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Cuando caen los próceres

“América Latina y nuestros países siguen ligados no solamente a una determinada mirada de la historia, que llega desde el pasado, sino que además pretenden construir la historia del presente y del futuro a partir de esa historia” (Eduardo Cavieres, historiador chileno)

Daniel Parodi
Daniel Parodi

POR: Historiador Daniel Parodi, Docente en Universidad de Lima y PUCP

En 2018 publiqué el artículo VICTORIA O FRACASO: la autorrepresentación contemporánea de Chile, en la Revista académica Diálogo Andino de la Universidad de Tarapacá. Señalé entonces el divorcio entre la narrativa oficial -triunfalista y celebratoria- que se difundiera en el vecino país desde su victoria sobre Perú y Bolivia en la Guerra del Pacífico (1879-1883) y la que están construyendo sus nuevas generaciones sobre la base de las grandes movilizaciones ciudadanas, como las que se convocaron en 2005 y 2011, exigiendo mejores condiciones de acceso a la educación superior.

Este último discurso, alternativo, es la expresión de las grandes desigualdades sociales del país, así como de los paradigmas vigentes desde la caída del muro de Berlín en 1989, los que son más empáticos con valores liberales como la democracia, la igualdad, la inclusión social, la denuncia de todo tipo de discriminación, entre otras. Al respecto, las tesis de Jürgen Habermas sobre la superación del estado-nación nos plantean que la vuelta a los principios de la revolución francesa constituye, en Occidente, el corazón del sentido común contemporáneo, y son esos principios los que hace un mes se están manifestando en las calles de varias ciudades chilenas.

De esta manera, la imagen del país guerrero, conquistador, poseedor del ejército nunca jamás vencido y de un orden institucional que hacían de él la excepción honrosa de América Latina está siendo desafiada por grandes masas nucleadas alrededor del universalismo de los derechos fundamentales y en oposición a la ideología nacionalista -amor por la patria, defensa del territorio, héroes militares, batallas ganadas y perdidas- con la que imaginamos nuestras naciones en el siglo XIX. Así pues, la narrativa del país victorioso y ejemplar se contrasta con otra que están produciendo generaciones que crecieron al amparo del mundo post-Guerra Fría, forjadas sobre los despojos del Estado-nación y sobre la capacidad de la sociedad civil para autoconvocarse y defender, en las calles, los derechos que acabamos de enunciar.

En esta línea de colisión entre dos narrativas opuestas, hace un mes que Chile se levantó clamando por un nuevo contrato social que reduzca significativamente las enormes desigualdades en la distribución de la riqueza del país y reemplace la semántica de un antiguo orden erigido sobre el discurso de la excepcionalidad y el éxito, por otra más vinculada con el ciudadano de a pie y sus propias reivindicaciones. Por ello, en diferentes localidades de Chile, hemos observado atónitos como se han derribado los monumentos erigidos en memoria de sus padres fundadores: Pedro de Valdivia y Bernardo O´Higgins.

Pedro de Valdivia llegó al Perú conformando las huestes de Francisco Pizarro. Extremeño como este, Valdivia fue el conquistador de los territorios de la parte central de Chile y fundador de ciudades como la capital Santiago en 1541, Concepción en 1550 y Valdivia en 1552. A su turno, Bernardo O´Higgins libertó la Capitanía General de Chile del yugo español, tras las batallas de Chacabuco y Maipú en 1818, y contando para ello con la participación del Ejército de los Andes, conducido por José de San Martín. De hecho, la confluencia de ambos ejércitos en Paracas -el chileno y el argentino- en septiembre de 1820, dio inicio a la guerra de Independencia en el Perú.

La conclusión de estas líneas nos deja más preguntas que respuestas. Enrumbado hacia la convocatoria a un plebiscito constitucional, para elegir entre una asamblea o un congreso constituyente, es posible que Chile retorne pronto a la normalidad, pero lo cierto es que será otra normalidad. El vecino del sur, país cuyos índices de desarrollo son de los más altos en América Latina, apunta hacia un nuevo contrato social, más justo e inclusivo que el actual, en el que la riqueza se distribuya mucho más equitativamente. Al mismo tiempo, queda latente la construcción de una nueva narrativa histórica, menos autocomplaciente y celebratoria, más solidaria y social. De estos cambios podrían advenirse políticas internacionales más empáticas con los países vecinos, pero también la eventualidad de que en la región se reproduzcan movimientos ciudadanos similares a los de Chile ¿el Perú por ejemplo?

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