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Sensatez y politiquería

Dr. Reinaldo Páez. (Foto: Difusión)
Dr. Reinaldo Páez. (Foto: Difusión)

Por: Reinaldo Páez | El Comercio, de Quito

El descalabro económico que dejó como legado el gobierno anterior ha sumido al país en una situación deplorable: endeudamientos fastuosos a plazos reducidos e intereses muy elevados, juicios multimillonarios sentenciados en contra del Estado por la incapacidad de los procuradores y por la soberbia prepotente del mandatario prófugo, miles de millones de dólares substraídos en coimas y sobreprecios por una amplia red de funcionarios de alta y mediana representación, obras faraónicas, de costos colosales, incompletas, mal construidas o abandonadas con inmensos despilfarros, histrionismo injustificado que ahuyentó a la inversión externa con leyes y reglamentos absurdos, constituyeron, entre muchas otras causas, la expresión del más irresponsable y delictuoso manejo económico en la historia.

Correa, consciente de la desastrosa herencia que legaba, planificó, con inusitado afán, dejar como su sucesor a una marioneta cuyas acciones debían obedecer a la manipulación que él efectuaría para que queden ocultas sus innumerables fechorías, personales y grupales, hasta ahora inconmensurables. Propuso adecuar una oficina, en la casa de gobierno, para monitorear, a través del sometimiento a un voluminoso instructivo, la gestión del nuevo presidente. Sorpresivamente y con el beneplácito de una gran mayoría popular, el primer mandatario, Lenín Moreno, desechó este afán de perennizar la influencia de la “revolución ciudadana” y aunque, hasta ahora, mantiene entre sus cuadros a contados ex funcionarios de la administración pasada, ha devuelto la tolerancia, el respeto, la libertad de expresión y la independencia a los otros poderes, que sufrieron la dictatorial “metida de mano”. Se han enunciado las medidas con las que se combatirá la crisis heredada, y no llevan en ellas el efecto apocalíptico que descaradamente coreaban, a viva voz, los bien aprovechados causantes del desastre, unos prófugos, otros en la Asamblea, en prefecturas, o alcaldías, animados por la esperanza de volver al gozo de sus pecaminosas fortunas.

Sin esas medidas el país sucumbiría, no se puede seguir afectando a los más pobres con el subsidio a combustibles que utilizan vehículos costosos, o a combustibles que, por baratos, favorecen al gigantesco contrabando internacional que carcome a nuestra economía. El país hoy necesita el sacrificio patriótico de todos, para evitar el desastre que destrozaría a toda la estructura social. Se deben concretar compensaciones y acuerdos equilibrados. Los inestables transportistas, deben velar, alguna vez, por el beneficio de la colectividad y los dirigentes sindicalistas que proclaman luchar contra la corrupción, no deben coincidir con los corruptos.

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