

“No deja de ser paradójico que el entretenimiento para adultos pueda devolver a nuestras conexiones cerebrales a una etapa temprana”, agrega.

Disfunciones y otras secuelas en el sexo

A largo plazo, el porno también parece causar disfunciones sexuales+. Por ejemplo, en el caso de los hombres, puede provocar incapacidad para conseguir erecciones o para alcanzar el orgasmo durante la intimidad.

“Las escenas del porno son desencadenantes hiperestimulantes que producen una secreción antinatural de altos niveles de dopamina, lo cual puede deteriorar el sistema de recompensa de la dopamina e inutilizarlo de cara a fuentes de placer naturales”, señala el estudio.

“Este es el motivo por el cual los consumidores de pornografía experimentan dificultades para excitarse en compañía de su pareja”, continúa el texto.

De igual manera, el grado de insatisfacción puede verse afectado. Para Bar, es posible que cuando se presente la necesidad de tener sexo, la persona consumidora de pornografía prefiera acudir a su teléfono o a su ordenador en vez que a su pareja.

Esto se explica en que el cerebro recuerda sensaciones cada vez que se presenta una necesidad. Esto genera que el cuerpo opte por buscar un placer similar a ese recuerdo. En este caso, la pornografía.

Depresión y violencia sexual

Otros efectos del consumo de cine para adultos van con relación a las alteraciones en la transmisión de dopamina. Estudios previos demuestran la existencia de esta consecuencia.

En ese sentido, una persona que ve este tipo de contenidos suele manifestar síntomas depresivos, ansiedad y una menor calidad de vida y salud mental pobre que aquel que no los consume.

Por otro lado, datos recabados por Pornhub revelan que el sexo convencional ya no es tan “interesante” para los usuarios y lo sustituyen por temáticas como incesto o violencia. Quiere decir que cada vez se vuelven más compulsivos, lo cual es preocupante.

“El mecanismo imitador del cerebro indica que nos vemos influenciados automáticamente por todo aquello que percibimos, por lo que cabe la posibilidad de que exista un mecanismo neurobiológico que contagie la conducta violenta”, cita la autora a Marco Lacoboni, profesor de Psiquiatría en la Universidad de California, en Los Ángeles.

“Aunque el consumo elevado de porno no tiene por qué hacer que los usuarios lleguen a extremos inquietantes, todo apunta a que puede modificar el comportamiento de otras maneras”, concluye la neurocientífica.

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