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¿Cómo despegarnos de las redes sociales?

Un documental de Netflix reveló que estas plataformas digitales fueron creadas para ser adictivas, para quedarse con nuestros datos y para vendernos cosas. Tres usuarios dan sus recomendaciones para tener una relación más sana con el mundo virtual.

Este es un pequeño test para saber si usted vive inmerso en las redes sociales: 1) ¿Lo primero que hace en las mañanas es ver sus notificaciones de Instagram? 2) ¿Compró esos lentes de sol que no necesitaba tras verlo varias veces en su timeline de Facebook? 3) ¿A cuántos amigos que no pensaban como usted bloqueó del Twitter? 4) ¿Consumió algún tratamiento milagroso contra el COVID que le compartió su prima por WhatsApp?

Si usted respondió “sí” a todas las opciones debería ver El dilema de las redes sociales, un documental de Netflix, que ha hecho considerar a más de uno abandonar el mundo virtual de los “likes” y las campanitas porque –a decir del director Jeff Orlowski– nos crea adicción, se adueña de nuestro tiempo, nos vuelve intolerantes, socava nuestra vida social y, hasta, pone en peligro las democracias. ¿De verdad las redes so- ciales pueden ser tan nocivas o estamos exagerando? ¿Existe alguna vacuna que nos inmunice de sus daños?

La comunicadora Jimena Ledgard eliminó hace tres años su cuenta de Facebook, usa Instagram para subir algunas fotos y ha reducido gradualmente su dosis diaria de Twitter. Como activista feminista, en algún momento se volvió una tuitera incansable, con miles de seguidores, presta a dar su opinión a toda hora. Confiesa que, como es insomne, podía despertarse a las cinco de la mañana y quedarse más de una hora “escroleando” –moviendo el dedo de arriba a abajo de la pantalla– por más de una hora.

Ver sus tuits compartidos por mucha gente le provocaba un subidón, un “hit de dopamina”, como le llama, que comenzó a cuestionarse. Se dio cuenta que Twitter la recompensaba cuanto más radicales y reduc- cionistas eran sus opiniones. Había caído en un círculo vicioso que le consumía el tiempo. “¿Qué diablos le estaba haciendo a mi cerebro si me sentía más valorada cuando tuiteaba este tipo de mensajes?”, comenta.

Lo que sucedió a Jimena se parece a lo que nos pasó a muchos cuando nos volvimos locos por los selfies y vivíamos pegados a las pantallas sin importarnos a quien teníamos en frente. Nos volvimos adictos a las redes sociales porque para eso fueron diseñadas y el documental lo deja en claro. Tristan Harris, exdiseñador ético de Google, así como varios ex-trabajadores de estos monstruos de la tecnología, concuerdan en que: “Estas plataformas fueron diseñadas para hackear la mente de la gente y así obtener más crecimiento, más actividad, más visualizaciones”.

Jimena ha ideado un plan para racionalizar el uso del teléfono y lo compartió en Twitter (para no perder la costumbre): Su celular ‘vive’ en silencio desde hace meses y solo timbra cuando la llama algún familiar. Ha desactivado todas sus notificaciones para reducir ese sobreestímulo de luces, vibraciones y soniditos que se roban nuestra atención. Despegarse del Twitter le está costando, pero cambiar su contraseña por una difícil de recordar la mantiene a raya. Su mejor compra ha sido un reloj digital para su mesa de noche. Así ya no usa el celular como alarma y lo deja fuera de la habitación.

“Las redes acceden a un nivel de información de tus hábitos y patrones de comportamiento que llegan a saber de qué pie cojeamos y qué recompensas nos mantendrán enganchados (...) Depredan nuestra atención, que es algo que se entrena o se pierde y, cuando esto pasa, es difícil recuperarla”, dice Jimena.

El gran hermano

Pero, ¿cómo pueden estas plataformas saber tanto de nosotros y hasta adivinar nuestros deseos? La película también lo responde: son los algoritmos, esos entes informáticos a los que evocamos cada vez que una red social nos muestra la publicidad de ese buzo deportivo o ese libro que se ajusta sospechosamente bien a nuestro gusto.

“No son más que una serie de órdenes de programación que se introducen en el sistema para que actúe de cierta manera –dice el hacker policía y experto en inteligencia artificial (IA), Keith Fernández–. En el caso de las redes sociales, los algoritmos compilan toda la información posible sobre sus usuarios (qué música escuchan, qué marca de celular prefieren, cuánto tiempo pasan conectados), todo para direccionarles publicidad personalizada”.

El bombardeo de la oferta por internet es tan agresivo (fíjese cada cuántos posts de Facebook le aparece un anuncio) que hasta el suboficial cayó hace unos días y compró un portalapiceros que no necesitaba. Sin embargo, recomienda estas medidas para frenar la publicidad no deseada: 1) Antes de navegar en la red, tómese unos minutos para borrar los cookies de su na- vegador, que son los rastros que deja nuestra actividad virtual y que alimentan los algoritmos. 2) Gmail guarda las búsquedas que hacemos por Google, así es que cierre su ventana cuando navegue desde la PC si no quiere que le aparezca publicidad en el celular. 3) Use redes sociales alternativas como Telegram o Reddit, la una crea grupos de acuerdo con intereses muy específicos y en la otra la propaganda es casi nula.

Y aquí llegamos al punto de la fría verdad. Aparentemente las redes sociales son gratuitas, pero no es así: “Si no paga por el producto, entonces usted es el producto”, dice Carlos Zúñiga –director de la asociación de defensa del consumidor Elegir–, y se refiere a que nuestros datos personales son los productos que las redes sociales ofrecen a las marcas para que nos vendan sus mercancías.

“Nuestra información personal tiene un valor monetario, no podemos ir entregándola así no más, porque nos exponemos a que direccionen nuestro consumo”, agrega y pone un ejemplo: “Cuando le pinchábamos al ‘Estoy aquí’ de Facebook en los restaurantes, el algoritmo fue creando un patrón. Podía saber que a la una era tu hora de almuerzo y que estarías en el Centro de Lima por tu ubicación de GPS, entonces, media hora antes ya te estaría enviando una notificación para reco- mendarte un restaurante espe- cífico influyendo así en tu libre elección”.

No hay nada de malo en que mi celular me sugiera un lugar rico para comer, pero, ¿qué pasaría si YouTube empezara a recomendarme solo videos que refuercen mis ideas o creencias?: “Los algoritmos saben que las personas con un discurso más duro pasan más tiempo en las redes, eso significa que si tienen que darte contenidos falsos [como los que dicen que la pandemia es un complot político] lo harán con tal que pases más tiempo conectado”, dice Zúñiga.

El abogado recomienda verificar en fuentes oficiales la información que nos llega y escoger nuestros contenidos. No hacer click como autómatas en todo lo que nos ofrezcan las redes. También es importante no iniciar sesión en sitios web con nuestra cuenta de Facebook o Google, porque le estaremos entregando a esas redes más información sobre nuestras preferencias. Y, por favor, no pinchemos “aceptar” a todo. Leamos bien si la app de calculadora que bajé no me pide tener acceso a mi cámara.

Las redes sociales pueden querer nuestro tiempo, atención y dinero, pero no somos zombies. Eso sí, será difícil enfrentarnos a los algoritmos a los que hemos nutrido desde que dimos nuestros primer like.

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