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Las manos que modelaron al Lolo

Hincha de Universitario, el escultor David Flores, esperó veinte años para modelar la estatua de su ídolo Teodoro ‘Lolo’ Fernández, que hoy luce imponente en el estadio Monumental y reemplaza a la que fue vandalizada meses atrás. El monumento fue costeado al cien por ciento por 8 mil hinchas que grabaron sus nombres en el pedestal.

David Flores y la flamante estatua de ‘Lolo’ Fernández hecha de un material resistente a cualquier ataque. Crédito: Antonio Melgarejo
David Flores y la flamante estatua de ‘Lolo’ Fernández hecha de un material resistente a cualquier ataque. Crédito: Antonio Melgarejo

Era una mañana decisiva. El escultor David Flores y su equipo de maestros harían los moldes de la estatua de Teodoro ‘Lolo’ Fernández. Después de días in- tensos modelando en arcilla la figura del máximo ídolo de Universitario de Deportes, a escala monumental, –unos 3.20 metros de altura–, por fin sacarían las formas de yeso definitivas, donde más tarde se vaciaría una aleación de bronce con resina, un material muy resistente que perpetuaría al futbolista para la eternidad. Después de este paso no habría lugar para las correcciones. Si había que mo- dificar algo, tendría que hacerse en ese momento. Los moldes son como el negativo de las esculturas y definen cómo será la versión final de la obra.

Flores tuvo claro los rasgos faciales del “cañonero” al ver la foto de su madre.

Flores tuvo claro los rasgos faciales del “cañonero” al ver la foto de su madre.

Esa mañana, Flores no estaba satisfecho con su trabajo, había rasgos de la cara del “cañonero” de la ‘U’ que no había moldeado fielmente. Lo sabía porque a último momento llegó a sus manos la foto de doña Raymunda Meyzán, la madre de Lolo. Viéndola supo que no había trabajado bien los pómulos, el tabique y el maxilar del goleador. Esa mañana, como un estudiante nervioso que repasa el cuaderno antes del examen, llegó tres horas antes al taller de su amigo Enrique Roncal a pulir su obra. “Los rasgos de Lolo que no tenía claro los mejoré viendo a las facciones de su madre”, dice Flores, desde su taller, en un piso quince de la Residencial San Felipe. Su nombre ha pa- sado a la historia de uno de los equipos más grandes del Perú.

Esta semana, la estatua a la que tanto empeño le puso el artista fue develada en la explanada del estadio Monumental de Universitario, en Ate, por el mítico Héctor Chumpitaz, el “Capitán de América”, y el veterano coleccionista Jorge “Chupo” Arriola. Aparece Lolo imponente y con las manos en la cintura, vistiendo la clásica camiseta crema y su característica malla en la cabeza que, cuenta la leyenda, le tejió su ma- dre, que usaba una igual como cocinera de un restaurante.

Este renovado homenaje al legendario goleador es una respuesta al vandalismo que sufrió el club en marzo pasado, o, cuando un grupo de hinchas del Sporting Cristal invadió el Monumental y destrozó la antigua estatua de Lolo, cortándole la cabeza a punta de combazos. “Lo rompieron, pero lo construimos diez veces mejor”, dice el hincha Gonzalo Rodríguez, quien asegura que en un primer momento las facciones más radicales de la barra crema incitaron a la “venganza pura y dura”, pero, finalmente, la dirigencia de la U se inclinó por lo constructivo: hacer una nueva.

Dado sus problemas financieros y millonarias deudas, el club se apoyó en la hinchada para costear el proyecto. Se lanzó la campaña “Lolo inmortal”. Por veinte soles, los hinchas podían comprar un ticket en un portal digital para que su nombre fuera grabado en la base del monumento. Se vendieron ocho mil y ahí están tallados hoy los ocho mil nombres. “Buscamos una reacción positiva, la estatua ha sido cien por ciento financiada por ellos”, dice Ricardo García, gerente de mar- keting de la U.

El escultor junto a los hinchas Pedro "Chaveta" Ramírez y Henry “Lucky” Collantes. La estatua fue costeada por la barra crema.

El escultor junto a los hinchas Pedro "Chaveta" Ramírez y Henry “Lucky” Collantes. La estatua fue costeada por la barra crema. Fotografía: Antonio Melgarejo

300 Kilos de corazón crema

En la placa se grabó también la frase de ‘Lolo’: “Dos soles cincuenta, y uno feliz, porque así era, tú jugabas por cariño a la camiseta”, palabras que reflejan los valores de un jugador de otra época. Los hinchas más jóvenes nunca vieron jugar al 9. Saben de Fernández por lo que les contaron sus abuelos o por las leyendas que se tejieron sobre él. Se sabe que debutó en 1930, en el equipo de reserva de la U y que rápidamente se convirtió en su goleador indiscutible. Dicen que su remate era tan potente que era capaz de romper el poste de un arco, así como los dientes de un arquero.

Lolo no solo jugó en la U, también le dio alegrías a la selección nacional. No fue a un Mundial, pero fue goleador de varias Copas América. En 1953, con 40 años, se retiró del fútbol con 397 partidos en su haber, y 345 goles anotados. Se despidió dando una vuelta olímpica al Estadio Nacional en hombros de sus hinchas, tras anotar tres goles a Alianza Lima, el eterno rival de los cremas.

La leyenda cuenta que cuando Lolo se retiró no tenía una casa propia, eran tiempos en que el fútbol peruano apenas se había profesionalizado. Entonces, se promovió una colecta nacional para construirle una vivienda. Se donó dinero, fierros, clavos, ladrillos, de todo para devolverle las alegrías que le había dado al país.

“Al Lolo lo quería todo el mundo, era un deportista nato, jugaba por dos soles cincuenta, qué diferente a los futbolistas de ahora que tienen otros códigos”, dice David Flores.

Volviendo a la estatua, la propuesta del escultor –graduado y ex docente de la Escuela de Bellas Artes– fue elegida entre otras cinco por el club. “Fue propuesto por los propios hinchas y lo elegimos porque cumplió con los criterios de calidad, presupuesto y tiempos, queríamos que la estatua se inaugure para mayo, el mes del natalicio de Lolo”, dice García.

Flores había aguardado esta oportunidad por años. Es hincha acérrimo de la U, pasó buena parte de su adolescencia yendo al Estadio Nacional a ver los clásicos, se perdía en la multitud de Oriente, gozaba entonando los coros de la barra, iba con regularidad al Rímac a ver sus amigos de la barra Holocausto. “Nunca tuve un polo de ellos, pero éramos como una familia”, dice.

A comienzos del 2000, cuando aún no se inauguraba el Monumental, llevó la maqueta de veinticinco centímetros de una posible estatua de Lolo a la U, pero nada se concretó hasta hoy, veintiún años después. Flores es un escultor a gran escala muy proactivo, si los proyectos no vienen a él, él –a la cabeza de su grupo de artistas, Mamut Art– los busca. Convenció a una marca de colchones para hacerles la estatua de un elefante y una cebra en tamaño real, también ha hecho dinosaurios para un parque temático, su obra más ambiciosa fue un Cristo de veinte metros para un camposanto. Se ha hecho un lugar en el circuito de las esculturas corporativas.

Pidió que lo identificáramos con sus dos apellidos, Flores Calderón, pues considera que su carrera como escultor se la debe a su madre, una maestra de educación inicial que le llevaba a casa las sobras de plastilina de sus alumnos, con las que el niño creaba toda clase de personajes. Su padre, por su parte, lo animó a participar a los 12 años en un concurso de esculturas de arena en la playa La Herradura, que ganó con un modelado de un huaco Chimú. “Ahí me la creí y me dije que sería escultor”, dice David.

Modelar la estatua de su ídolo, que finalmente pesa 300 kilogramos, acertar en cada rasgo facial, en cada pliegue de su anatomía, fue retador. Fueron cinco semanas de trabajo a contrarreloj, de hecho, no fueron solo sus manos las que lo modelaron, también las de los escultores Carlos Fry, John Nieto, Fernán Colán y Kike Roncal. Todo el trabajo está registrado y será parte del documental “Indestructible”, que narrará detalles de la vida del “cañonero” de la U, y también será financiado por la hinchada, el alma del club crema

Periodista en el suplemento Domingo de La República. Licenciada en comunicación social por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y magíster por la Universidad de Valladolid, España. Ganadora del Premio Periodismo que llega sin violencia 2019 y el Premio Nacional de Periodismo Cardenal Juan Landázuri Ricketts 2017. Escribe crónicas, perfiles y reportajes sobre violencia de género, feminismo, salud mental y tribus urbanas.