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El sí de las niñas

A propósito del escándalo desatado por la (redescubierta) pederastia del escritor Gabriel Matzneff, miembro destacado del mainstream literario francés, dimos una revisada a otras obras de la literatura mundial en las que se agazapa el monstruo de la pedofilia. ¿Vale lo políticamente correcto para juzgar una obra de ficción?

“Primero estos zapatitos para el osito… Luego, estas braguitas de flores para el conejito. Y un besito en el delicioso pajarito de su papá”.

El texto anterior, que parecería sacado del retorcido diario de algún pederasta irredento, es una escena de El amor en los tiempos del cólera, la célebre novela de Gabriel García Márquez y la mujer no es, evidentemente, Fermina Daza, la amada a la que Florentino Ariza esperó por cincuenta y un años, nueve meses y cuatro días, sino América Vicuña, una pequeña de 13 años a la que inicia, ya cincuentón, en los juegos eróticos.

La pedofilia, sin duda el crimen más abominable en occidente, transita en muchas páginas de las novelas de García Márquez, pero, curiosamente, no ha sido rastreada ni juzgada como ha ocurrido con otros autores que han abordado el tema. Como Gabriel Matzneff, el escritor francés que, por estos días, enfrenta una investigación por sus prácticas pederastas, que incluían no solo a jovencitas menores de catorce años, sino, en viajes a Filipinas, a niños de siete u ocho años, algo que el novelista no ocultó jamás.

Pero el juicio a Matzneff, de 83 años, va más allá de lo jurídico: se centra en el explícito contenido pedófilo de sus obras y arrastra a la elite intelectual francesa que, ayer nomás, lo celebró, incluso cuando hacía descripciones nauseabundas como esta, publicada en Un Galop d’Enfer, su diario: “A veces tengo hasta cuatro chicos —de 8 a 14 años— en mi cama al mismo tiempo y les hago el amor de la manera más exquisita”.

Fue una de sus víctimas/ amantes la hoy escritora Vanessa Springora, la que provocó el derrumbe del ídolo de barro y, oh justicia divina, a través de un libro titulado El consentimiento. Allí, Springora cuenta cómo, a los 13 años, su madre le presentó al famoso escritor, quien la sedujo con ardorosas cartas.

“Con 14 años (la relación duró dos) no se supone que un hombre de 50 me espere a la salida del colegio, ni vivir con él en un hotel, ni encontrarnos en su cama, con la verga en la boca a la hora de la merienda”, escribe Springora en el libro que ha destruido a Matzneff.

En estos tiempos de #metoo y corrección política, su testimonio remeció los cimientos de la industria literaria francesa, puso en acción a la justicia regular y, de paso, generó un debate sobre si un escritor debe ser juzgado moralmente por el contenido de sus libros por perturbadores que estos sean.

Le trasladamos la cuestión a Ricardo Gonzales Vigil, el destacado crítico literario, quien señala: “Es peligroso establecer una conexión absoluta entre lo que ocurre en la ficción y el autor. Creo que no hay que mezclar el juicio ético, moral, sobre el escritor, la persona, con los hechos que ocurren en la vida real, y ese mundo del deseo, de la ficción, de la imaginación, que se da hasta en los cuentos de hadas. Recuerden cómo el papá de Piel de asno (Charles Perrault) quiere poseer a su hija, que se tiene que poner una piel de asno para escaparse”.

De semejante opinión es el escritor Leonardo Aguirre: “Aunque trate de lo más horrendo y vomitivo, y aunque tome partido por las peores causas, un libro de ficción no se juzga moralmente, se juzga literariamente”.

Las putas tristes

Pero si en la novela vargasllosiana la pedofilia aparece de manera esporádica, en la de García Márquez es sorprendentemente frecuente. En Memoria de mis putas tristes, el protagonista, un anciano de 90 años, decide regalarse una noche de amor con una adolescente virgen, que le es ofrecida en la persona de Delgadina, una niña de 14 años que presencia silenciosa sus desbordes.

Gonzales Vigil acota al respecto: “Incluso García Márquez siempre recordaba que cuando conoció a su esposa (Mercedes Barcha) ella era todavía una niña. Él sintió que esa era la mujer de su vida y le dijo al papá que se la guarde”.

¿Qué cambió en la sociedad para que escritores ayer celebrados pese a tocar estos temas, hoy sean lapidados en las redes sociales? “Creo que se ha tomado más consciencia de la necesidad de proteger los derechos del niño y de la mujer. Ha habido, en el pasado, un poco más de no subrayar eso. Incluso era más frecuente que se comprometiera casi nacida a la persona, o de niño. ¿Recuerdas cómo en Cien años de soledad Aureliano Buendía va a pedir a Remedios (de nueve años) y los padres esperan que tenga su primera menstruación para que case? Eso ya sería un caso de pedofilia ahora”, señala Gonzales Vigil.

Nabokov y su Lolita

“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Mi pecado, mi alma. Loli-ta: la punta de la lengua recorre tres pasos por el paladar para golpear, a las tres, los dientes”

Si una obra ha sido objeto de debate desde su publicación, en 1955, fue Lolita, de Vladimir Nabokov, que narra la obsesión de un hombre de 52 años con su hijastra de 12. Considerada una obra maestra, fue perseguida, censurada y, aún hoy, es libro prohibido en las bibliotecas escolares de los Estados Unidos.

Pero, así como hay quienes enjuician moralmente a los autores que tocan la pedofilia, hay quienes afirman que lo políticamente correcto está asfixiando la buena literatura, algo en lo que concuerda Gonzales Vigil: “Es muy peligrosa la actitud de comisario de cualquier posición ideológica. Lo que pasa es que ahora parece que fuera más noble porque son los derechos del hombre, de la mujer, del niño, del ciudadano. Pero es un riesgo. Es como si tú reprimieras los impulsos que puede haber en los sueños, en las pesadillas. El arte es primo hermano de los sueños y expresa niveles profundos del ser humano”.

Leonardo Aguirre, a su turno, señala: “No creo que (lo políticamente correcto) incida en el quehacer de un verdadero escritor. El verdadero escritor siempre escribirá según sus intereses y obsesiones, al margen de los vientos que soplen”.

Y es en la exploración de los límites que la joven escritora argentina Ariana Harwicz ha incendiado la pradera al publicar su última novela, Degenerado, donde le da voz a un pedófilo acusado por la violación y el asesinato de una niña. Harwicz, que ha publicado provocadoras novelas sobre la maternidad, confronta a quienes cuestionan su decisión de “humanizar” a un pederasta: “El deseo que quieren que tengamos es normativo (...) pero lo que dice este narrador es que el deseo verdadero, el que atraviesa los siglos, el que queda en la Historia, el deseo ese que arde y puede hacer arder ciudades, ese, señores, no es un deseo legislable”.

Y, con esa convicción, hace que su personaje, en pleno juicio, defienda sus acciones y culpe a la sociedad de su condición. Este fragmento de un discurso en pleno juicio provocaría escalofríos en cualquiera: “Es ilegal, dice, pero no es ilegítimo para mí como ser humano. “¿Soy una mierda, una inmundicia? ¿Adivinen quién me creó? Ustedes, como sociedad. Esta sociedad ha creado esto que soy, hambriento de cuerpos de niños, ustedes me crearon y me deformaron”.

Periodista por la UNMSM. Se inició en 1979 como reportera, luego editora de revistas, entrevistadora y columnista. En tv, conductora de reality show y, en radio, un programa de comentarios sobre tv. Ha publicado libro de autoayuda para parejas, y otro, para adolescentes. Videocolumna política y coconduce entrevistas (Entrometidas) en LaMula.pe.