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A pasear, pero sin jugar

A partir de mañana, luego de 64 días de aislamiento social, los niños podrán salir a las calles, aunque no podrán jugar con sus amigos ni columpiarse en los parques. Varios distritos ya están haciendo reestructuraciones mientras que el Colegio de Psicólogos del Perú ha pedido que se postergue esta medida hasta que baje el riesgo de contagio. Salir o no salir. He ahí el dilema.

Ir al parque no será lo mismo. Ningún niño podrá sentarse sobre el césped, deslizarse por la resbaladilla, columpiarse como Tarzán en el pasamanos, jugar con sus muñecos ni lanzarse por el tobogán.

Desde mañana más de ocho millones y medio de niños y adolescentes menores de 14 años saldrán a caminar, junto a un adulto, hasta 500 metros (cinco cuadras más o menos) a partir de sus casas durante media hora como máximo. Un paseo breve donde no podrán acercarse a otros niños. Niños que tendrán que permanecer a dos metros de otros, aunque se mueran por revolcarse en el pasto.

Niños que tendrán que hacer de adultos, saludándose de lejos. Y sin poder sacar sus pelotas, triciclos y patinetas.

Bajo la consigna de reducir la sensación de encierro, el gobierno dictaminó esta medida mediante el Decreto Supremo N° 083-2020-PCM en su artículo 7 en aras de la salud mental. Sin embargo, el último viernes el Colegio de Psicólogos del Perú emitió un comunicado donde le imploran al Ejecutivo que retroceda en su decisión. ¿Las razones? La frustración que se generará en los niños por el poco tiempo, y por la imposibilidad de poder jugar como lo hacían antes. Pero sobre todo por el sentimiento de culpa que podrían alojarse en ellos si contagian a los demás miembros de su familia. Como sus abuelos, por ejemplo.

¿Cómo lidiar con esa culpa? Es un punto límite, evidentemente. Pero si nos fijamos en la experiencia española, donde el contagio de los niños se incrementó en un 30% desde que se autorizó el permiso para que los menores de 14 años pudieran liberarse de su confinamiento, no habría que tildarlos de extremistas. Antes del 26 de abril se conocían 634 casos de coronavirus en España entre niños de 0 a 9 años. Esa cifra se ha disparado a 829 hasta el cierre de esta nota.

Y eso ha sucedido en España, donde su capital, Madrid, cuenta con una media de 18 metros cuadrados de áreas verdes por habitante. En muchos distritos de Lima, salvo Miraflores (13.84) y San Isidro (22.09), no pasamos de 3 metros cuadrados, un promedio muy por debajo del estándar que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS): 9 m².

Sí, claro, en España les permitieron salidas de una hora a un kilómetro de sus casas. No les prohibieron los juguetes, las bicicletas ni los scooters. Aspectos que en el Perú no se están contemplando. Pero, ¿qué nos asegura que el protocolo, el bendito protocolo, se cumpla desde mañana, cuando nosotros, los adultos, no hemos demostrado ser tan responsables ni conscientes como nos exige este momento?

Cada distrito se encargará de velar por el cumplimiento de estas medidas dispuestas por el Estado, cada cual según su sentido común. Mientras en San Isidro han inhabilitado sus 19 parques con juegos cercándolos en Miraflores apelarán a su personal de Serenazgo y a la sensatez de los adultos.

En Magdalena han ido más allá. Han retirado los juegos de varios de sus plazas y parques bajo la promesa que los reemplazarán por áreas verdes. No desean por nada del mundo que se eleve su tasa de contagiados.

Lorette Sedan no desea dejar nada al azar con Leanna de 8 años y Gael de 2. Aunque tenga un parque a muy pocos metros, en Magdalena, y la mayor de sus hijas haya dejado constancia de su aburrimiento y estrés ha decidido obviar el dictamen presidencial.

Depende de cada padre. De todas maneras, es peligroso. No dejaré que salgan. Que se mantengan como hasta ahora”, dicen Lorette, quien trabaja en la Municipalidad de La Molina de lunes a viernes de 8 de la mañana hasta las 4 de la tarde.

Es su madre, la abuela, quien cuida a sus niños en ese lapso de tiempo y asiste cuando puede a Leanna con sus clases virtuales. Ella aprovecha los fines de semana para sentarse con Leanna y estar pendiente de sus tareas y avances.

Cuando se implantó el pico y placa de género, Leanna saltó de alegría: “Mamá, ya pueden salir las mujeres. Quiero salir”, le dijo. Sí, las mujeres, pero no las niñas. Y se quedó renegando, mirando la avenida desde el balcón.

Ni Leanna ni Gael han salido un ratito en los dos meses de la cuarentena. Y así seguirán.

No como dice el gobierno

Lucero conversa de balcón en balcón con su amiga Daniela. A sus diez años es la manera que ha encontrado para mantener el vínculo con una de sus amigas del barrio, en un condominio en Jesús María, a unas cuadras del Campo de Marte.

Ha salido de su casa, desde lo alto de un tercer piso, apenas tres veces. Una cuando la Municipalidad desinfectó las áreas comunes de su condominio, otra cuando fue a recoger un tubo de burbujas que se le cayó y el viernes para tomarse la foto que abre estas dos páginas.

Su madre, Jackeline León, ha cumplido los protocolos al dedillo. Junto a su esposo, Héctor Albornoz, se las han ingeniado para entretenerla preparando postres. A ella y a su hermanito Santino de ocho meses tan solo.

Cuando empezó esta pesadilla, Lucero había asistido por primera vez a su nuevo colegio. Había hecho una nueva amiguita incluso. Pero de un momento a otro le dijeron que no volvería hasta nuevo aviso. Ahora tendrá que asimilar que no podrá jugar a sus anchas en las áreas verdes del primer piso.

Voy a tratar de que no sea todo el tiempo que dice el gobierno ni tan seguido. Si la llevo al parque va a encontrarse con otros niños y querrá acercarse”, dice su madre, Jackeline.

Son cinco en su casa, contando a Esmeralda Cortéz, la abuela de 66 años que, si bien se encuentra en gran estado de salud, en más de una ocasión debe controlar su colesterol.

Para Judith Cruz y sus pequeñas, Gia de 5 años y Samantha de 4, esta medida es un respiro que no desconocen. A finales del primer mes del confinamiento se decidió que los niños con TEA (Trastorno Espectro Autista) podrían pasear por las calles durante quince minutos.

Y así lo ha hecho Judith con la menor, tomando todos los recaudos posibles, bordeando el Parque de la Amistad a unos pasos de su casa, en San Miguel. De hecho, la llevaba en su scooter para que no tuviera contacto con ninguna superficie.

Los inconvenientes serán con la mayor. Y es que Gia es tan amiguera y sociable que le costará andar sin pegarse a ningún niño. “Será relajante hasta cierto punto para mi hija. Porque ya hemos conversado que si sale no puede conversarles a los niños. Tal vez se frustre. Todo es un poco complicado”, señala Judith.

Bueno, el mundo está ardiendo. Nada es como antes. Pero, ¿cómo asimilarán los niños que ya no podrán jugar con otros? Que las salidas ya no serán un parque de diversiones sino una caminata breve para tomar aire.

Salir o no salir. He ahí el dilema.

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