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Domingo

La limpieza como protesta

Durante treinta días, la artista plástica Wynnie Mynerva barrió junto a su madre, una empleada doméstica despedida durante la cuarentena, las calles de Villa El Salvador para demostrar que la limpieza puede ser un trabajo deshumanizante.

Dos mujeres barren las calles de Villa El Salvador. Visten zapatillas y uniformes de empleada doméstica, y llevan escobas. Todos los días, de 9am a 5pm, se embarcan en un trabajo que parece imposible. Quieren limpiar “la 72”, un pampón de paso a un paradero, donde la gente bota basura. Todos los días las mujeres lo limpian y a la mañana siguiente encuentran más desperdicios que ayer.

Las desconocidas, que llamaron la atención de mototaxistas y transeúntes, fueron la artista plástica Wynnie Mynerva Mendoza y su madre Blanca Ortiz, empleada doméstica con treinta años de experiencia. Durante todo setiembre repitieron esta rutina que, en realidad, fue una performance artística. A Blanca su empleadora la despidió cuando comenzó la cuarentena. No le pagó la liquidación, tampoco la CTS, le debía vacaciones. Se fue sin nada de esa casa de Surco que limpió durante cinco años. Ella reclamó, pero no le hicieron caso. Su hija tuvo que ir a hablar con la dueña de casa acompañada de un amigo policía y solo así le pagaron lo que le correspondía.

Esta sucesión de eventos im- pulsó a la artista a planear la performance “¿Qué limpian las que limpian?”, que quedó finalista de del concurso Pasaporte para un artista 2020 de la Alianza Francesa, por lo que recibió mil soles, dinero que invirtió para “contratar” a su madre como su co-performista. El trasfondo de la puesta en escena de Mynerva va más allá del hecho de limpiar las calles de Villa.

“La limpieza es exclusiva de ciertos distritos de Lima. Me refiero a esa limpieza blanca y lustrosa, que no permite ni una mancha. La paradoja es que las personas que mantienen esa pulcritud no pueden acceder a ella porque provienen de distri- tos pobres donde es imposible mantener hasta los zapatos sin polvo”.

Su madre le contó cómo en las agencias de empleo les examinaban las uñas y hasta las orejas a ver si estaban limpias. “A una compañera la despidieron porque a su empleadora no le gustaba cómo olía su sudor”. añade Blanca. “¡Pero estaba trabajando! ¿Cómo puedes mantenerte pulcra si estás limpiando una casa? –replica Wynnie–. Esas personas tienen a las empleadas domésticas limpiando de forma compulsiva, claro, pueden pagar por eso”.

El desafío de la “72”

Lo que ha hecho la artista y su madre al barrer las calles de Villa es representar esa limpieza compulsiva e interminable. Por más que se esforzaron, el pampón de “la 72” nunca pudo librarse de los desperdicios. Es más, al verlas limpiar, algunos transeúntes les tiraban envolturas o cáscaras de fruta, y les decían que estaban barriendo mal. Se gastaron varias horas trabajando y no lograron su objetivo.

“Muchas empleadas domésticas consumen sus vidas en esa limpieza del nunca acabar –dice Wynnie–, tengo una tía que trabajó 25 años en una casa ‘cama adentro’. No tenía vacaciones. Su hija solo la veía un día a la semana. ¿La limpieza de los otros amerita hipotecar tu vida?”.

La artista, que proviene de una familia migrante de Huaraz cuyas tías y primas han sido trabajadoras del hogar, plantea que bajo el pretexto de querer mantenerlo todo impecable, los empleadores terminan abusando de sus empleadas al mantenerlas con regímenes es- clavizantes: “Quieren tenerlas a su disposición las 24 horas para poder controlarlas y saber que tienen el poder sobre ellas porque están dentro de sus casas”.

Cuando Wynnie y su madre terminaron la propuesta artísti- ca, que está registrada en fotografías, se aprobó en el Perú la Ley 31047 de las Trabajadoras del Hogar, que les reconoce derechos como tener un contrato de trabajo, cobrar el sueldo mínimo, tener vacaciones de 30 días, gratificaciones completas, cobro de la CTS, entre otros beneficios.

“Que se reconozca nuestro trabajo. Por nosotras los señores van limpios y con la ropa planchada a trabajar, y aún así nos minimizan”, dice Blanca y Wynnie agrega: “Mi madre ha vivido una revolución interna después de esta pequeña acción, ha reconocido que su trabajo es valioso”.

Periodista en el suplemento Domingo de La República. Licenciada en comunicación social por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y magíster por la Universidad de Valladolid, España. Ganadora del Premio Periodismo que llega sin violencia 2019 y el Premio Nacional de Periodismo Cardenal Juan Landázuri Ricketts 2017. Escribe crónicas, perfiles y reportajes sobre violencia de género, feminismo, salud mental y tribus urbanas.