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Economía

¿Estamos viviendo los últimos días del capitalismo?

Cada vez más economistas piden reformar el sistema para que pueda resolver los problemas que él mismo ha generado.

Capitalismo
Capitalismo

El mundo habita un gozne de tiempo que llevará al ser humano a un nuevo Renacimiento o a un Neofeudalismo. De nosotros depende. Nuestra era barroca dominada por el gasto, los viajes, la inequidad y valorar todo en términos de posesión y dinero ha ido demasiado lejos. El capitalismo actual ha ido demasiado lejos. Está roto, fracturado y sus astillas saltan despedidas como casquillos de bala sobre millones de personas.

Pero este capitalismo neoliberal de las últimas dos décadas no termina de funcionar. Aunque a algunos la posibilidad de su muerte o de un cambio profundo le suene tan fantasioso como los viajes a través del espacio-tiempo.

Hace falta reformar el sistema económico. Se llame capitalismo progresista (Joseph Stiglitz), socialismo participativo (Thomas Piketty), Green New Deal (Alexandria Ocasio-Cortez) o democracia económica (Joe Guinan y Martin O’Neill). Ya acordaremos su gramática.

Lo que resulta innegable es que el sistema tiene fallos. En vez de prosperidad para todos también ha traído bajos salarios, más trabajadores en la pobreza, crisis bancarias, la mayor desigualdad de la historia, populismo y las cenizas de la emergencia climática.

“Además el sistema, lo ha advertido la OCDE, está cercando a las clases medias, que es la base para medir una prosperidad bien repartida”, alerta Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros Internacionales (AFI).

“Hablar del final del capitalismo es un relato potente. En muchos aspectos, nunca hemos estado en una posición tan débil. Desde luego hay un enorme apetito y ganas de transformar la economía, pero estamos históricamente bajos en términos de poder político y recursos”, matiza Jonathan Gordon-Farleigh, cofundador de Stir to Action, una organización que quiere construir una nueva economía basada en la “propiedad democrática”.

Esa historia es un recuento de días desperdiciados. Después del derrumbe del comunismo soviético en 1989 y la entrada durante 2001 de China en la Organización Mundial del Comercio (OMC) pareció que, durante un breve fogonazo de la existencia humana, el planeta convergía hacia una política económica de libre mercado y democracias liberales. Mera ilusión.

Aciertos y errores

El capitalismo busca su redención, escribir al mundo una narrativa nueva; y justa. La sociedad reclama una economía más inclusiva, menos explotadora y menos destructiva con el planeta. Es cierto que el sistema actual ha reducido la pobreza en la Tierra, aumentado los índices de escolarización o proporcionado una base para conseguir una vida mejor pero ha fracasado en lo innegociable: el reparto de la riqueza.

“Pese a todo, el capitalismo es el único sistema posible. No buscamos otro. Estamos en una situación similar a la de los años treinta, el sistema tiene que generar soluciones para salvarse así mismo”, reflexiona Federico Steinberg, investigador principal del Real Instituto El Cano. Características de una exclusa que busca sus diques de contención sostenida por sus propias metáforas.

“El reto es suavizar sus efectos más destructivos igual que se hace con las presas en los ríos. No se sustituye el sistema fluvial de la naturaleza pero se controlan las crecidas para evitar las inundaciones y que en las sequías haya agua que beber”, explica el economista José Carlos Díez.

En su último libro, Capitalism, Alone, Milanović distingue dos tipos de sistemas que compiten entre sí. Un capitalismo liberal y meritocrático, el Occidental, frente al capitalismo autoritario de China. Este último es la expresión de una burocracia eficiente, la ausencia del imperio de la ley y la autonomía del Estado. Mientras, el capitalismo liberal, sirve, sobre todo, a la plutocracia. Ambos comparten tristes vínculos: el aumento de la inequidad y la concentración del poder político y económico en manos de una élite.

Bajo este cielo de incertidumbres, un colega de Milanović, el premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, plantea un “capitalismo progresista”. “La visión de que el Gobierno es el problema, no la solución, es un error. Al contrario. Muchos de los mayores desafíos de nuestra sociedad como el exceso de contaminación, la inestabilidad financiera o la inequidad han sido creados por los mercados”, denuncia Stiglitz.

Los economistas, sobre todo de izquierdas, buscan salidas al laberinto. El francés Thomas Piketty propone un “socialismo participativo”. La propiedad se vuelve “temporal” y los “bienes y la fortuna circulan de forma permanente”. Plantea que los supermillonarios deberían estar sujetos a un tipo sobre el patrimonio de hasta el 90%, las empresas tendrían que manejarse en términos de cogestión (los trabajadores compartirían el poder) y los jóvenes a los 25 años recibirían algo parecido a una herencia de 120.000 euros.

“Los planteamientos de Stiglitz buscan reequilibrar la balanza, los de Piketty quieren cambiar la historia”, observa Carlos Martín, director del gabinete Económico de Comisiones Obreras. “El economista francés persigue redefinir el concepto básico del sistema capitalista: la propiedad privada. Aspira a transformarla haciéndola temporal, elevando su rotación. Aplica al capital las mismas recetas que éste le ha administrado al trabajo durante la hegemonía neoliberal.

Parafraseando al filósofo Zygmunt Bauman [1925-2017] hace líquido al capital para conseguir una sociedad más sólida”. “Pero todo es igual, y tú lo sabes”, escribió el poeta Luis Rosales. Piketty cree que no existen diferencias entre los titanes de las grandes tecnológicas y los oligarcas rusos: ambos explotan los recursos de la sociedad.

Aunque si existen unas tierras que drenan esa riqueza son los paraísos fiscales y la elusión de las grandes corporaciones. “Es la mayor amenaza a un capitalismo justo y progresista”, admite Alex Cobham, consejero delegado de Tax Justice Network. Todos los años, asegura, las multinacionales privan a los gobiernos de unos ingresos de 500 mil millones de dólares. “Con ellos, habría suficiente para dar dos dólares diarios a los 650 millones de seres humanos que viven por debajo del umbral de la pobreza, situada en 1,90 dólares”, calcula el activista fiscal.

Una nueva generación de economistas y pensadores (Joe Guinan, Martin O’Neill, Christine Berry) quiere redistribuir el poder económico. Al igual que en una democracia sana se reparte entre todos el control político. Lo llaman “democracia económica”. El resultado es una economía que se ajusta a la sociedad y no —como ocurre ahora— una sociedad subordinada a la economía.

Entonces, se necesita de una “economía del afecto”. Una que no ignore, por ejemplo, a la mayoría de la humanidad: los niños y las mujeres. Ni el trabajo esencial que éstas desempeñan. A veces sin ser retribuido, a veces infrapagado. Un sistema que entienda que tal vez el único oficio real que existe desde que el hombre aprendió a sentir es cuidar de sus seres queridos.

FUENTE: Diario El País - Miguel Ángel García Vega

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