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Domingo

Atrapadas

Las días son negros para las mujeres en Afganistán. Tras el retorno de los talibanes, temen volver a vivir un régimen opresor, donde se prohibía estudiar a las niñas y a las mujeres las flagelaban por mostrar los tobillos. Domingo habló con una expolítica afgana que hoy vive amenazada. Las más pobres huyen de sus aldeas por los abusos de los extremistas.

Attaullah Salarzai (33) es un afgano que vive en Lima desde hace cinco años, trabaja como gerente en una empresa de lubricantes con sede en Dubái. Hace una semana que su pueblo natal, Jalalabad, al este de Afganistán, así como todo el país, fue tomado por las milicias de los talibanes. Allá vive su familia nuclear, dos de sus cuatro hermanas están confinadas en casa de su madre. La última, de 17 años, planeaba ir a la universidad, pero, probablemente, no lo haga.

El futuro de las mujeres de ese país de Oriente Medio –que sigue al islam— se desvanece. Ver cómo los extremistas tachan sus rostros de las vallas publicitarias en Kabul, la capital afgana, es una advertencia de lo que está por venir. Las quieren borrar otra vez de la vida pública.

Atha, como lo conocen en la Comunidad Islámica del Perú, teme por sus hermanas pues vivió el primer régimen talibán – entre 1996 y 2001—, un verdadero infierno para las afganas, ya que fueron sometidas a una lista de prohibiciones que las anulaban completamente: a las niñas se les prohibió ir a la escuela; las mujeres no podían salir de casa salvo acompañadas del padre, el hermano o el marido; tampoco podían ir a la universidad o trabajar; si reían en público o mostraban los tobillos podían ser flageladas, y a las que se pintaban las uñas les podían cortar los dedos.

Los afganos han entrado en pánico ante el retorno de los radicales islamistas, y no solo por lo que depara a las mujeres, también los varones ven amenazados sus derechos. Se vio a multitudes en el aeropuerto internacional de Kabul corriendo tras los aviones o colgándose de estos en su intento desesperado por huir.

Aunque el portavoz del movimiento fundamentalista, Zabihullah Mujahid, dijo que respetarán los derechos de las mujeres y se aplicará la ley islámica, la sharía, de una forma más laxa, hay razones para no creerle, pues a las pocas horas que dio el comunicado, una mujer fue asesinada por los talibanes en la provincia de Takhar por no llevar la burka, aquel vestido que les cubre todo el cuerpo y que los talibanes les obligan usar.

De hecho, varios abusos contra niñas y mujeres se han reportado en los últimos días: “Se llevaron a tres o cuatro chicas de cada casa y se casaron con ellas”, le dijo una mujer que habita un asentamiento de desplazados en Kabul a DW. “Violaron a una niña de 12 años y la tiraron al río”, dijo otra. “Tenemos mucho miedo, estamos solas y no tenemos a nadie”, le escribió una escolar que huyó a la frontera a la escritora Gayle Tzemach Lemmon quien reprodujo su mensaje en The Wash- ington Post.

El temor de Munera

“A las mujeres nos esperan malos días por delante. Seremos confinadas nuevamente en nuestros hogares, volveremos a quedarnos sin paga, no nos permitirán trabajar, y nos torturarán mental y físicamente al abusar de nuestra religión”, nos escribe vía Twitter Munera Yousufzada, quien fue la primera mujer en convertirse en viceministra de Defensa en Afganistán durante el gobierno de Ashraf Ghani, y que hoy vive amenazada. Los talibanes asesinaron hace dos años a su hermano, un miembro de la unidad especial del ejército.

“Honestamente no les creo a los talibanes. Se vengarán del pueblo afgano. El tiempo de- mostrará al mundo que los ta- libanes no son ni serán de fiar. Los talibanes son una amenaza para mí y mi familia”, agrega la joven política.

Como ella, muchas afganas surgieron profesionalmente en los últimos veinte años, periodo en el que las tropas de Estados Unidos derrocaron al gobierno talibán tras el atentado de las Torres Gemelas del 11-S. Se hicieron ingenieras, médicos, maestras, deportistas. Sin embargo, luego de la irrupción de los fundamentalistas, a las estudiantes no se les deja entrar a las universida- des y se les niega el ingreso a las oficinistas a sus trabajos.

Yousufzada se abrió camino como política, alentó al ejército afgano y apoyó la formación de mujeres militares, pese a ello, dice que fue insultada y humillada por sus compatriotas: “Me amenazaron en las redes sociales, pusieron a los soldados en mi contra, mi presencia como líder fue una vergüenza, y todo esto pasó cuando nuestro sistema político era una república”, agrega, subrayando que el ma- chismo es tradición en su país y que ahora es avivado por la presencia de los talibanes.

Ya dijimos que los extremistas han regresado para aplicar la sharía, que es su código de conducta y que está basado, en buena parte, en el Corán, el libro sagrado del islam. “Pero en él no se dice, por ejemplo, que las mujeres deben usar burka –anota la comunicadora Giuliana Ramírez, una peruana convertida al islamismo— se dice que la mujer solo debe cubrir su cabello y vestir de forma modesta, tú puedes llevar el rostro y las manos descubiertas, hasta usar jeans a lo occidental”.

Los talibanes han interpretado el Corán de modo que la mujer ha quedado relegada a lo privado y sometida a la voluntad del hombre. “Lo curioso es que, en el islam primigenio, la mujer tuvo un papel importante en la vida pública, ahí está Aisha, la esposa del profeta Mahoma, que iba a batallas y mediaba con los jefes de los clanes árabes”, dice el historiador mexicano Julio Romero, con maestría en estudios de Medio Oriente.

Para el experto, que estudió en Arabia Saudita y convivió con estudiantes afganos, la misoginia de los talibanes es un reflejo extremo de valores patriarcales que se arrastran hasta hoy en Afganistán: “Es una cuestión tradicional, recordemos que eran pueblos seminómades, donde los hombres salían a pelear y las mujeres se quedaban en casa”.

Agrega, además, que, según su forma de ver el mundo, a las mujeres se les debe preservar: “No estudian para protegerlas de los ’males’ de la educación. Bajo el esquema del islam, el único conocimiento que importa es el religioso, de todo lo demás se encargará Dios”. Las casan tras su primera menstruación, a los 11 o 12 años, para que “ya no sean una carga para la familia y les pertenezca a alguien más y sea protegida”.

Si bien la presencia de los Estados Unidos en las últimas dos décadas devolvió ciertas libertades a las afganas y sus estilos de vida fueron influenciados por la televisión y los ejércitos extranjeros –Romero cuenta que había un programa concurso como American Idol donde niñas y mujeres cantaban vestidas como occidentales– la brecha educativa de las niñas no fue subsanada. Según un informe del Banco Mundial, solo cuatro de las diez millones de menores iban a la escuela, menos de la mitad, ¿cuál será su futuro con el régimen talibán?

Esta semana del terror en Afganistán cierra con la imagen de cuatro valientes mujeres protestando por sus derechos en las calles de Kabul, frente a la mirada atónita de los transeúntes, las cámaras de los periodistas y un soldado talibán que las mira nervioso portando su fusil.

Periodista en el suplemento Domingo de La República. Licenciada en comunicación social por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y magíster por la Universidad de Valladolid, España. Ganadora del Premio Periodismo que llega sin violencia 2019 y el Premio Nacional de Periodismo Cardenal Juan Landázuri Ricketts 2017. Escribe crónicas, perfiles y reportajes sobre violencia de género, feminismo, salud mental y tribus urbanas.