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Domingo

El viejo y el ‘man’

Lurín, al pie del santuario de Pachacamac y a escasos 30 kilómetros al sur de la omnívora ciudad de Lima, es el último valle verde de la capital. Pero intereses inmobiliarios múltiples presionan sobre el área y el Instituto Metropolitano de Planificación de la Municipalidad de Lima los avala. ¡Albricias! Un puñado de regidores de la comuna, activistas ambientales, lo defienden. Y, sobre el terreno, don Marcial La Rosa.

“Señores, retírense, esta es propiedad privada”.

La voz gruesa, autoritaria, proviene de detrás del hombro. Girando sobre los talones, tropezamos con un caballero alto, bigote cano escapando del barbijo, lentes oscuros.

Marcial La Rosa Reyes clava la vista en el intruso y no se mueve un milímetro. Por el rabillo del ojo escruta a dos individuos con chaleco naranja encendido: personal de seguridad. Marcial es un hombre pequeño, de manos rugosas. Calza un par de zapatos tan antiguos como la vida misma. Tiene 86 años, la voz firme, un punto de sordera. Extiende la mano para saludar. La COVID-19 lo tiene sin cuidado. Lo que le preocupa son los vecinos.

“Hace 62 años que vivo acá”, explica. “Nunca antes habíamos tenido problemas con los vecinos, hasta ahora”.

Por el Sur, el nuevo vecino es la inmobiliaria Century City Development; por el Norte, Desarrollo Turístico San Pedro. Ambos han amurallado sus extensos predios con entusiasmo canino para marcar su territorio. Don Marcial y unas 70 familias moran en el centro poblado de San Pedro, alrededor de una capilla que se remonta a tiempos de la Colonia, de cara al mar.

La historiadora María Rostworowski dio cuenta del territorio cuando la comarca vivía bajo el manto protector del dios Pachacamac, cuyo santuario se ubica en el lindero norte del valle de Lurín. La capilla de San Pedro marca la ubicación de lo que fuera una huaca satélite del santuario mayor. Acaso por la providencia divina, Lurín es el último valle verde de Lima en pleno siglo XXI. Un patrimonio histórico, natural y paisajístico que no tiene precio. ¿O sí?

Don Marcial no se ha movido un milímetro. Los ánimos están caldeados. El día anterior –domingo 20 de diciembre– Century City Development bloqueó la trocha que permite el acceso del centro poblado a la carretera.

Muéstrenos su autorización de habilitación urbana, reclama don Marcial.

Está en la oficina, responde el intruso.

¿La ordenanza municipal?

Son cosas técnicas que son complicadas de explicar, alega el sujeto.

Don Marcial carga un cartapacio tan delgado como él, de donde extrae una fotocopia de su título de posesión. Es un certificado del Proyecto Especial Titulación de Tierras y Catastro Rural (PETT) del 2010. En el reverso está impreso el sello notarial que confirma su veracidad. Century City Development –o al menos su representante de turno– no tiene cómo rebatir la prueba.

UNA CUÑA DE VERDOR

Desde el mirador ubicado en la cima de la huaca del Sol –en el sitio arqueológico de Pachacamac–, el valle de Lurín es una cuña de verdor que se proyecta hacia el mar. Las islas Cavillaca parecieran jugar con las olas desde esas alturas. Pero el color amarillo de la capilla de San Pedro se confunde ahora con el tono de maquinaria pesada destruyendo todo a su paso.

A menos de cuatro kilómetros de distancia está a punto de abrir sus puertas el Museo Nacional de Arqueología del Perú (MUNA), miles de metros cuadrados de esplendor, luces direccionadas, momias arropadas en secretos de siglos, una inversión cercana a los 400 millones de soles. En cuanto se despejen las sombras de la COVID-19, el MUNA está llamado a convertirse en un epicentro cultural y turístico del país. Desde tiempos del señorío de Ychma, la zona no habrá recibido tanta atención como ahora. No obstante, a este paso, el Estado peruano habrá invertido una suma millonaria para que quien la visite se tope con una inequívoca exhibición de subdesarrollo nacional: una réplica de Ate Vitarte.

Dentro del predio de Century City Development brillan aún a la luz del sol los humedales de Quilcay, también amenazados en nombre del padre, el hijo y el capitalismo salvaje. El alcalde de Lurín, Jorge Marticorena (Somos Perú), negó tres veces la existencia de este ecosistema ante la Comisión de Desarrollo Urbano de la comuna de Lima, en agosto pasado.

El sábado 19 de diciembre, la presidenta de la Comisión de Medio Ambiente de la Municipalidad de Lima, Jessica Huamán, solicitó formalmente al Ministerio de Medio Ambiente declarar a los humedales un “ecosistema frágil”. Al día siguiente, las máquinas de Century avanzaron una yarda más.

– ¿El alcalde [Marticorena] ha dado permiso? Hace dos años, él mismo nos instruyó para utilizar este corredor como ruta de evacuación en caso de tsunami. ¿Ahora va a quedar en manos privadas? Hoy lo marea el dinero, asegura don Marcial.

(Recuadro)

La suerte del último valle de Lima al voto

“Ven, Jesús, a salvarnos […] de los arreglos bajo la mesa para acabar con el único valle verde de Lima”, reza la tarjeta de Navidad de la Comisión de Ecología y Cuidado de la Creación de la Diócesis de Lurín. La cronología de sucesos es elocuente.

El alcalde de Lurín, Jorge Marticorena, presentó al Instituto Metropolitano de Planificación (IMP) una propuesta para el cambio de uso de suelo el 29 de julio pasado –el edil trabaja incluso en Fiestas Patrias. Y el 5 de agosto, en vertiginosos cinco días útiles, la Comisión Metropolitana de Desarrollo Urbano de la Municipalidad de Lima, presidida por el regidor Carlos Mariátegui (AP), la aprobó en voto dividido.

Organizaciones sociales y ambientales se movilizaron por redes. En la misma Comisión de Desarrollo Urbano, el regidor Jhonny Velarde (AP, invitado) solicitó información a la gerencia de la comuna sobre los humedales y abrió el debate sobre la zona entera. Su excorreligionaria Jessica Huamán, presidenta de la Comisión Metropolitana de Medio Ambiente, Salud y Bienestar Social, exigió transparencia al IMP.

En medio de la controversia, el director del IMP, Augusto Mendoza, renunció y desde entonces el ente es conducido interinamente por el gerente de Desarrollo Urbano, Eusebio Cabrera. A inicios de diciembre, el IMP ha presentado un nuevo RIZ que rectifica parcialmente el primero, pero mantiene la zonificación de comercio especial –industria liviana– para las 400 hectáreas del llamado Trapecio de Lurín, es decir, el área entre la actual y la antigua Panamericana.

“Estas son las mejores tierras de cultivo del valle”, sostiene Liliana Miranda, directora del Foro Ciudades para la Vida, miembro del consejo consultivo del Plan Metropolitano 2040 (que ya no se reúne) y coordinadora nacional del Pacto Global de Alcaldes por el Clima y la Energía.

La regidora Huamán ha solicitado que el nuevo RIZ se someta a la opinión pública antes de que el consejo de regidores convoque a voto.