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Mitos y certezas sobre el quechua

Auspiciado por New York University, ya está en librerías limeñas el esperado libro Nación Anti del investigador Odi Gonzales. Son 23 ensayos que responden a diferentes incógnitas sobre el quechua.

Odi Gonzales presentó su libro Nación Anti, donde reflexiona sobre el quechua. Foto: La República
Odi Gonzales presentó su libro Nación Anti, donde reflexiona sobre el quechua. Foto: La República

Odi Gonzales vino, vio y presentó en Cusco y en Lima, su libro de ensayos Nación Anti. Pero la Covid-19 interrumpió la gira. Ya restablecido, el destacado investigador, poeta y traductor respondió estas preguntas desde los ambientes de la New York University, donde ejerce la cátedra de español y quechua.

Descubro en su libro la casi inexistencia de sinónimos en quechua por su cualidad oral. Sin embargo, existen diccionarios desde el siglo XVI y usted acaba de publicar uno de quechua, español e inglés...

El quechua prescinde de sinónimos. Me rehúso a emplear el término ‘no tiene’ porque eso implica una carencia. La sinonimia es hechura de la escritura, de la retórica; ninguna lengua oral condesciende a la sinonimia.

Su naturaleza minuciosa y concisa no procura sinónimos, sino términos cabales y únicos para cada acción. Los arduos sufijos encaminan cada palabra al significado preciso. Que una lengua prescinda de sinónimos no impugna los diccionarios. Un buen diccionario quechua no admite ripio; es cero colesterol.

Este quechua que hoy se habla en el Perú ¿es un “invento de los curas que impusieron el cristianismo durante el Virreinato”?

No hay un solo quechua; es un portento de variantes y subvariantes y esa es su riqueza, su vigor. Hay lingüistas que quieren unificarla, reducir su escritura con tres o cinco vocales (una pelea rancia e inútil, lejos de la comunidad de hablantes). Hay también gente que enmienda, corrige en reediciones la grafía multivocálica de Guaman Poma. La refonologización, dicen, atañe también a los términos castellanos que comparecen en la dicción del monolingüe quechua.

El libro Nación Anti del investigador Odi Gonzales se explaya sobre las diferentes incógnitas sobre el quechua.

El libro Nación Anti del investigador Odi Gonzales se explaya sobre las diferentes incógnitas sobre el quechua. Foto: La República

Según esto, los mestizo bilingües debemos acallar nuestra dicción mixta y simular a los monolingües como si no fuéramos también genuinamente andinos. No se discute el registro de la cabal dicción de los monolingües, sino el uso de este registro para dictaminar una articulación y escritura general y única. Me niego a creer que el inca Garcilaso, el primer mestizo, el primogénito de dos culturas, articulara o escribiera kawallu, diyus, tisarullu.

Decir cabalmente caballo, dios, desarrollo no constituye deslealtad a la lengua quechua; el término caballo no es quechua y, tarde o temprano, el monolingüe, inmerso en el mestizaje lingüístico, terminará pronunciando caballo. No se puede eludir el español; eso no es claudicar, no es ser desleal al idioma andino.

Resulta fascinante descubrir que en quechua no existía el verbo “tener”. No se dice “yo tengo esposa”, sino “yo soy con esposa”.

La tríada de verbos tener, vender, comprar llegó a los andes con el advenimiento del dinero y los conceptos de riqueza, de propiedad privada, traídos por los europeos. En el quechua no existe el verbo tener separado del ser.

El verbo tener en el runasimi emerge solo en la traducción. En el quechua prevalece el ser no el tener. Y es que solo el ser puede tener; el tener sin el ser es inviable. El español y el resto de las lenguas escriturales poseen el verbo tener sin ninguna conexión con el ser. Ñoqa kani warmiyoq se traduce asazmente ‘yo tengo esposa’, pero cabalmente es ‘yo soy con esposa’, que una conjunción, vínculo, correlación, reciprocidad, no propiedad ni pertenencia.

Los numerales denotan la misma lógica: once se dice chunka hukniyoq, que literalmente refiere diez con uno, o uno con diez, una conjunción: chunka (diez) no prevalece sobre huk (uno) y viceversa. Sino hubiera diez no habría once, y si no hubiera uno tampoco habría once.

El quechua no tuvo escritura ¿por qué cree que seguimos buscando esa “piedra de Champolion” en los quipus o tokapus?

Hace algún tiempo, los medios del Perú y el mundo prodigaron primeras páginas a un jovencito de ascendencia mexicana, que apenas si articula bien el español. Estudiante del respetado profesor Gary Urton, de Harvard, el ‘nuevo intérprete de los khipus’ reveló su teoría que a partir de la lectura de la piedra de Roseta (Egipto) acometería la interpretación del khipu tal como Champollion y otros expertos, conocedores del griego antiguo y moderno, realizaron en 1822 (‘lectura’ comparativa de los jeroglífos con el griego antiguo de un decreto de Ptolomeo V Epífanes, rey de Egipto). Mientras esperamos al oráculo, hay que decir que el khipu no es un sistema escritural, es una ingeniería, la ingeniería de la memoria. El khipu no se lee, se escruta: tiene volumen, peso, olor, color, espacio, tiempo. Su estructura interna no puede ser ajena a la de un relato oral. Su contenido está cifrado, sobre todo, en el lenguaje.

Fundeu RAE acaba de notificar que se debe escribir Machu Picchu y no Machupicchu…

Un patronato que custodia el español no va a dirimir aspectos gramaticales de nuestra lengua materna. El hecho de que el runasimi o quechua pueda escribirse con caracteres del español no significa que haya perdido su índole oral, y este cometido -vanamente retórico, escritural- no va a mellar la articulación de los hablantes. No creo que el respetable poeta Luis García Montero -vocal de la institución- sea un sujeto de dictámenes, ni que la honorable reina Letizia haya escrutado el carácter aglutinante del quechua, su ingente caudal de verbos performativos con tendencia a la acción no a la retórica ni los conceptos. El topónimo Machupicchu proviene de la instancia ritual del lenguaje quechua: en su ensamble lleva el adjetivo machu/mayor, viejo, conferido únicamente al ser humano; en este caso lleva excepcionalmente porque las montañas sagradas son seres vivientes. Desarticularlo [Machu Picchu] sería menguar su naturaleza ritual y relegarlo a lo meramente descriptivo.

Y ya que estamos con aclaraciones. ¿Es cierto que decimos huayco (quebrada) cuando deberíamos decir lloqlla (aluvión)?

Huayco y lloqlla refieren dos magnitudes de un mismo referente: la avenida desbordante y el rumbo que acata su designio. Sin lloqlla no hay huayco.

Mi padre decía “picchar” porque “chacchar” es algo así como “comer como chanchos”: un término despectivo…

La lengua quechua confirió 4 verbos a la acción de masticar la hoja de coca, lo que prefija la relevancia de esta acción. Hallpay proviene del nivel cotidiano del lenguaje; refiere la acción de masticar la hoja de coca en el descanso laboral; deriva de hallpa que alude al descanso en el trabajo cotidiano. Picchay [pikchay] pertenece al nivel ritual; refiere la acción de masticar la hoja de coca, pero en las ceremonias. Akulliy refiere lo mismo, y aunque porte sustrato aymara, protoquechua o puquina, sobrevivió quechuizado, y enfatiza el aspecto medicinal de la hoja de coca. Chacchay [chakckay] es un término onomatopéyico: reproduce el sonido chac chac del mascar la hoja de coca. Aunque refieran la misma acción, los cuatro verbos no son sinónimos.

¿Cusco o Cuzco?

Cuzco es el bizarro triunfo de la escritura sobre la oralidad. En el quechua hay términos que, percibidos y registrados desde el oído castellano, han sobrevivido únicamente en la escritura (diccionarios, tratados de gramática; siglo XVI), no en la dicción de los hablantes. Cuzco es una esquirla de la colisión oralidad/escritura; una flagrante imposición de la grafía, de su añeja hegemonía sobre la oralidad. Acatado por el mismísimo Inka Garcilaso (lo transcribe cozco), Cuzco fue plasmado en el apremiante fragor de la evangelización: en el proceso de fijar en la rígida letra la dinámica irreductible del quechua oral; cinco siglos después, seguimos pronunciando qosqo (monolingües) y cusco (bilingües). El caso de Garcilaso y, sobre todo, de los cronistas andinos Santa Cruz Pachakuti Salcamayhua y Guaman Poma, que transcriben cuzco, es atribuible a su condición de ser los primeros genuinos quechuahablantes orales que asumieron la escritura acatando -como todos los escribas de su tiempo- las matrices dictaminadas por el III Concilio Limense, pero también por las interferencias idiomáticas, la diglosia, y esa acre pugna entre los códigos oralidad y escritura. Si el sistema de signos (código escrito) era castellano, ¿cómo un quechuahablante oral iba a subvertir ese orden en el siglo XVI? Por eso el cronista huamanguino transcribió su propio apellido quechua [waman] con dicción y grafía castellana: guaman.

Se dice que Cuzco no es quechua…

Se puede alegar que qosqo [cuzco/cusco] no es palabra quechua y ese albur -en esta contingencia específica- es irrelevante: lo verdaderamente esencial es que sobrevivió quechuizado qosqo, sin importar el sustrato protoquechua, aimara, puquina o chinchaysuyu. Ahora (siglo XXI) sabemos que el caudal del runasimi no posee la z; la llamada consonante ‘obstruyente, fricativa, interdental y sorda’ z es de filiación castellana y latín, insertada al quechua, no con criterios ceñidamente gramaticales ni lingüísticos (eso era inviable hace cinco siglos) sino porque era lo que más se aproximaba a la sonoridad qosqo. Los peninsulares hispanos pueden escribir o articular qosqo como gusten; el apremio (la papa caliente en la garganta) la conlleva la comunidad quechua de hablantes, que por la pretérita primacía de la escritura (con oído español) es forzada a afectar su dicción.

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