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El Perú en seis libros para forasteros

En vísperas de las elecciones peruanas me piden, aquí en el sur, algunos libros para entender su política. Misión imposible, respondo, pues también están viviendo en el mundo de la antipolítica. En subsidio, propongo textos de acercamiento para entender la riquísima complejidad del Perú

Por su prehistoria, a la altura de las más ricas de Eurasia y su historia virreinal, que lo distinguió de las meras colonias, los cambios de ciclo en el Perú equivalieron a cataclismos. El euroaporte del imperio español fue eclipsado por la decapitación del imperio de los incas, la última de sus culturas autóctonas. Luego, cuando el virreinato devolvió la autoestima a criollos y mestizos, la independencia instaló la desazón del segundo estatus perdido. La gesta de los patriotas se escribió sobre los papiros del inca y del virrey, a la manera de un palimpsesto.

Ilustración: Edward Andrade

Ilustración: Edward Andrade

En ese contexto, la derrota ante Chile en la Guerra del Pacífico vino a percibirse como el tercer cataclismo... y el peor. Sin el estatus imperial de España ni la épica de los libertadores, la fuerza de una excapitanía general dejó sin piso el estoico aforismo atribuido a Atahualpa: “usos son de la guerra vencer y ser vencidos”. Para los patricios limeños, los bárbaros habían puesto fin al sueño de una primogenitura republicana.

Esa cascada doliente me explica tres rasgos del Perú: primero, el amor nostálgico a sus tradiciones, expresado por sus artistas populares: “tengo el orgullo de ser peruano y soy feliz”, dice una canción emblemática. Segundo, el tono autoflagelante de sus intelectuales, que lo han descrito como “país de desconcertadas gentes”, han dicho que “hiede a muerto” y llevan décadas preguntándose “cuándo se jodió”. Tercero, la sorprendente textura de sus élites. Pocas pueden producir figuras de tanto relieve como la gran Chabuca Granda, el tenor Juan Diego Flórez, el chef Gastón Acurio, el poeta César Vallejo, el teólogo Gustavo Gutiérrez, el historiador Jorge Basadre, el periodista Enrique Zileri, el diplomático Javier Pérez de Cuéllar, el escritor Mario Vargas Llosa, y políticos como Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui, los únicos pensadores origina- les de las izquierdas latinoamericanas. Ese altorrelieve también incluye a peruanos de la oscuridad, como Abimael Guzmán.

¿Se comprende, entonces, por qué es imposible entender la antipolítica actual, sin asomarse a la historia?

Actores civiles

No pretendo -soy realista- que un lector foráneo consulte los 18 tomos de Basadre. Pero sí aconsejo leer algunos textos más amigables, como los escolares o los de Pablo Macera. A partir de ahí, puedo recomendar algunos sobre política.

En lo internacional, expertos y aficionados deben tener a mano Perú: entre la realidad y la utopía, de Juan Miguel Bákula (Fondo de Cultura Económica, 2002). Es una mirada en profundidad a la política exterior peruana, escrita con excelente pluma, tras una investigación notable y con larga experiencia diplomática. Entre sus temas están los ciclos de confianza y desconfianza entre el Perú y Chile, los errores no forzados de ambos gobiernos y la soslayada incidencia de Bolivia. Es el legado de un gran intelectual, a quien algunos chilenos malquisieron (sin leerlo), por haber sido demasiado inteligente en el tema de la frontera marítima.

En el rubro política testimonial, estimula leer Visto y vivido en Chile, de Luis Alberto Sánchez (Tajamar Editores, 2004), el intelectual peruano más prolífico y multifacético de su historia. Fue cofundador del Apra, rector de la Universidad de San Marcos, presidente del Senado, escritor caudaloso, columnista de Caretas y comentarista radial. En este libro, fruto de su exilio en Chile, expone una especie de simbiosis binacional con políticos, artistas e intelectuales de mediados del siglo pasado. De ahí surge una proyección hacia el orden de la Guerra Fría, con sus dictadores, sus gobernantes elegidos y la áspera lucha entre las izquierdas democráticas y las insurgentes. Pablo Neruda, que se asomó al manuscrito, dictaminó en su mejor estilo profético: “será un libro indispensable para conocernos mejor nosotros mismos”.

Actores militares

La revolución militar peruana, con su “democracia social de participación plena”, está muy bien sintetizada en La caída de Velasco, del historiador Antonio Zapata (Taurus, 2018). Con base en el currículo del general Juan Velasco Alvarado, destapa la infrahistoria de un proceso de orientación socialista que, entre 1968 y 1975, remeció el estatus de la Guerra Fría y terminó con la fe en los militares como guardianes del statu quo. Fidel Castro alentó la esperanza de un aliado peruano con ejército profesional, para sustituir sus fracasados “focos guerrilleros”. La Unión Soviética descubrió un nuevo mercado para vender sus armas, en abierto desafío a los EE.UU. En Chile se avizoró la amenaza de una revancha bélica, con armamento soviético sofisticado y asesores cubanos. Fue un proceso interruptus, pues la Casa Blanca lo bloqueó, la economía se derrumbó, la institucionalidad castrense no estaba unida, las élites civiles exigían volver a la democracia y Velasco enfermó. Pero dejó un país distinto.

Como segunda parte de aquel proceso, recomiendo Mi última palabra de Federico Prieto Celli, presentado como “testamento político del general Francisco Morales Bermúdez” (Ediciones B, 2018). Es un prolijo reportaje a quien “retiró” a Velasco del poder, en 1975, para iniciar lo que llamó, de manera táctica, “segunda fase de la revolución peruana”. Aquí se cuenta cómo se las arregló Morales para deshacerse de los mandos velasquistas y los agentes cubanos, normalizar la economía con inyecciones de mercado, recuperar la confianza de los EE.UU., desalentar las expectativas de una guerra vecinal y ejecutar, en paralelo, una estrategia de transición a la democracia. Esta comprendió el fin del exilio, mayor libertad de expresión, la elección de una Asamblea Constituyente y una inteligente coexistencia con Haya de la Torre, presidente de la Asamblea y fundador del Apra (a la sazón partido enemigo de las Fuerzas Armadas). Cabe agregar que en las elecciones de 1980 fue elegido Fernando Belaunde, el mismo al cual Velasco desalojara de la presidencia en 1968. Aunque no se reconozca, fue una transición más compleja que “la modélica” de España, conducida por un estadista de uniforme.

Transición al terrorismo

Sin embargo, la democracia no se afirmó. Para entenderlo, hay que leer Sendero, historia de la guerra milenaria en el Perú, del periodista de investigación Gustavo Gorriti (Editorial Apoyo, 1990). Es una obra canónica sobre Sendero Luminoso y su líder Abimael Guzmán, protagonistas de “la mayor insurrección de la historia”. Fue un proyecto subversivo con ideología maoísta y metodología terrorista, que se incubó en las dictaduras uniformadas, desbordó a la democracia de Belaunde e indujo la acción militar. Durante el si- guiente gobierno, de Alan García, el proceso mutó en guerra interna, con crisis económica galopante, lo que catalizó el autogolpe de su sucesor Alberto Fujimori en 1992. La captura de Guzmán, gracias a la inteligencia policial, puso fin a esa guerra, pero quedó un balance macabro: una nueva dictadura, más muertos que en cualquier guerra convencional y, en paralelo, una corrupción de nivel inédito.

Colofón

Cierro con La década de la antipolítica, del sociólogo Carlos Iván Degregori (IEP, 2000), sobre el auge y caída de Fujimori. Mi impresión es que, desgraciadamente, esa década siguió de largo. Tuvo una secuela maligna que se prolonga hasta hoy y dejó lecciones que todos los demócratas, peruanos y forasteros, debiéramos procesar.

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