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Domingo

Método Kondo para decir adiós

Una familia perdió al abuelo por el coronavirus. La viuda no sabe qué hacer con sus cos Una mujer experta en el método de organización de Marie Kondo le acompaña a ordenar y a darles la despedida que no le dio a él

La señora Beatriz Ladines de 90 años acaba de ubicar la última ruma de papeles en la mesa del comedor con ayuda de su nieta Carla. Tras más de una hora removiendo las cosas de la casa, hurgando en cajones y rebuscando en armarios viejos, han juntado una gran pila de hojas amarillentas escritas a máquina, libros del siglo pa- sado, medicamentos sueltos, vouchers de pagos, partidas de nacimientos, retazos de papel de regalo, diplomas, certifica- dos de trabajo. Son cosas que pertenecieron en vida al economista Luis Carranza, esposo de Beatriz, padre de cuatro hijos y abuelo de dieciséis nietos, que murió en mayo último de COVID-19 a los 91 años. Parece que un huracán hubiese pasado por el comedor de la casa y ese huracán tiene un nombre: Katherina Exebio, que, con traje protector y mascarilla, vino a moverlo todo con la promesa de darle alivio a Beatriz.

Carla Salazar la contactó hace unos días para que ayudara a su abuela a ordenar las cosas del difunto y a despedirse de ellas porque a él –con quien estuvo casada 65 años– no pudo decirle adiós por las razones que todos conocemos. De hecho, a los pocos días de su fallecimiento, la familia tuvo que retirar casi todas sus pertenencias de la habitación matrimonial porque así lo dictaba el protocolo de salubridad. A Beatriz le arrancaron de cuajo los recuerdos de su vida conyugal. Solo alcanzó a guardar los trajes que usaba Luis cuando era profesor universitario. Sin embargo, hubo un conjunto de cosas que sus nietos no tocaron. Sus libros, sus apuntes y sus documentos eran territorio aún no explorado y hacia allá fue Katherina para recuperarlos.

Esta administradora de empresas de 48 años tiene experiencia enseñando a las personas las virtudes del orden y el desapego: “Solo debes quedarte con lo que te haga feliz — dice—. Si un objeto te da alegría, quédatelo, si no, lo botas”. Incluso, plantea que organizar la casa tiene efectos terapéuticos: “Limpiar es enfrentarte al polvo. Ordenar es enfrentarte con tu pasado. Puedes hacer yoga, tener un coach o ir al psicólogo, o puedes ordenar tu vida ordenando tus cosas”, apunta.

Esa filosofía para alcanzar la felicidad limpiando los espacios atiborrados de la que habla Katherina no la inventó ella, sino Marie Kondo, la gurú de la organización doméstica, famosa por el método KonMari, que pro- mete cambiar vidas con el solo hecho de botar lo que no sirve y doblar la ropa en forma de paquetito. La japonesa ha vendido millones de libros traducidos a múltiples idiomas y hasta tiene su reality en Netflix, ¡A ordenar con Marie Kondo! (2018). Detrás de ella hay una fila de discípulas que beben de su sabiduría para darlas a conocer al mundo.

En 2018, Katherina viajó a New York para convertirse en una de ellas. Pagó 2,500 dólares por un taller para aprender la técnica en profundidad y convertirse en una consultora certificada de Marie. Lo consiguió después de un año, tras varias pruebas que consistían en aplicar lo aprendido en su casa y en la de dos voluntarias. Se volvió una experta en organizar las cosas por categorías y no por ubicación, como manda el método: primero la ropa, luego los libros, papeles, objetos misceláneos (toallas, cordones electrónicos, dvd’s, etcétera) y, por último, los de valor sentimental.

Katherina se había hecho de una cartera de clientes –en especial empresarias y ejecutivas–, que requerían de una asistente para organizar sus espacios. Les cobraba 200 soles por ordenar sus casas “de una vez y para siempre”: “El método cambia tu forma de pensar y cómo te relacionas con tus cosas –dice–, yo no limpiaba sola, ellas me acompañaban en el proceso”.

La cuarentena frenó su emprendimiento, pero lo retomó dando talleres de forma virtual a través de su web lamagiadelorden.com. La gente le pedía consejos de todo tipo (el encierro las había hecho más conscientes de su desorden), y le llegó una pregunta que la dejó pensando: ¿Qué hacer con los objetos de los muertos?

Una pequeña caja

Acompañar al deudo a organizar las cosas del difunto es un reto para ella, que conoce de cerca las múltiples reacciones que tiene la gente cuando escarba en sus propias cosas: “Les puede mover mucho”, dice recordando a aquella mujer que lloró cuando halló perdido en el rincón de su alacena unos moldes de galleta que no volvió a usar cuando se divorció, o aquella arquitecta que, cuando recuperó sus libros de dibujo enterrados en su estante, decidió empezar una carrera de diseño gráfico. “Los tiempos del luto son diferentes. Puede tomar meses o años recuperarse de una pérdida. Y es comprensible que el familiar no quiera botar las cosas. Todas tendrán una alta carga sentimental. Yo respeto mucho su voluntad”, añade.

Naturalmente, a Beatriz la sensibilizó reencontrarse con papelería y manuscritos de su esposo que creyó perdidos. Después de dos horas de nadar en el mar de los recuerdos de Luis, rescató de la gran ruma un par de revistas que compraron cuando viajaron de vacaciones a Jerusalén, la partida de nacimiento de la mamá de Carla, un cuento tipeado a máquina que alguien de la familia escribió y que Beatriz dejó a media lectura, el examen de un alumno de Luis que obtuvo 16 de nota. “Él era muy exigente, seguro que lo guardó porque nunca ponía notas altas”, bromeó Beatriz. Hallaron, además, páginas de un libro de estadística que el abuelo redactó a mano y que la viuda pidió guardar porque “le podría servir a algún sobrino”. Incluso, rechazó deshacerse de unos lentes porque “alguien los podría usar”.

“Los adultos mayores tiene más apego a las cosas porque vienen de la cultura de la escasez y la guerra, de la época en que las cosas y los matrimonios duraban para siempre. Tienen la costumbre de guardar por si acaso (...) A Beatriz le advertimos que no haríamos nada que ella no quisiera”, apunta Katherina.

Carla afirma que después de la experiencia sintió a su abuela más liberada pues dijo cosas que no pudo expresar cuando murió su esposo: “No hubo velorio, no fue a su entierro, aún sigue confundida, nos preguntaba porqué retiramos sus cosas”, dice. Si bien Beatriz también dio positivo al coronavirus, no tuvo síntomas ni se enfermó. Sin embargo, sus nietos decidieron deshacerse de las cosas del abuelo preocupados por un posible nuevo contagio: “Todo fue tan aséptico y rápido –recuerda Carla–, ella necesitaba un espacio para despedirse”.

Al final de la visita de Katherina, la viuda se quedó con una colección de papeles que cupo perfectamente en una pequeña caja de plástico. Allí estaba la vida intelectual de su esposo. “Beatriz atesoró solo lo imprescindible y lo almacenó en un lugar accesible, los papeles importantes ya no se perderán en un sinfín de objetos, estarán a la mano para recordarle los buenos momentos”, dice Katherina.

“Le dijimos adiós cumpliendo lo que él quiso en vida. Siempre decía que quería ordenar sus papeles y cuando los tenía en frente no quería botar nada”, dice Carla, una seguidora empedernida de Marie Kondo.

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