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Terrorismo en EE.UU.: 18 años después

“El recurso contemporáneo al terror y el asesinato a mansalva de inocentes no es, sin embargo, monopolio de radicales islamistas”.

Diego García Sayán
Diego García Sayán

Se cumplieron ayer 18 años del más grave ataque terrorista producido en su historia en territorio estadounidense: más de 3,000 fallecidos –40% aún no identificado– y no menos de 6,000 heridos. Acto horrendo que tuvo impacto y repercusiones grandes no solo en EE.UU. sino en el mundo entero. Dos hechos conectaron singularmente al Perú con la barbaridad que perpetró Al-Qaeda ese 11 de setiembre.

Primero, los peruanos fallecidos identificados: Julio Fernández Ramírez, Luis Revilla Mier, Kenneth Lira, Iván Luis Carpio Bautista y Roberto Martínez Escanel. Sus nombres y fotografías figuran en el museo memorial que funciona donde estaban antes los cimientos de las torres. La comunidad peruana en Nueva York les rinde periódico y merecido homenaje.

Segundo, lo que ocurría en Lima esa misma mañana del 11 de setiembre. Estaba por aprobarse Carta Democrática Interamericana en Asamblea General extraordinaria de la OEA; como canciller del Perú me correspondía presidirla. En ella esa mañana no solo se reafirmaron los principios democráticos aprobando la Carta por unanimidad, sino que se hizo el primer pronunciamiento de una instancia multilateral condenando con firmeza el ataque terrorista recién producido y expresando solidaridad con el pueblo y el gobierno estadounidense.

¿Qué ha pasado en EE.UU. y en el mundo desde esa fatídica fecha? Primero, lo evidente: el terrorismo extremista –y en particular aquel que alega nutrirse del islam– sigue fuerte, muta y aparece/aparece bajo formas diversas. Aprovechando de la torpeza occidental en el enfrentamiento a los autoritarismos en países como Libia o Irak, se les ha fortalecido “regalándoles” arsenales a las corrientes terroristas en esa región o en países como Nigeria, armas que antes pertenecieron a fuerzas armadas regulares. Si a esa capacidad de fuego fortalecida se le añade el uso del terrorismo suicida, es obvio que la vulnerabilidad es hoy grande.

El recurso contemporáneo al terror y el asesinato a mansalva de inocentes no es, sin embargo, monopolio de radicales islamistas. Y esto suele olvidarse. Diversas fuentes llaman la atención, por ejemplo, de la importancia y gravedad que tiene en EE.UU. –y hasta en Nueva Zelanda– el terrorismo de ultra derecha cuyas numerosas víctimas en los últimos años superan con creces las producidas después del 11 de setiembre por el terrorismo extremista islámico.

Supremacistas blancos, neonazis y otras variantes de la extrema derecha son la fuente de un número creciente de ataques. De acuerdo a The Economist entre 2009 y 2018 los supremacistas blancos fueron los causantes de ¾ de las 313 personas asesinadas por extremistas en ese lapso. En el banco de datos sobre terrorismo global del Washington Post, de los actos producidos en los EE.UU. en el lapso 2010-2017, 92 fueron llevados a cabo por extremistas y 38 por jihadistas. Esta tendencia, de acuerdo a esa misma fuente, se ha acentuado en los últimos meses.

Nada de esto le quita, por cierto, relevancia a la muy mortífera amenaza del islamismo radical, pero lleva a diseñar mecanismos mucho más sofisticados de prevención y de respuesta que los prevalecientes.

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