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Mundo

La revuelta de los payasos

“Los de abajo salieron a las calles. Lo hicieron como pudieron y la violencia, sin ser dominante, no estuvo ausente”.

Jorge Bruce
Jorge Bruce

Acaso nunca sabremos por qué la revuelta de los payasos, inspirada por el Guasón (Joker) en el filme que lleva ese título, ha coincidido con una serie de protestas alrededor del mundo: desde los “chalecos amarillos” en Francia hasta las protestas en Chile, desde Hong-Kong hasta Bolivia, desde Líbano hasta Venezuela, un fantasma recorre el mundo. Y no es el del comunismo, como intentan estigmatizarlo desde la extrema derecha. Es el desborde popular, parafraseando a Matos Mar.

Es, si se quiere, la respuesta inopinada a la pregunta formulada por Étienne de la Boétie en 1548, en su Discurso de la Servidumbre Voluntaria: “De lo que aquí se trata es de averiguar cómo tantos hombres, tantas ciudades y tantas naciones se sujetan a veces al yugo de un solo tirano, que no tiene más poder que el que le quieren dar; que solo puede molestarlos mientras quieran soportarlo; que solo sabe dañarlos mientras prefieran sufrirlo que contradecirlo”.

De pronto esas masas decidieron que estaban hartas y pasaron a la acción. Las distopías descritas en tantas novelas o en el citado filme nunca fueron tan premonitorias. Los payasos, como los describe con desprecio el personaje de Thomas Wayne –padre de Batman y quizás del mismo Joker–, se rebelaron contra los dueños del circo. El modelo –como se le llama ahora– ha incumplido su promesa de proporcionar un nivel de bienestar, solidaridad y un proyecto de bien común.

Los payasos, los de abajo, rompieron el hechizo y salieron a las calles. No lo hicieron, por supuesto, de manera ordenada y respetando el orden público. Lo hicieron como pudieron y la violencia, sin ser dominante, no estuvo ausente. ¿Cómo podía ser de otro modo? ¡Si era precisamente contra ese pacto social injusto contra el que se estaban levantando! El caso emblemático de Chile –ese ideal que los grupos dominantes peruanos veneraban– nos interesa en particular. El Presidente Piñera ha reconocido que los beneficios de esos treinta años de crecimiento fueron repartidos a costa de una desigualdad intolerable. Solo que no se dieron cuenta, dice. Ese es el problema: desde los palacios no se ven las cayampas, las favelas o los asentamientos humanos de las ciudades góticas.

Esto funciona mientras se cumpla la sentencia de Shakespeare en el Rey Lear: “Vivimos en tiempos tan enfermos que un loco guía a los ciegos”. Hasta que un día…

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