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Sillas anfibias para volver al mar

Ancón abrió su primera playa para personas con discapacidad. Se estrenaron, además, las primeras sillas anfibias del país. Unos vehículos especiales que facilitan el ingreso al mar de las personas con movilidad reducida.

Puede resistir hasta 160 kilogramos. Mide más de un metro de largo. La forma de su estructura de acero inoxidable se asemeja a la de un triciclo para niños. Parece una perezosa común, pero su función está muy alejada del simple reposo. Hablamos de la silla anfibia, un vehículo fabricado para que personas con discapacidad puedan entrar al mar de forma segura. Sus tres llantas de goma permiten su desplazamiento en tierra firme y tres flotadores ubicados en su respaldar y en sus posabrazos la mantienen estable sobre el oleaje marino.

Hace unos días, dos prototipos de estas sillas llegaron por primera vez al balneario de Ancón y, como todo objeto nuevo, fueron la sensación de Los Pocitos, que se ha convertido en la primera playa accesible de Lima. La municipalidad de ese distrito la ha acondicionado con infraestructura especial. A lo largo de la orilla se extiende una vereda de cemento que se comunica con una rampa de madera copaiba que ingresa al mar. Por ella se desplazan las sillas anfibias que, eso sí, deben ser remolcadas por un socorrista municipal entrenado.

Andrés Giribaldi, un joven cuadripléjico de 33 años, ha sido uno de los primeros en poner a prueba esta ruta de accesibilidad. Entró al mar a bordo de la silla anfibia, con el cinturón de seguridad bien colocado (porque el vehículo tiene uno) y se zambulló en el mar con cara de quien vuelve a ser bautizado. Hacía más de doce años que no vivía esta experiencia.

Después del accidente en motocicleta que le provocó una lesión medular en las cervicales quedó inmovilizado. Ya no pudo volver a veranear con sus amigos en el muelle de Ancón y tuvo que vender su tabla de surf para perder de vista su vida pasada y concentrarse en su rehabilitación. “Yo había tirado la toalla sobre el hecho de volver a veranear como lo hacía antes. Si ni los hospitales tienen baños especiales para personas con discapacidad, qué iba a imaginar que podrían abrir una playa inclusiva”, dice el muchacho que en la foto aparece riéndose junto al socorrista Jean Soto.

La playa Los Pocitos se caracteriza por tener aguas mansas, ideales para que las personas con movilidad reducida puedan sentirse tranquilas. De hecho, esta fue la característica que valoró el equipo de ingenieros de la municipalidad para elegirla como centro del proyecto inclusivo.

“Tiene un fondo marino poco profundo, está ubicada entre dos rompeolas naturales y su oleaje es muy suave, la gente puede nadar como si estuviera en una piscina, es muy diferente a las otras playas del balneario”, dice la ingeniera Rocío Valverde.

Espacios accesibles

Si Lima es de por sí una ciudad llena de trampas para el común de sus habitantes, imagínese lo hostil que puede ser para las personas con discapacidad. El propio Andrés Giribaldi admite que su distrito no es tan accesible como lo esperaría: “Las rampas están mal diseñadas, tienen pendientes muy marcadas, me he caído varias veces de la silla de ruedas porque me ha vencido el peso”, dice.

Que se abran espacios públicos accesibles como esta playa representa una reivindicación de su derecho a hacer uso de su ciudad con seguridad y comodidad, como lo hace cualquiera de nosotros. Miguel Encarnación (42) fue otro de los bañistas con discapacidad que llegó hasta Los Pocitos. Quedó parapléjico hace tres años tras caer por una pendiente. “Me siento seguro en la silla, tenemos un asistente que está todo el tiempo atento, y las barandas me dan más confianza”, afirma, mientras se enjuaga la cara. La playa, además, está flanqueada por dos barandales de concreto que sirven de apoyo y que, según los funcionarios, fueron hechos pensando también en los adultos mayores y mujeres embarazadas que necesiten soporte.

El paisaje de Los Pocitos, definitivamente, ha cambiado con la llegada de las sillas anfibias, aparatos ortopédicos que en otros países son de lo más común. En Ancón solo hay dos. Y considerando que la población con discapacidad empadronada del distrito pasa los 1.200, el alcalde John Barrera deberá planificar cómo atenderá la futura demanda.

También debe hacer más amigable el ingreso a esta playa, ubicada en el ala derecha del balneario de Ancón y desde donde se puede ver el Serpentín de Pasamayo. Si bien los ingenieros la eligieron porque tiene acceso libre para automóviles, la ruta es aún una trocha flanqueada de montículos de desmonte y basura. Aun con sus deficiencias, es importante que las municipalidades piensen en la integración de las personas con discapacidad que, según el INEI, suman más de tres millones en el país.

Sobre todo porque en Lima se siguen dando actos discriminatorios contra este grupo, como el de aquel gerente prepotente del restaurante La Panka de la Costa Verde que se negó a retirar su camioneta de una rampa de acceso para sillas de ruedas.

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