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El Informante: El día que Los Chapitos tomaron Culiacán, por Ricardo Uceda

Andrés López Obrador enfrenta las secuelas de la humillante captura y liberación del hijo del Chapo Guzmán. Cuando habló dejó más dudas. Nunca antes una ciudad había sido tomada por el narcotráfico.

México. Es 30 de octubre, trece días después del fiasco. El presidente Andrés Manuel López Obrador brinda su diaria conferencia de prensa y hace que los responsables de la seguridad del país brinden una descripción minuto a minuto del operativo. Lo hace Luis Cresencio Sandoval González, el secretario de la Defensa Nacional, un General de División en actividad de 59 años. Describe cómo el 17 de octubre las fuerzas federales llegaron a Culiacán para aprehender a Ovidio Guzmán, de 28, hijo del Chapo. Es uno de numerosos hermanos de diferentes madres, pero uno de los cuatro en el liderazgo del Cartel de Sinaloa, junto con otros asociados. Cuenta Sandoval cómo, cuando ya tenían detenido al narco, empezó por toda la ciudad un hostigamiento armado que duró cuatro horas. Hasta que los captores, siguiendo órdenes, liberaron al Chapito y la calma volvió a la ciudad.

Durazo ablandado

Tan detallada descripción, sin embargo, suscitó más dudas que certezas. Comenzando por las del auditorio de periodistas que suelen reunirse con AMLO a primera hora del día, y que son generalmente aquiescentes. Se paró, por ejemplo, Luis Cardona, de Chihuahua, un periodista secuestrado en 2012 –resultó vivo de milagro– para mostrar contradicciones entre lo que se decía y lo que mostraban imágenes previamente difundidas. Por otra parte, la prensa quería conocer quiénes fueron los responsables del operativo. López Obrador le ordenó a Sandoval identificarlos. Coronel de Caballería Juan José Verde, dijo el ministro, dando lugar a una nueva ola de críticas al gobierno.

Al día siguiente, el secretario de Protección Ciudadana, Alfonso Durazo, la pasó mal en la Cámara de Diputados. Le dijeron que los responsables de la seguridad del gobierno no solamente eran ineptos porque no supieron del operativo, o no les informaron bien, o les mintieron, sino porque delataron al militar que intervino, afectando su seguridad. Este ministro, que es par de Sandoval, había dado las primeras declaraciones luego de los hechos. Su versión fue que una patrulla estaba en las calles de Culiacán cuando se topó de manos a boca con Ovidio Guzmán y decidió capturarlo.

Ineptitud, desorden

El Chapito era requerido por distribuir cocaína, metanfetaminas y marihuana desde México a los Estados Unidos. Sin embargo, las formalidades de su detención no están claras, y una de las confesiones del general Sandoval ante la prensa fue que se investigaba si los protocolos para este tipo de operativos fueron violados. Ahora ya se conoce que los captores del Chapito no tenían orden de cateo, de modo que no podían intervenir su vivienda por la fuerza. Según el emblemático periódico Riodoce, de Culiacán, los militares entraron a la casa del Chapito no para capturarlo sino para protegerse, pues ya el asedio armado de los narcos había comenzado y no tenían cobertura.

De la ineptitud no hay sombra de duda. Cuando fueron a capturar a Guzmán, el cuerpo que intervino subestimó la capacidad de reacción del cartel de Sinaloa. A partir de entonces, la coordinación entre los intervinientes y sus jefes en la capital de México reveló una completa desorganización hasta la ignominiosa rendición. Luego se demostró incompetente la evaluación y la explicación política de lo ocurrido. Ninguno de los responsables renunció. La narración minuto a minuto de los hechos nunca dejó en claro quién planificó el operativo, quién lo ordenó, cómo se suspendió y cuán informado estuvo el presidente durante todo el proceso.

Ciudad tomada

Descartada la versión de que se lo encontraron al Chapito por las calles, desechado –ante feroces críticas– el señalamiento de que el coronel Verde había dirigido el operativo (se dijo que los medios habían entendido mal, pues solo era el estratega desde la ciudad de México), AMLO afirmó que no era importante conocer a quién se le ocurrió capturar a Ovidio Guzmán en las condiciones que se dieron. Admitió, en cambio, que la decisión de liberarlo sí fue un acuerdo colegiado del gabinete de seguridad. Lo integran AMLO, Sandoval, Durazo, y otros ministros y autoridades.

Al justificar la liberación, el presidente dijo que se prefirió proteger vidas al derramamiento de sangre que se habría producido si los militares resistían o contraatacaban. Es dudoso que hubieran podido reaccionar. En la ciudad de un millón de habitantes, hubo 375 hombres armados en vehículos y emplazamientos, de acuerdo con las cifras oficiales, lo que superaba abrumadoramente a las fuerzas de seguridad. Pero según Riodoce los narcos fueron ochocientos. Cuatro pequeñas bases militares estaban rodeadas y por lo tanto sus efectivos inmovilizados. Solo en un punto había ciento cincuenta hombres del cartel, contra una docena de militares. Allí los narcos tomaron rehenes que más tarde fueron canjeados. Lo más probable es que, a las 18:50 de la tarde, cuando los militares abandonaron la casa del Chapito y ya había trece muertos –la balacera había comenzado a las 14:50– el gabinete de seguridad no tenía otra alternativa.

Hablando de golpe

Nunca antes, en un país donde se hicieron grandes operativos para capturar a narcos poderosos, ocurrió lo que en Culiacán el mes pasado. El tema siguió dando vueltas en la discusión política durante las festividades del Día de los Muertos, y no solamente porque las fuerzas armadas de un Estado fuerte soportaron la humillación de tener que devolver a un delincuente, sino también porque mostró las fisuras de la estrategia del gobierno frente al narcotráfico, que no ha cesado de asolar el país desde que asumió la nueva administración, en julio del 2018. El fin de semana el presidente declaró que los golpes de Estado no pasarán en México. El mensaje no hizo sino confirmar que había un descontento militar porque el gobierno delató al coronel al que le echaron la culpa del operativo.

Ismael Bojórquez: “Sinaloa está igual que cuando estaba el Chapo”

Ismael Bojórquez, 61 años, es el periodista mejor informado sobre el narcotráfico en Sinaloa. Con enorme riesgo personal dirige Riodoce, el periódico emblemático del Estado, desde la capital Culiacán. Su antecesor, Javier Valdez, fue asesinado por narcotraficantes en 2017.

¿Qué cambió en el cartel de Sinaloa desde la segunda captura del Chapo Guzmán, en 2014?

Él era el jefe máximo. Cuando cayó, sus hijos tomaron el poder del imperio. Lo que incluye la estructura, los negocios, las conexiones con Colombia, la distribución a los Estados Unidos, los contactos.

¿Quiénes son los hijos importantes?

Son cuatro: Jesús Alfredo, Iván Archivaldo, Joaquín y Ovidio. Dos de una señora y dos de otra. Ellos asumen el control y están en paz con el Mayo Zambada, que es otro de los líderes del cártel de Sinaloa. Le ponen mucha atención al narcomenudeo, lo que significa que poseen muchas armas y controlan el territorio, tanto aquí como en otras ciudades. Así que Sinaloa está igual que cuando estaba el Chapo. La actividad delictiva sigue funcionando, sobre todo el tráfico de enervantes hacia los Estados Unidos. Y en cuanto al poder y su fuerza, se ha demostrado el pasado jueves 17.

Ese día se vio a una ciudadanía temerosa con la posibilidad de que la violencia los afectara, pero no una animadversión hacia los narcos. Querían que dejaran libre al Chapito. Claro que eso los libraba del peligro, pero no sé si la observación sobre una permisividad hacia el cartel tiene asidero.

Desde hace muchos años el narco se ha metido como una subcultura en la conciencia de la gente de Sinaloa. También en otros estados, pero te estoy hablando especialmente de Sinaloa. Hay, por ejemplo, un santo, Jesús Malverde, malhechor muerto hace muchos años, que es adorado por los narcos y no solo por ellos. Si hay que hacer un envío de droga, le ponen una vela, y si el envío salió bien, también, junto con un billete de cien dólares. O le pueden llevar una banda de música. Todo esto la gente lo ve y le es normal. La subcultura del narco se aprecia en la forma de vestir, de andar, las camionetas. Ayer, durante las festividades del Día de los Muertos, hubo padres que vistieron a sus niños de sicarios o les pusieron camisas como la de Ovidio. Acuérdate que cuando detuvieron al Chapo hubo manifestaciones para exigir que lo liberaran. Tres mil personas.

Pero también hay gente en contra.

Así es. El domingo pasado hubo una manifestación de más de dos mil ciudadanos para protestar contra la violencia y pedir paz. Hubo música. Es la contraparte de la cultura de la violencia. No considero a Culiacán dominada por la cultura de la muerte.

Si los Chapitos y el Mayo Zambada son los socios principales del cartel de Sinaloa, ¿cuál sería el rol de cada uno?

Ellos son líderes, pero hay otros grupos: los Caros, los Esparragozas y los Beltranes, que volvieron tras limar asperezas. Pero cada quien tiene su estructura propia. Cada cual cuida de sí mismo, no dependen del otro para vivir. Son aliados pero cada quien tiene su negocio.

¿En qué consistiría la alianza entonces?

En no atacarse, en cuidar las plazas. Ahora no pasa esto, pero, cuando estaba libre el Chapo, él y Mayo con frecuencia se reunían, a veces con otros cabecillas. Algunos eran compadres, hacían negocios juntos. Si alguien tenía un cargamento de cocaína de diez toneladas podía decir: ¿compadre, vamos haciéndolo juntos? Y cada quien ponía su parte, “tráetela acá, yo la llevo para allá”. Ellos hacían negocios porque eran pares. Los hijos del Chapo son más jóvenes, tienen otra mentalidad, pero no esa cercanía con el Mayo, no creo que estén haciendo negocios juntos.

Aunque el cartel de Sinaloa tiene presencia en varios Estados, lo habría superado el Grupo Jalisco Nueva Generación, con mayor violencia, territorialidad y volumen de operaciones. ¿Esta no sería una consecuencia de la caída del Chapo?

En efecto, el Chapo es capturado en 2014 y su desaparición podría haber influido en el ascenso del cartel de Jalisco. Pero los de Jalisco venían creciendo desde el 2012, y siguieron haciéndolo durante los seis años del período de Enrique Peña Nieto.

¿Qué dicen los sucesos de Sinaloa sobre la política contra el narcotráfico de López Obrador?

No ha logrado hilvanar un discurso coherente sobre esta batalla. Habla de estrategia, pero no la hay. Habla de las causas. Está bien combatir la pobreza, educar a los jóvenes, combatir la drogadicción. Pero el hoy y el aquí AMLO no lo está atacando, y tenemos un problema muy fuerte de violencia. No puede solo decir: abrazos y no balazos, el fuego no se combate con fuego. Por supuesto que las organizaciones criminales necesitan ser combatidas. Y no estoy hablando de irrespetar los derechos humanos de los propios criminales.

Con el crimen de Valdez a cuestas, ¿cómo sobrelleva Riodoce una posición editorial de combate al narcotráfico?

Nosotros informamos sobre el narcotráfico, incluso podemos tener algunas fuentes en escalas inferiores. Pero el combate al narcotráfico es responsabilidad del Estado, no de nosotros. En situaciones como esta, tenemos que reclamar que se deje a la población a merced del narcotráfico y decir la verdad sin ambigüedades.