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La democracia en América

Leda M. Pérez, profesora e investigadora de la Universidad del Pacífico. Foto: Referencial / Universidad del Pacífico
Leda M. Pérez, profesora e investigadora de la Universidad del Pacífico. Foto: Referencial / Universidad del Pacífico

Por Leda M. Pérez

En su obra clásica, La democracia en América, Alexis de Tocqueville sentó las bases del excepcionalísimo americano, atribuyéndole al entonces joven Estados Unidos (EEUU) un futuro rol como abanderado de la democracia en el mundo.

Recientemente hemos visto otra cara de EEUU, la de la rabia palpable de una turba predominante masculina y blanca intentando mantener a un autócrata, igualmente racista y misógino, en el poder. En el proceso, profanaron al símbolo más sagrado de la democracia estadounidense, el Capitolio, la casa del pueblo. Pero ello no debe sorprender, pues un sello distintivo de este país es que turbas “patrióticas” aparecen cada vez que grupos históricamente marginados alzan sus voces.

La educación que recibí frente a las comunidades nativas en ese país en mi niñez fue casi nula. La asignatura, “estudios sociales”, en cuarto de primaria, me dejó un claro entendimiento sobre cómo funcionan cintas transportadoras dentro de diferentes industrias y la importancia de ello para la eficiencia y productividad de la economía. Pero los nativos americanos, por ejemplo, solo se mencionaban en el Día de Acción de Gracias, cuando algunos nos vestíamos como peregrinos y otros como indios, tomados de la mano en oración como buenos hermanos. No se mencionaba que las verdaderas comunidades indígenas estaban encerradas en las llamadas “reservaciones”, donde estaban condenadas a condiciones de vida subestándar.

De la comunidad afro-americana se hablaba apenas un poco más. En mi educación primaria hubo escasa atención a la historia de la esclavitud, y menos al terror vivido cotidianamente por afro-americanos, mucho de ello consagrado por la ley y la costumbre. Sobre América Latina, algo me hicieron leer sobre mexicanos en Los Ángeles, pero –naturalmente– nada sobre César Chávez, líder icónico de los trabajadores agrícolas de la Costa Oeste.

En cambio, lo que nunca faltó fue la historia de los arquitectos intelectuales de la república (sin mención a sus antecedentes esclavistas) y sus enunciados de life, liberty and the pursuit of happiness.

El detallito que no analizamos es que la estructura del poder se estableció por, y para, hombres blancos y terratenientes. Tomaría una guerra civil, que cobró más muertos que todas las guerras anteriores o posteriores en las que EEUU ha participado, establecer nuevas normas que en teoría otorgarían derechos iguales a todas las personas.

Pero ello también fue una cortina de humo. Ahora la población negra de los EEUU es encarcelada de manera desproporcional en el país del mundo que más encarcela a sus gentes.

Según algunos, el dominio del poder por los blancos solo muta en sus formas y estrategias de control social. En The New Jim Crow (2020), Michelle Alexander detalla cómo la segregación, deshumanización y esclavitud de poblaciones no blancas, principalmente de hombres afro-americanos, continúa a través del complejo industrial penitenciario.

Pero no es solo en EEUU que, como con el Retrato de Dorian Gray, se observa que la verdadera imagen se revela a medida que la pintura en la superficie se descascara. Los resurgimientos de autoritarismos nacionalistas y racistas en otras partes del mundo (Alemania, India, Suecia y Brasil) son otros claros ejemplos.

Isabel Wilkerson (2020) estudia los sistemas de castas de Alemania Nazi, India y EEUU, notando cómo estas jerarquías humanas inamovibles condenan hasta hoy a algunos a ser la suela del zapato (“los intocables”), y otros, los brahmanes. Arguye que, en EEUU, el sistema de segregación social y legal edificado poco después del fi n de la guerra civil a mediados del siglo 19 –y que fue fuente de envidia e inspiración de los Nazis en Alemania– ha servido para mantener un orden social y político hasta el día de hoy.

La elección de Barack Obama sería una aberración en este sistema. Por ello, es posible pensar que este evento fuere un testamento a la democracia. Pero no viene sin factura.

El reciente ataque al Capitolio representa sin duda solo el más reciente coletazo de un sector de la población frente a un país cuya demografía va cambiando más rápido de lo pensado. Cuando Samuel Huntington escribió The Hispanic Challenge (2004), se imaginaba que los latinos serían el grupo étnico más grande de EEUU para el año 2050. Ahora las proyecciones indican que los blancos serán la minoría en solo dos décadas. He aquí una encrucijada en torno al poder político y la democracia.

Si el dominio de la casta se rompe; si fue posible que Obama fuera presidente entre 2008 y 2016, y que en 2021 EEUU tenga su primera vicepresidenta mujer, hija de migrantes, jamaiquino e india, ¿Dónde quedan los cristianos blancos? Para muchos de ellos, no se suponía que fuera así. Por eso exhortan, ¡”Make America Great Again”!

Con esta arenga, asocian al patriotismo y la democracia con lo blanco y cristiano. Funcionando sobre la base de la casta creada por sus antepasados, y que ellos ahora alimentan, la posibilidad de un presidente Obama antes, y una vicepresidenta Harris ahora, es una sentencia de muerte para su tribu. Pese a lo altamente subversivo que esta postura es para la democracia, es, sin embargo, inherente a los cimientos del país.

Esta semana, las instituciones democráticas nacionales de EEUU cumplieron su función formalizando los resultados electorales, permitiendo que siga adelante la preparación de la investidura del nuevo presidente. Pero la putrefacción apenas debajo de la superfi cie no se eliminará hasta que haya un verdadero ajuste de cuentas sobre lo que implica compartir el poder entre poblaciones distintas; vivir un real e pluribus unum.

Por lo pronto, tanto en mi país natal como en otras democracias del mundo, la verdad sigue siendo que los supremacistas se mantienen tranquilos siempre y cuando los “de abajo” no ganen numéricamente lo suficiente como para amenazar el poder de los que están en la cabeza. Aquí vemos las acciones de la extrema derecha y en la supremacía blanca de Alemania; los rechazos a la migración medio oriental y musulmana en los países nórdicos; la destrucción de pueblos nativos y la brutalidad policial enfrentados por jóvenes negros en Brasil. Y lo vemos en el Perú, en las narrativas oficiales sobre la igualdad de derechos, pero donde las castas más bajas pagan con sus vidas por conseguir un mismo estatus que los brahmanes de este país.

Mientras escribo estas líneas, “45” ha sido designado como el único presidente en la historia de los EEUU que haya sido censurado dos veces, la última por su intento de derrocar el Estado de derecho y la democracia misma. Pero tanto allá como acá, la real práctica de la democracia peligra. Sin atención, las grietas solo se profundizarán, y tarde o temprano saldrán a relucir. Solo hay que ver la profanación del memorial hecho a Inti Sotelo y Bryan Pintado.

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