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Huertos en la ciudad

No es necesario tener una gran extensión de tierra para cultivar alimentos. También se puede hacer eso en la ciudad, entre los edificios y el cemento. Techos, terrazas, patios, parques y otros espacios urbanos pueden ser aprovechados. Tendríamos alimentos frescos y Lima sería más verde.

Hace unos cinco años, Mabela Martínez, la reconocida conductora de Sonidos del Mundo, se interesó por hacer una huerta en el techo de su casa. Investigó mucho en internet, llevó un curso en la Universidad Agraria de La Molina y empezó con fuerza: cultivos orgánicos en tierra y cultivos hidropónicos. Empezó con tomate en las dos formas de cultivo.

“La hidroponía funciona para espacios pequeños. Si quieres hacer sembríos de lechugas las puedes tener flotando en un taper grande, de 1 por 70, y puedes tener diez lechugas en un espacio chico. En el tomate también se puede hacer hidroponía, pero involucra químicos y un sustrato de tierra inerte. Si le dejas de poner minerales al agua, se muere”, explica.

“En tierra necesita agua, abono y es más difícil que se muera. Para esta parte hice camas con la madera de parihuelas. Las desarmé, hice camas altas y las mandé poner a la altura de mi ombligo, en un espacio grande de tres por dos metros, para poder regarlas. Compré tierra, abono, puse riego tecnificado. Hice las dos cosas -orgánico e hidropónico- en paralelo”, agrega.

Cultivó ese primer año tomates, lechugas y albahacas hidropónicas; y tomate orgánico crecido en tierra. La cosecha de tomate fue, según sus palabras, espectacular. Había días en que cosechaba cuatro kilos del fruto y tenía que hacer pasta de tomate o conserva para que no se malograra. Además obtuvo varios tipos de tomate porque cuando viajaba compraba semillas de Italia, de España, de Estados Unidos. Y aquí mismo, compraba semillas de variedades que no tenía.

“Ha sido bien interesante entrar en esto. También le dedicaba tiempo a la poda y al tutorado. Aprendí. Hice lechugas hidropónicas y era un vergel. Si no la arrancas, sino que le quitas hoja por hoja, la lechuga sigue ahí. Yo sacaba unas doscientas hojas para mí y mis amigos, y las lechugas seguían ahí, dando por semanas y meses”, cuenta.

Este año no le fue tan bien con los tomates porque -se lamenta- no le dedicó el suficiente tiempo por los conciertos que produjo en febrero. Su huerto tiene dos zonas: una parte con camas altas, con lechugas, albahacas, arúgulas. Está cubierto con una malla antiáfida, es transparente y tiene luz. La otra parte tiene cuatro por cuatro metros y ahí están los tomates. Está cubierto porque sino vendrían las aves y se los comerían.

Para Mabela esta experiencia ha sido enriquecedora y comenta que en la ciudad se puede cultivar en espacios muy pequeños. “Hay gente que solo tiene una ventana y ahí podrían tener albahaca, o perejil o culantro, que crecen hacia arriba”, comenta. En su caso, siempre tiene productos frescos en la mesa. Y para alguien que gusta de cocinar como ella, no hay nada mejor que eso.

Una ciudad verde

La ingeniera Saray Siura, es la jefa del Programa de Investigación en Hortalizas “El Huerto”, de la Universidad Nacional Agraria La Molina, y una gran impulsora de los huertos urbanos. Es decir, de hacer agricultura en la ciudad.

“La agricultura urbana siempre ha sido una oportunidad para las ciudades y con esta pandemia es mucho más urgente que la gente pueda tener posibilidad de acceder a alimentos frescos y mejorar su alimentación sabiendo cultivar. Sobre todo alimentos que se puedan obtener sin mucha exigencia y sin esperar tanto como cuando se planta un árbol”, explica.

Es una convencida de que hay espacio para hacerlo: si lo hay para jardines, también lo hay para hacer estos “jardines comestibles” que además pueden ser armónicos con la ciudad. ¿Se imaginan caminar por la ciudad y sentir el aroma de la menta, o la manzanilla, o la hierba luisa, o el de un limonero en un jardín?

“En el corazón de la ciudad siempre hay espacio donde puedes poner una maceta con algún cultivo. Y en los asentamientos, por ejemplo, dejan el área para un parque y nunca lo implementan. Se pueden usar. En los colegios hay terrenos que pueden servir para que los chicos aprendan de esto”, propone.

La ingeniera Siura cuenta que algunas municipalidades han permitido, a solicitud de los vecinos, el uso parcial de parques para huerto vecinal. Ella misma ha asesorado a vecinos organizados para proyectos de este tipo: en Villa María del triunfo hay un huerto urbano al lado de las vías del tren. Y en Ventanilla un grupo de vecinos tiene un huerto que ha ido creciendo.

“Ahora que se habla de que el 50% de los peruanos no tienen refrigerador, cuando tienes una huerta, mientras no quites la lechuga no se marchita, solo la coges si la vas a comer. En los comedores populares es como si tuvieras un gran refrigerador”, dice.

Saray Siura también llama la atención sobre un tema: es importante conservar las áreas de cultivo cercanas a Lima: Carabayllo, Lurín, Pachacámac, Huachipa, Ate-Vitarte, valles con tierras ricas para cultivar pero que lamentablemente se están urbanizando y perdiendo. “Que se conserven y se siga cultivando. Eso garantiza que Lima esté cerca a zonas de abastecimiento”, comenta.

La UNALM forma parte de la Plataforma Agricultura Urbana en Lima (PAUL) que trabaja en los valles de Chillón, Lurín y Mala, y con asociaciones de agricultores urbanos de Villa El Salvador, Villa María del Triunfo, San Juan de Lurigancho, Comas y Carabayllo.

Huerto en la arena

“Ambientalistas al rescate” es una asociación de vecinos del Grupo Residencial E-4 del Proyecto Nueva Pachacútec, en Ventanilla, Callao. Allí el vecino Óscar Mejía cuenta que hace un año la Universidad Agraria los capacitó en el tema de huertos urbanos y empezaron en un área comunal de cien metros cuadrados que ahora ha crecido a quinientos metros.

“Empezamos quince personas y ahora somos ocho. Algunos se quedaron porque no han podido regresar por la pandemia y otros no están participando porque son adultos mayores”, explica.

En los inicios acudieron a unas granjas cercanas y con abono de cuyes y pollos, además de aserrín, enriquecieron la tierra de lo que iba a ser su huerto. Los resultados los vieron al poco tiempo: cultivaron albahaca, lechugas, coliflores y camote en camas pequeñas. Su terreno es inmejorable porque tiene agua cercana.

“Ahora tenemos beterraga, col china, acelga, rabanito, tomate cherry, lechuga, albahaca, ají amarillo, yerbabuena, orégano, hierba luisa, hinojo”, cuenta Óscar.

En su zona, además del huerto comunal, doce vecinos tienen jardines-huerto que cuidan intercambiando tips de cultivo. Él mismo, que también es dirigente zonal, trabaja con mucho esmero en el jardín de su casa: allí tiene un papayo que sembró hace unos años, algunas hortalizas y distintas yerbas para infusión.

Los vecinos trabajan por turnos en el lugar y la cosecha se la reparten entre todos. También están certificados para vender productos orgánicos pero por ahora es para su consumo.

“Los huertos urbanos no solo pueden alimentar a una familia sino que pueden hacer más verdes los techos y las áreas abandonadas de una ciudad gris como Lima” dice la ingeniera Siura. A ver si para el futuro la tendencia crece en Lima.

Bachiller en Comunicación Social por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Periodista del Suplemento Domingo de La República desde 2003, donde también realiza labores de subeditor. Antes trabajó en el diario El Mundo. Mención honrosa del Premio Salwan 2014. Escribe crónicas y reportajes de actualidad y cultura. Ha realizado coberturas periodísticas en el país y el extranjero.