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Arequipa y las raíces de Mario Vargas Llosa

Retorno. El escritor regresó a su natal Arequipa para seguir grabando el documental que aborda pasajes de su vida. Como siempre, para esta filmación, lo acompaña su hijo Álvaro.

Por Juan Carlos Soto

“Fue por vergüenza. Por eso salimos de Arequipa”. El Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa conversa con su hijo Álvaro en el balcón del Portal San Agustín y da su versión de por qué vivió menos de un año en la Ciudad Blanca. A su abuelo, Pedro Llosa Bustamante, le ofrecieron un trabajo para introducir el cultivo de algodón en Bolivia. Fue la excusa para elegir el destierro voluntario y huir de las habladurías de la gente. En la década del treinta del siglo pasado, Arequipa era una ciudad conservadora. Dora Llosa, abandonada por su esposo Ernesto Vargas y siendo madre soltera, inevitablemente pasó por esa censura pública. Vargas Llosa nació el 28 de marzo de 1936 en el segundo piso de una casa ubicada en la avenida Parra. El trabajo de parto duró seis horas. Estuvo a cargo de Miss Phryser, una dama británica que atendía los alumbramientos en esta ciudad. Hoy esa vivienda está convertida en un museo consagrado al escritor. Visitado por cientos de turistas, ahí se guardan notables reliquias. Fotografías de la familia materna, los abuelos de Mario: Pedro, Carmen y Elvira. Pedro Llosa, primo hermano del novelista, nos explica que el abuelo era arequipeño, descendiente de Juan de la Llosa y Llaguno, un español natural de Vizcaya llegado en la época de la colonia. Los Llosa formaron parte de la élite local, pero a inicios del siglo XX entraron en decadencia económica, aunque mantenían prestigio intelectual y conexiones con el poder. El expresidente del Perú José Luis Bustamante formó parte de la familia. También Belisario Llosa y Rivero, intelectual cuyo discurso en la Universidad San Agustín fue polémico; se interpretó como una rendición en la guerra del Pacífico.

La abuela Carmen Ureta era tacneña, su hermana Elvira o la Mamaé vino a vivir con ellos después de un matrimonio frustrado. Un chileno la dejó plantada en el altar. La señorita de Tacna, la obra de teatro del escritor, se inspira en esa historia. Carmen pasó los cien años de vida y Elvira a 102 años, recuerda Pedro.

Las salas del museo recrean con tecnología multimedia la biografía del literato. Desde su nacimiento hasta el Premio Nobel de Literatura. “Esta es mi mamá y este soy yo”, dice Vargas Llosa en el recorrido que efectúa esta mañana de miércoles 17 de julio. Las fotografías en blanco y negro lo confrontan con un pasado. En una breve entrevista, el escritor nos dice que la vuelta a Arequipa es el reencuentro con su familia materna, la única que tuvo, el viaje a los buenos recuerdos de infancia e inicios de adolescencia. Cuando partió a Cochabamba lo hizo sin memoria, pero los Llosa le recordaban los volcanes, el barrio de Vallecito, el colegio Sagrado Corazón. De regreso a un Congreso Eucarístico, con su madre y abuela, la ciudad era idéntica, similar a la de los testimonios familiares. En ese viaje se alojaron en casa del tío Eduardo García, prepararon chupe de camarones. “Era una sopa espesa con los crustáceos anaranjados. Me dio miedo pero el sabor era incomparable”. Para filmar el documental con la TV Azteca, el escritor rechaza un platillo de este chupe servido en la picantería La Palomino. Tomó desayuno tarde. Sin embargo, al pie del fogón, devoró la ocopa, salsa de erizos, buñuelos, queso helado, jugo de papaya arequipeña.

En la casa museo de la avenida Parra hay referencias a Arequipa, Bolivia, Piura, Lima, París, Barcelona y Londres tan vitales en su trayectoria literaria. En la última sala se guarda la medalla del Nobel, el borrador escrito a puño y letra del discurso pronunciado en diciembre de 2010 tras obtener el máximo galardón. Otra conexión con la Ciudad Blanca son sus libros. Más de quince mil engrosan los estantes de la biblioteca regional ubicada en la calle San Francisco.

Su deseo es que a su muerte, los 30 mil volúmenes de su colección personal descansen en esta vieja casona. En Arequipa sus libros sobrevivirán. Eso no lo garantizaba Lima cuya humedad es corrosiva para el papel.

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