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Domingo

Cuando ellas los defienden

En los últimos días hemos visto a mujeres víctimas de violencia conyugal que se niegan a denunciar a sus agresores. Se suele señalar como causas de esta actitud a la dependencia económica y emocional que sienten, pero una reciente investigación ha descubierto un factor igual de importante: el mito de la “familia unida”. El deseo de preservar la unidad familiar ante todo. Incluso a costa del propio sufrimiento.

Dibujo de mujer maltratada
Dibujo de mujer maltratada

“En mi familia siempre mis padres me decían que el que tiene su esposa es para toda la vida, ¿no?, es para siempre. Entonces yo siempre respetaba eso, así lo veía con una mujer o no, igual lo aceptaba; lo tenía que recibir en la casa, es lo que me habían enseñado, ¿no? (...). Yo simplemente seguí todo lo que mis padres me enseñaron (...)”.

Quien habla es Victoria, una mujer del Callao que tenía 35 años cuando dijo estas palabras.

Fue entrevistada en el año 2012 por los investigadores Cecilia Caparachín y César R. Nureña, como parte de un estudio sobre la vulnerabilidad de las mujeres peruanas frente al VIH.

Caparachín y Nureña encuestaron a 579 mujeres y seleccionaron a 38 para entrevistarlas a profundidad. Y, aunque el rango de preguntas y temas era diverso, hubo un aspecto en particular que los sorprendió.

De las 38 mujeres, 36 habían sido víctimas de violencia de género por parte de sus parejas: 30 de ellas decían haber sufrido violencia física; 34, violencia psicológica; 10, violencia sexual; y 27, infidelidades.

En las entrevistas, cada una de ellas explicó las razones por las que, en su momento, había decidido no denunciar a sus agresores e, incluso, mantener la relación. Había argumentos que se repetían con frecuencia; patrones más o menos conocidos, y otros que para los investigadores eran casi una novedad, a pesar de que parecían claves.

Uno de ellos era el mito de la “familia unida”. La idea de que lo más importante era mantener la unidad familiar, incluso a costa de su propio sufrimiento.

El año pasado, Caparachín y Nureña procesaron los datos hallados en 2012 y prepararon un artículo que explicaba sus principales conclusiones.

El texto, titulado “¿Por qué no dejan a los hombres violentos? Aspectos sociales y culturales vinculados con el mantenimiento de las relaciones en mujeres afectadas por maltrato conyugal”, apareció en noviembre, como parte del libro Violencias contra las mujeres. La necesidad de un doble plural (2019), editado por el investigador de GRADE Wilson Hernández.

MUJERES SUMISAS

“Han dañado su imagen pública y la de mi familia (...). He tenido intercambios como cualquier pareja, sí, pero un poco más y van a decir que amanezco descuartizada, porque es la persona con la que once años vivo (...) no es una persona culpable”.

Hace unos días, las palabras de Brigitte Flores defendiendo al hombre que horas antes había tratado de prenderle fuego provocaron reacciones de sorpresa, críticas y hasta insultos. Le dijeron que era una idiota, que estaba loca y que si la mataban iba a ser su culpa.

Menos insultos pero similar asombro provocó la defensa de Lilia Jaureguy a su esposo, Daniel Mora, a quien un año atrás había denunciado por haberla golpeado salvajemente. Jaureguy dijo que la denuncia se estaba exagerando y utilizando para hacer daño al excongresista. Días después, retrocedió y admitió que todo lo que relató en su momento era verdad.

¿Por qué las mujeres eligen no denunciar a sus agresores?

El elemento más común que Caparachín y Nureña encontraron en las entrevistas era este mito de la “unidad familiar”.

–Es una idea relacionada con los patrones de género– explica Caparachín a DOMINGO-. Ante estos escenarios de violencia, en ellas primaba la idea de tener a su familia unida. Decidían soportar las agresiones y asumir este rol de mujer sumisa porque era más importante que su familia estuviera bien estructurada. Que el papá estuviera presente, así fuera un agresor.

Esta idea era reforzada, con frecuencia, por los parientes y amigos más cercanos, que les aconsejaban aguantar las golpizas, los insultos y las infidelidades “por el bien de los hijos”.

Muchas mujeres llegaban a separarse, pero era la familia la que las instaba a volver, porque tenían metida la idea de que tienen que estar con el esposo –dice Caparachín–. Les decían “ya va a cambiar, pórtate bien, de repente tú lo haces enojar”.

Los investigadores también descubrieron que, contra lo que se suele pensar, la dependencia económica no parece jugar un papel tan importante. Entre las mujeres que entrevistaron había las que tenían sus propios ingresos y las que dependían de los de sus maridos, y esa circunstancia no parecía ser fundamental a la hora de decidir si continuaban la relación o no. Lo que pesaba más era el deseo de no romper el hogar.

El análisis de la información dejó algunos datos más –por ejemplo, que vivir en un entorno inseguro motivaba a las mujeres a seguir con el agresor porque “protegía a los suyos”–, y recomendaciones que pueden ser incorporadas en las políticas de prevención de la violencia.

Una de las más importantes: desterrar en las mujeres y sus familias el estereotipo de que la esposa debe ser sumisa y soportar todo con tal de mantener a su familia unida y estructurada.

CÍRCULOS DE VIOLENCIA

Sería injusto decir que el Estado se ha cruzado de brazos ante esta problemática. El Ministerio de Educación (Minedu) y el de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (Mimp) vienen desarrollando acciones para ayudar a las mujeres a no caer y a salir de estos círculos de violencia.

En 2019, el Programa Aurora, del Mimp, desarrolló una serie de intervenciones de fortalecimiento de habilidades y de empoderamiento económico en las que participaron un total de 6,443 mujeres.

Cynthia Vidal, especialista del programa, dice que en las intervenciones de habilidades se trabaja la autoestima, la autonomía, y se abren espacios de reflexión en las mujeres sobre los aspectos que propician la violencia.

Reflexionan sobre aquellos aprendizajes, creencias y construcciones sociales que han colocado a los hombres en un rol y a las mujeres en otro: un rol sumiso, de obediencia, de cuidado, de que debemos mantener a la familia unida. Todos esos aspectos que muchas de nosotras hemos internalizado– dice.

Gracias a estas intervenciones, muchas de ellas decidieron actuar: algunas iniciaron estudios para prepararse laboralmente y romper la dependencia económica con sus agresores, y otras decidieron separarse de ellos y denunciarlos ante los CEM y otras autoridades.

El Minedu, por su lado, a través del Currículo Nacional Educativo, está tratando de desterrar de las aulas los estereotipos sobre los roles tradicionales de varones y mujeres, los que, de alguna manera, son el germen de la violencia de género.

Cecilia Ramírez, directora general de Educación Básica Regular, dice que los textos sobre desarrollo personal, ciudadanía y educación cívica contienen capítulos y referencias expresas a la violencia de género. Y que con el cuaderno de trabajo ¿Es amor lo que siento?, los estudiantes y las estudiantes de quinto se secundaria aprenden identificar situaciones de violencia que pueden ocurrir durante el enamoramiento. Mientras más temprano, mejor.

OPINIÓN

“NO DEBEMOS JUZGAR A ESTAS MUJERES"

Cynthia Vidal

Especialista del Programa Aurora del Mimp

La población muchas veces juzga a una mujer que no se defiende o que no pide ayuda. Hasta la insulta. Lo vemos cada vez que se conoce una situación de violencia en la que una mujer no está dispuesta a denunciar o protege a su presunto agresor. Pero lo que debemos entender es que esa mujer forma parte de un ciclo de violencia, que la envuelve y del que no es fácil salir. Hay un trabajo psicológico de por medio que hay que hacer. Su autoestima está muy afectada y muchas veces están tan aisladas que los únicos mensajes que reciben son de su agresor, por lo que su capacidad para darse cuenta de lo que está viviendo está muy reducida. Su capacidad para darse importancia a sí misma también está muy disminuida. Lo que necesitamos hacer como sociedad es transmitirles a estas mujeres mensajes de que no están solas. De que hay personas e instituciones que las pueden ayudar. Y de que son sujetos de derecho. Necesitamos brindarles mensajes para que empiecen a cuestionar la violencia en la que viven y a cuestionar situaciones que a ellas las puedan dañar. Y, como sociedad, todos debemos empezar a cuestionarnos cómo hemos sido criados, cuáles son las creencias y los discursos que estamos manejando, incluso a través de cosas simples como las bromas, y de qué manera estamos siendo tolerantes frente a la violencia hacia la mujeres.

Reportero. Comunicador social por la UNMSM. Especializado en conservación, cambio climático y desarrollo sostenible. Antes en IDL Reporteros y Perú.21. Premio Periodismo Sustentable 2016. Premio Especial Cáritas del Perú. Finalista del Premio Latinoamericano de Periodismo de Investigación 2011.