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Britney Spears, cénit y ocaso

La vida y finanzas de Britney Spears son controladas por su padre desde 2008, tras la decisión de un tribunal. Un documental evidencia el esfuerzo de la princesa del pop para otorgar esa tutela a profesionales, pero también el entorno mediático, misógino y machista que generó su ruina emocional.

Cualquiera puede hacerlo: ir a Google, escribir Britney Spears y ver ese atardecer de mayo de 2016, cuando la cantante dejó un hotel de Nueva York con su niño en brazos, avanzó a su automóvil y una avalancha de paparazzis la bañó en flashes, aun cuando el bebé estaba a punto de caer, aun cuando ella miraba desorbitada y pedía, por favor, déjenme avanzar.

Cualquiera puede ubicar el episodio de la gasolinera —la princesa del pop en el baño, los fotógrafos tocando la puerta del baño—, descalza por las estaciones de servicio; o reproducir el clip demoledor en que rompe en llanto, escondida en un restaurante y aferrada a su pequeño, hastiada, embarazada. Tenía 25 años. Ya para entonces su biografía, acaso la más tocada en la cultura pop, estaba cargada de imágenes impactantes y titulares que le arrebataron su privacidad.

Años después, en 2008, la cantante devendría en “rehén” de su propio padre, quien obtuvo una tutela para administrar su fortuna y carrera. El documental Framing Britney Spears, estrenado por The New York Times, aporta una visión perturbadora de la fama y el constante escrutinio público al que estuvo sometida. Muestra también el rostro más misógino y machista de la prensa del corazón, que tantas veces la llevó al fondo y se relamió con sus reveses.

En una escena, Spears acude a un programa televisivo para promocionar ‘Baby One More Time’, la canción con la que puso al mundo a sus pies con solo 16 años. “Hay un tema que no hemos discutido y del que todo el mundo habla”, le indica el presentador. “¿De qué se trata?”, replica Spears. “De tus pechos”. Es 1999: aún no había un movimiento #MeToo, las redes sociales no tenían el poder de censura y el feminismo era un término de significado confuso.

A través de momentos similares, en los que se discute si Spears llegaría virgen al matrimonio, si sería buena madre, o si debería vestir de una manera u otra, se descubre a una celebridad sujeta a un injusto examen impulsado por la hipocresía y la misoginia; por ese machismo que, cuando anunció su separación de Justin Timberlake, la arrastró a preguntas como qué cosa mala había hecho para que la dejaran. “El documental se suma a la conversación crítica que estamos teniendo sobre mujeres, representación y trauma”, ha escrito Patricia Grisafi, crítica de la cadena NBC.

Princesa de Misisipi

De Spears se ha dicho de todo. Las portadas la lapidaron bajo la idea de que tocó fondo en 2007, cuando se rapó, atacó con un paraguas a un paparazzi y perdió la custodia de sus dos hijos. En 2003, la esposa de un político aseguró que la artista era tan mala influencia para ellos que “si tuviera oportunidad de dispararle, lo haría”.

Lo que muchos desconocen es que antes de que Britney Spears cambiara para siempre la concepción de una performance pop —al salir con una boa y un tigre en los VMA’s 2001, una de las actuaciones televisivas más valoradas de la historia—, ella soñaba tanto con ser cantante que sus padres se endeudaron para que pudiera salir de su pequeña ciudad de Misisipi y probar suerte en la Gran Manzana. Cuando volvió a su pueblo convertida en estrella, Spears repartió 10.000 dólares en billetes de 100 a sus vecinos. Les deseó “Feliz Navidad”.

Ahora ese gesto sería imposible de repetir. A sus 39 años, la intérprete no puede tomar ninguna decisión. Luego de una decisión judicial de 2008 —que la consideró incapacitada para llevar las riendas de su vida al ingresar en un centro psiquiátrico por su comportamiento errático y adicción—, su padre administra todo lo que le pertenece.

A pesar de que se rehabilitó, lanzó nuevos discos y protagonizó uno de los espectáculos más vistos y pagados de Las Vegas, la tutela nunca fue revocada. El movimiento #FreeBritney, en el que milita su legión de fans, ganó fuerza el año pasado, cuando Spears presionó en la corte para sacar a su progenitor de ese rol, pero sobre todo después de que su abogado le dijera a un juez: “Mi clienta me ha informado que le tiene miedo a su padre”.

¿Sientes que has perdido el control?, le preguntaron una vez a Spears. Ella armó una sonrisa y miró al piso del set: “No creo que lo haya perdido —susurró—, creo más bien que hay mucho control, y eso es peor”.