Precio del dólar hoy, miércoles 24 de abril
Domingo

Juan Manuel Robles: “Las muertes no son solo por el virus, hay responsabilidades individuales, negligencias y miserias”

Entrevista a Juan Manuel Robles. Cronista y escritor.

Juan Manuel Robles
Juan Manuel Robles

¿Qué es memoria? Es el concepto que ampara a los deudos de las víctimas de la violencia interna que reclaman justicia. Es también un objeto con el que trabajan los hombres que creen en la ciencia ficción, un recuerdo que puede ser convertido en terabytes para preservar la conciencia de un hombre muerto. Y es información que viaja por nuestras neuronas, entre conexiones sinápticas, cosa de expertos en neurociencia. ¿Cuál será nuestra memoria sobre esta pandemia? Juan Manuel Robles puede decir algo sobre eso. En los últimos años, el escritor trabaja con los recuerdos, los suyos y los ajenos. Su materia prima es el pasado.

En la crónica que publicaste en el libro Un mundo lleno de futuro, Susan, una paciente de tuberculosis, te dice: “En una ciudad como Lima, todos deberíamos llevar una mascarilla N95 en el bolso”. Y lo que pensaba es que al hacer esa crónica, publicada en 2017, te estabas asomando al futuro.

Bueno, lo que ocurre es que estas investigaciones te llevan a ver señales muy claras de lo que va a ocurrir. Y en la investigación sobre la tuberculosis, una de las cosas que salió fue la presencia de máscaras. Son personas que uno no conoce pero que usan máscaras por precaución, siempre. El asunto era muy específico, ella me hablaba de las N95.

Y hasta te daba la marca.

Sí, 3M. Claro, que es la más conocida, que en una farmacia te costaba cuatro soles. Además, hay que decir que en otros países, antes de la pandemia, ya había la costumbre de usar mascarillas. Sin ir muy lejos, en Colombia, debido a una campaña de salud de hace años, alguien que tenía una gripe o un resfriado muy fuerte se ponía mascarilla para no contagiar a los otros. Tú veías eso y te llamaba la atención. Y ya no hablemos de los países asiáticos. Lo que ella me decía tiene que ver con la incidencia de la tuberculosis en una ciudad como Lima. “Si tú vas a estar algo desprotegido, con las defensas bajas, con mucho estrés, y te metes en nuestras combis, nuestros lugares de alta concentración de personas, deberías ponerte una mascarilla N95”, esa era su recomendación. Y eso fue algo que me quedó como una imagen muy marcada. Es interesante que me lo preguntes, porque fue lo primero a lo que recurrí cuando empezó todo esto. Soy un orgulloso desobedecedor de la OMS, que dijo en un primer momento que no había que usar mascarillas, y menos las N95, que no te protegían a ti, sino a quienes estaban en contacto con pacientes contaminados, lo que era un poco absurdo. Y lo que hice en febrero, fue comprar estas mascarillas para toda mi familia, porque vivo con adultos mayores; mi padre, sus hermanas. Además, estaba esta idea de llevar la mascarilla en la cartera, como un paralizer…

Como un objeto de uso común.

Claro, es que yo creo, para redondear la idea, que nuestra situación de salud daba como para tener en mente la idea de protegernos con mascarillas mucho antes. En una ciudad como Lima debería ser más normal.

La historia de Susan es interesante. Una encuestadora la pondría en el sector A de la población, como una habitante de la “Lima moderna”, que viaja frecuentemente fuera del país y está inscrita en el Lima Cricket, pero que aun así termina contagiada de tuberculosis, lo que te habla de lo lejos que está el país de erradicar estas enfermedades.

Sí, bueno a mí esto me parece súper poético. La tuberculosis tiene la característica, a diferencia del Covid, de que su forma de acción es insidiosa, es lenta, profundamente lenta, y eso genera que se le pueda dejar de lado.

Ignorarla.

Ajá. Entonces, es gracioso, porque la tuberculosis se vuelve la vergüenza de un país que cree que está entrando al primer mundo, a la OCDE. El Perú es campeón regional de tuberculosis multidrogo resistente, digamos que tiene una responsabilidad. Pero cuando hay encuentros internacionales para ver este problema, una de las cosas que sale es que no hay apoyo, entre otras cosas, porque “eso no le hace bien a la imagen del país”.

Eso es interesante. Habla de un país que ha vivido en una burbuja, creyéndose el discurso del crecimiento económico, del alto consumo y la supuesta efectividad de la salud privada

Esto de la salud privada es algo que pude ver en la investigación, con el caso de esta mujer con dinero, que de pronto tiene tuberculosis, porque la mujer que trabaja en su casa la contagia. Hay un momento que es revelador en todos los casos de clase media o clase media alta que yo consulté y es cuando tu clínica privada te dice: “Señor, usted debe salir de aquí. Usted tiene una enfermedad que es un asunto de salud pública que no está cubierto por su seguro. Y nosotros no lo tratamos”. O encuentras neumólogos que no saben tratarla. O neumólogos que te dicen: “No señor, usted cómo va a tener tuberculosis. Tómese estas azitromicinas”.

¿Estás diciendo que las clínicas privadas más pintadas, cuando llega un caso de tuberculosis, así sea alguien que puede pagar un seguro caro, lo mandan a la salud pública?

Totalmente. Y te mandan después de meses de incapacidad de detectarlo, porque no está en su mente. Y lo que no está en nuestra estructura mental no existe. A mí me han hablado de gente que tenía tuberculosis, y cuando los de la ambulancia de la clínica se enteraron que tenía esa enfermedad se fueron. Mira, hay gente que puede contar abiertamente que es VIH positivo pero no puede hacer lo mismo con la tuberculosis. Es un estigma muy fuerte.

En esa misma crónica hay otra historia, la del doctor Mirko Zimic, un científico que está tratando de encontrar una cura contra la tuberculosis, a pesar de las carencias, y que ahora, ante la emergencia, está buscando una vacuna contra el coronavirus, experimentando en alpacas y gallinas. ¿Por qué un personaje así es casi anónimo en nuestro país?

A ver, yo creo que el neoliberalismo acentuó una especie de división en el trabajo, de facto. Entonces, los países pobres que queremos ser prósperos no hacemos algunas cosas: no creamos ciencia, no creamos tecnología, porque dicen que es muy cara y no nos va a salir a cuenta. Lo que hacemos es turismo, servicios, exportar minerales. Esa división ha calado muy fuerte en países como el Perú. Eso es lo primero. Lo otro es que no entendemos que tenemos problemas específicos; nuestra salud genera problemas específicos; el comportamiento viral, en el caso de la tuberculosis, genera necesidades específicas. Pero como eso es algo que ocurre en los cerros, que no le importa a nadie, la ciencia también avanza en esa suerte de miseria. Y lo que hizo Zimic fue perfeccionar un método de diagnóstico, desarrollado en el Perú, para detectar en siete días algo que antes debía enviarse fuera del país.

Si hoy tuvieras que escribir tus memorias sobre la cuarentena, ¿cuál sería tu recuerdo más doloroso?

Lo que pasa es que en mi caso la cuarentena coincidió con un hecho personal. Una tía, que era como una madre para mí, que estuvo siempre conmigo y me cuidó, murió unos días antes de la cuarentena. Tuvo una complicación relacionada con el cáncer y todo fue muy rápido. Entonces, yo he pasado de estar las últimas semanas en el Rebagliati a quedar encerrado en la cuarentena. Y esta cosa que está instalada socialmente, que es el duelo, la cuarentena termina robándosela.

Vas a dictar un taller de narrativa que se llama, ¿Cómo prevenir la futura epidemia de recuerdos falsos sobre el 2020? ¿Es eso posible? ¿Eliminar nuestros recuerdos falsos? Suena a guion de película de Michel Gondry.

Yo creo que los recuerdos falsos van a surgir de todas maneras. El problema es que hay muchas personas que no son conscientes de cuántos recuerdos falsos tienen y cuántos van creando en una circunstancia como esta. Y es interesante porque hay una apariencia de gran acontecimiento, y junto con esa apariencia hay la sensación de que nosotros, los que seremos viejos, vamos a tener la autoridad de decir: “Yo estuve allí y esto pasó así”, que es lo que siempre nos ocurre. Este tipo de ideas sobre la fidelidad de la historia es algo en lo que conviene reflexionar.

¿Qué es lo peligroso de que el relato de la cuarentena se llene de recuerdos falsos? ¿Que el tema pueda frivolizarse? ¿Que de pronto todos seamos héroes, como si todos hubiéramos pasado por las mismas complicaciones?

Hay varios riesgos. Aunque yo creo que la distorsión no es necesariamente mala. Ocurre algo muy simple, se ha visto en las llamadas memorias relámpago o flashbulb memories, que son nuestras memorias de eventos traumáticos y colectivos. El último gran flashbulb memorie fue el 11 de septiembre. Yo te puedo preguntar dónde estuviste ese día. Y tú me vas a responder que te acuerdas perfectamente. En algún momento se entendió que dado el componente emocional de esto, se configuraba una memoria que iba a perdurar, tallada en piedra. Pero, con el 11 de septiembre se hicieron pruebas, se comparó lo que contaban las personas cinco días después del evento y cinco años después del mismo. En todos los casos la confianza era la misma. Todos decían que lo recordaban perfectamente. Sin embargo, en los relatos habían diferencias sustanciales. Algunos decían que no vieron el choque del avión con las torres, y luego que sí, que estuvieron allí. Entonces, el nivel de distorsión es enorme, y tiene que ver con algunos procesos biológicos o con nuestros deseos de protagonismo.

El caso peruano de evento traumático serían los años de violencia interna.

Claro, hay gente que me dice: “Mira, en esa época yo salía y siempre me encontraba con un coche bomba”. Eso no es posible. Uno no es negacionista por decir eso. Simplemente no es posible, basta con establecer una estadística básica del recorrido diario que hacía una persona. Pero hay ideas que se van repitiendo. Hay relatos que de tantos repetirlos distorsionan tus propios recuerdos.

Es interesante que lo menciones. Antes de la pandemia, el término memoria se asociaba a la lucha de los deudos de víctimas de la violencia interna por encontrar justicia. Pero los peruanos nunca nos hemos puesto de acuerdo en eso. Lima recuerda lo doloroso que fue Tarata pero nunca llora por Lucanamarca o los muertos en Los Cabitos. ¿Podríamos tener ahora una memoria común sobre la pandemia?

Yo creo que lo claro es que esta es una búsqueda de la sociedad. A estas alturas está claro que las muertes de esta pandemia no son solo por el virus, sino que hay responsabilidades individuales, negligencias y miserias. Eso va a generar un relato. Y si bien es cierto que en el Perú el olvido es una sentencia, hay algunos relatos que terminan permeándose en algo que podríamos llamar memoria colectiva, a pesar que fueron elaborados mucho tiempo después de lo que ocurrió. Por ejemplo, la gente cuando se refiere a las atrocidades del Ejército habla de la piscigranja, que es una orden que dieron para que comuneros hicieran una piscina en la que iban a ser enterrados ellos mismos. Esta historia fue confirmada, con todas las pruebas, recién el 2007, pero parece que ya está amalgamada en nuestra memoria del conflicto.

¿De dónde viene tu fascinación por el ámbito de la memoria? Te has obsesionado con el asunto. En tu novela Nuevos juguetes de la Guerra Fría has explorado en tus propios recuerdos, en tu libro de cuentos No somos cazafantasmas has jugado con elementos distópicos en los que la memoria es una mercancía, y hasta has llevado cursos de neurociencias en la Universidad de Nueva York.

Yo creo que es un extremismo que hacemos los escritores al mirar hacia el propio pasado. Y en mi caso, en la novela, ese viaje al pasado, a una niñez muy parecida a la mía, se encontró rápidamente con la problemática de que toda esa ilusión de mundo infantil era una construcción que tenía muchos elementos falsos, lo cual tenía que ver con cuestiones afectivas, personales, pero también con cuestiones políticas, más grandes. Y lo que me fascina de esta situación es saber de cuántos lugares puede venir la distorsión de la memoria. Acaba de salir una película de un niño nazi (Jojo Rabbit), en la que Hitler es su pop star, y él adora todo eso, todos los emblemas. Ese personaje vivió su infancia con los símbolos que le tocaron y después, cuando es grande, se da cuenta que lo que ocurría. Y cuando yo estaba escribiendo la novela me di cuenta que yo necesitaba compartir con el posible lector mis dudas sobre algunas verdades.

Ahora que hablas de niños que son guiados por el relato de otros, ¿qué tanto te pareces al niño Iván Morante, a tu protagonista? ¿También fuiste un niño pionero en un colegio de inspiración soviética? ¿También tenías prohibido ir al KFC porque era símbolo del imperio?

Bueno, sí. Yo fui un niño de alguna manera adoctrinado, como muchos hijos de padres de izquierda. Mi padre era un simpatizante. Trabajó en Prensa Latina. Todavía trabaja allí. Y ahora está feliz con las cifras de Cuba, es como la confirmación de que todo tenía un sentido. Y sí, cuando mi padre fue a Bolivia, me puso en la escuela de los hijos de los diplomáticos, que era una suerte de declaración de principios. Y bueno, con la ideología también aprendes a desconfiar de algunas cosas que lucen recontra cool: la Coca Cola, el chicle, el Kentucky. Claro, la idea enferma es que están hechas para tener adormecidas a las masas. Y mira que eso no es tan descabellado. ¿Viste la cola que hubo en KFC cuando se reabrió?

Así que hay que agradecerle a tu padre que no hayas estado en esa cola.

Bueno, hay que ver la avidez con la que algunos chicos, más jóvenes que yo, quieren una McDonald’s, es impresionante.

Cuando te han entrevistado por la novela, muchos colegas te han preguntado si es una manera de hacer justicia con el pasado, y lo que siento es que lo que realmente querían preguntarte es si tú también, a la distancia, estuviste en una situación similar a la del protagonista, que en determinado momento le reprocha a su padre haber pertenecido a un grupo subversivo.

El padre es siempre el arquitecto de lo correcto, de lo que vale la pena y de lo que no. Y cuando te das cuenta que algo de ese mapa moral que hizo tu padre no estaba en lo correcto, claramente, por supuesto que sientes una cosa íntima y por supuesto que lo cuestionas. En general yo creo que mi padre y muchos otros fueron infantiles en creer en esta narrativa del cambio social a través de la lucha armada. Su utopía era la lucha armada, pero no veían lo del medio. Y no lo veían porque eran infantiles, solo veían la insurrección. Y acá te estoy hablando del envilecimiento del MRTA. Sendero era otra cosa, era terror por el terror. Y eso es otra cosa que se pierde en esta carrera de versiones oficiales. La vez pasada hablaba con alguien que tenía que visitar a su padre que estaba preso por senderista. Y para mí, en mi mundo pequeño, los senderistas eran lo peor, unos sanguinarios. Y esta persona me contaba que cuando ella iba al pabellón, los amigos de su padre, que eran como sus tíos, le decían: “Cuidado, no pases por allí, esos son del MRTA, unos rateros y secuestradores”.

Así que allí había un relato contrario a lo que pensabas.

Claro, y esta persona me contaba que siempre creyó que los del MRTA eran peores moralmente. Entonces, allí tienes una diferencia que no se ha explorado mucho, porque viene de un discurso de gente mala, que son las diferencias de moral y de valores entre emerretistas y senderistas. Y a mí me tocó ver algunas cosas por el lado emerretista, porque mi papá era muy admirador del Ché y nosotros aprendimos a querer al Ché.

Hablemos de tecnología, que es otra cosa que te apasiona. ¿Es verdad que Google lleva la cuenta de cuántos días hemos vivido?

Sí, ese conteo lo puedes encontrar fácilmente, está allí. Es más, si eres un poco nerd puedes poner en tu computadora un contador que te lo diga todos los días.

¿Cuántas fotos valiosas tienes en Facebook o Instagram?

No lo sé, pero deben ser cientas, porque soy viejo.

Lo que pasa es que estaba pensando en tu cuento No somos cazafantasmas, en el que los viejos usuarios de redes sociales deben pagar por acceder a sus propias fotos, a sus recuerdos, ¿qué harías en ese caso? ¿qué foto de tu cuenta de Facebook o Instagram es lo suficientemente valiosa para que pagues por verla?

Creo que cualquiera, dado el caso. Algo con esta tía que te conté, por ejemplo. Hace poco entendí que había una discusión absurda entre los pro locro y los anti locro. Y yo soy locro total, desde niño. Y hay una foto en la que estamos mi tía y yo, con dos años. Y ella me está dando una papilla de zapallo. Esa foto ha desaparecido y si hubiera una empresa que me diga que la ha recuperado, yo pagaría, no sé cuánto, pero lo haría.

¿Las fotos que tenemos en Facebook son nuestras o de Mark Zuckerberg?

Son nuestras en la medida que podemos descargarlas e imprimirlas. Lo que se plantea en estas historias futuristas es en qué momento harán un click y ya no podremos acceder a ese contenido. Y no está muy claro que no puedan hacerlo.

El gobierno podría implementar un sistema al que llaman Contact Tracing para ubicar a los contagiados y a su entorno más cercano, con el objetivo de controlar la expansión del coronavirus. Los desconfiados temen que luego de ello ese sistema se use con otros fines. ¿Tú estás en el grupo de los desconfiados?

Yo estoy en el grupo de los que entiende que si hay un ámbito en el que se deben utilizar esas tecnologías de rastreo es este. Una de las grandes culpas de las que se hablará en los próximos años es que Estados Unidos tenía toda la tecnología lista para hacer rastreos de este tipo, para controlar la propagación del virus, para mapear en poco tiempo una ciudad como Nueva York, como lo hacen China y Corea, pero no lo hicieron.

Periodista formado en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Es editor y reportero del suplemento Domingo de La República. También ha publicado en el diario El Tiempo de Colombia y La Tercera de Chile. Fue reportero de la sección política de este diario. Tiene un blog sobre fantasía (cuervosobrepalas.wordpress.com) y otro en el que comenta su trabajo periodístico (cambiodetitulares.wordpress.com)