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Domingo

Cecilia Tait: “Gareca me recuerda a Man Bok Park”

Medallista olímpica en Seúl 88. Única deportista peruana en poseer la medalla Pierre de Coubertin (al verdadero espíritu deportivo) Excongresista. Empresaria. Sobreviviente del cáncer.

Cecilia
Cecilia

Dos besos acaban de retrasar la ceremonia de inauguración de los Juegos Panamericanos Lima 2019. Es la noche del 26 de julio en el Estadio Nacional. En la primera parada de la montaña dorada en la que reposa el pebetero panamericano, Lucha Fuentes, madre, abuela y leyenda del vóleibol, se ha detenido por unos segundos a saludar con afecto al joven campeón de tenis de mesa, Carlos Nano Fernández, y a la judoka Ariana Baltazar. Ese gesto maternal no estaba en los planes de nadie y ha puesto en alerta todos los cronómetros. Los segundos corren. Fuentes lleva la antorcha que encenderá el fuego de los panamericanos y ahora debe dejarla en manos de Cecilia Tait, otra leyenda. Pero se detiene unos pasos antes de lo planeado. Una voz en el audífono que lleva bajo el pelo le dice a Tait que alcance a Fuentes y que tome la antorcha. La capitana del recordado equipo peruano de Seúl 88 se acerca decidida. Saluda a Fuentes, al público y empieza su marcha dando zancadas. Debe recuperar esos segundos, olvidar su miedo a las alturas y recordar cambiar de mano (la izquierda por la derecha) al encender la llama panamericana. Está tan concentrada en todo ello, que no observa al público. La exvoleibolista, excongresista y sobreviviente del cáncer va a protagonizar una de las escenas más memorables de esa ceremonia, pero ahora mismo permanece ajena a la ovación que remece el Nacional. La verá después, en TV, lo confirmará cuando sus hijas le cuenten que no hubo alguien que no coreara su nombre. Tait dice que ese momento es el verdadero punto final que esperaba para su carrera. Su gran noche.

Finalmente conseguiste que te dieran la antorcha con la que encendiste el fuego de los Panamericanos.

Bueno, Carlos Neuhaus sabe de la tradición de que el que enciende el pebetero se queda con la antorcha. Es como un regalo. Y también un trámite. Porque llegan de Panam Sports y están seriadas. Para mí es lindo. Es algo importante. No es la antorcha de una fiestita, es la antorcha de Lima 2019, lo mejor que hemos hecho en los últimos tiempos.

¿Y qué ha sido lo más emocionante de ese momento? ¿Recibir la antorcha de manos de Lucha Fuentes o volver a ser ovacionada como lo fuiste cuando volviste de Seúl 88?

Ay, ¿puedes creer que yo le tengo miedo a las alturas? Y lo primero que me preguntó el máximo organizador de la ceremonia fue si yo le tenía miedo al fuego. Le dije que no. Pero si me hubiera preguntado sobre la altura, otra hubiera sido la cosa. Luego vinieron los ensayos, eso fue una tembladera, ya te imaginas. Sobre Lucha, yo sí sabía que ella me iba a entregar la antorcha. Porque me pidieron que hable con ella. Y ella me decía que también estaba nerviosa. Pero, mira, cuando yo llegué a la cima y saludé a la gente, antes de encender el pebetero, vino un blockout. Qué medalla, qué podio, fue increíble lo que sentí. No tengo cómo expresarlo. Es indescriptible lo que sientes cuando nacen tus hijos. Bien, yo sentí algo así. Me hubiera gustado tanto que allí estuviera mi madre. Ella siempre me decía: Hijita, tú has hecho tanto por el vóley y el país nunca te ha hecho una despedida.

¿Eso es algo que te duele ahora mismo?

Sí, me dolía. Pero después de esto cerré ese capítulo.

Hablemos del pasado. Ya son 31 años de Seúl 88 y aún recordamos con pasión esa medalla de plata, ¿tienes una explicación para eso?

Nunca habíamos llegado a un podio como equipo. Todo el mundo ganaba individuales, pero como equipo no había nada. Ese fue un país que se despertaba de madrugada no porque hubiera una bomba o hubieran volado una torre, era porque nosotras estábamos jugando. Te digo algo, Villa María del Triunfo era zona roja, y en esos días llegaban papelitos a la puerta de la casa de mi madre. Decían: “Señora, no se preocupe. No va a pasar nada. Va a poder ver jugar a su hija”.

Es cierto, en la semana que jugaron, no hubo cortes de luz o atentados contra torres de alta tensión.

Los terrucos nos querían. Llegaban esos papelitos. Y mi mamá nunca supo quién fue. Ella estaba a punto de irse de Villa María del Triunfo, de Nueva Esperanza, eso era zona roja.

Esa es una parte del problema. El otro es que en 1988 empezó la hiperinflación, hicimos cifras de crecimiento negativas ese año.

Claro, acuérdate de los billetes que teníamos.

Eran el gran consuelo de la nación.

Era la única alegría ante tanta desesperación. Creo que en ese momento, el presidente (Alan García) dijo: Cómo hago para que nadie me fastidie. Y ordenó que nos dieran 300 mil dólares, para que viajáramos tres meses por Europa. Vivíamos viajando y trayendo triunfos, fuimos a la copa de Hungría, al mundial, todo eso fue antes de Seúl.

¿De vez en cuando visitas los videos de Seúl en YouTube?

No. Una cosa que tiene la Tait es que se reinventa siempre, no vivo del pasado. Ser así me ayudó a salir de la enfermedad tan terrible que tuve.

Volvamos a los Panamericanos. ¿No sientes que los momentos más inolvidables nos los dejaron mujeres deportistas? Está la medalla de Gladys Tejeda, las chicas del surf, Alexandra Grande y su llanto al ganar el oro.

Hay que ver dos cosas allí. Nosotros ya teníamos unas figuras, con una trayectoria, y también estaban los otros deportistas que llegaron para cumplir con los cupos que nos pedían. Y la sorpresa fue, por ejemplo, lo del equipo de kata, que nunca salió en los diarios. Teníamos un grupo que sabíamos que podía optar por medalla y otro que había llegado para cumplir, aunque suene un poco feo. Pero cuando te das cuenta de que la mayoría de estos atletas son mujeres y personas poco conocidas, salvo para su familia y para su federación, uno se pregunta, ¿dónde estaban? Nos toca convertirlos en ídolos. Ese también puede ser el legado de los Panamericanos.

Ahora que hablamos de los triunfos de las chicas. Es un poco triste que celebremos los triunfos de mujeres el mismo año en que se ha incrementado el número de feminicidios.

Es una cuestión de cultura e idiosincrasia. Cuando te crían sumisa, con la idea de que el marido te debe mantener, tú aceptas lo que sea. Hay gente que no entiende que tu independencia y libertad vale más que un hombre. La mayoría es maltratada al inicio. La segunda vez denuncia pero la retira porque viene el tipo a pedir perdón, aunque sabemos que puede ser un criminal. Al primer contacto físico, tú tienes que cortar. Las nuevas generaciones deben entender que el empoderamiento no solo es para ser independientes y trabajadoras, sino para que nos podamos cuidar.

Tienes bastante claro el tema. ¿Alguna vez has marchado en contra de la violencia contra la mujer?

Yo no creo que las marchas hagan el cambio. El cambio viene desde casa.

Hay otra cosa interesante que tiene que ver con los Panamericanos. Nos estamos acostumbrando a celebrar logros de atletas que vienen del interior del país, por ejemplo del Valle del Mantaro. ¿Dirías que eso contribuye a eliminar la discriminación contra la gente del ande?

No lo veo como un tema de discriminación. Si tú te fijas, México es altura, Bogotá es altura. Todos los que son fondistas vienen de zonas de altura. No creo que en Lima puedas sacar buenos pulmones con esta contaminación. Pero ándate a Huancavelica, Huancayo, Áncash. El que nace allí corre y se acostumbra a eso. Ese no es un tema de discriminación, es el lugar en el que naces.

Te lo decía porque aún existe el choleo contra la gente de esas regiones.

Eso es otra cosa. Como deportistas ellos vienen a Lima por su capacidad y ganan muchas medallas. Pero, a ver, ¿qué porcentaje de negros hay en el Perú? Un 10%. ¿Y de mestizos o cholos o serranos? El porcentaje es mucho mayor. El problema es que nos choleamos entre nosotros. Hay gente que ve a un cholo en la tele y se pregunta, “¿cómo puede ser abogado?” Yo he visto a gente que se preguntaba por el jefe de Telefónica. “¿Ese es el jefe?”, decían. Yo me sentí ofendida. O sea yo, que soy negra, tampoco podría ser la jefa. A mí misma me ha pasado. Han discriminado a mi familia…

¿A ti te han discriminado? ¿En este país?

Sí, porque nunca me han llamado de la televisión por ser negra. Yo estoy convencida de eso. Y lo podría hacer muy bien.

Me estabas contando lo de tu familia.

Yo salía con una persona y le preguntaba por qué estaba conmigo si le daba vergüenza mi familia. “Es que tú eres el full pack”, me decía.

¿El qué?

El paquete completo.

¿Cómo lo resolviste?

Luego nos divorciamos. Pero no fue por eso. En todo caso, el que se casa conmigo se casa con mi familia pobre. Que yo sea empresaria y haya podido ahorrar no cambia la familia que tengo. Cuando me invitaron a un club, a mí me aceptaban como socia, pero mi familia no podía entrar. Y nunca más me dejaron entrar porque yo lo dije públicamente.

¿Cuándo paso eso?

Creo que fueron dos clubs. Fue hace muchos años. Después de lo Seúl. Me decían que mi familia no podía entrar. Y yo les decía por qué, si las familias de los demás sí podían. En mi familia hay de todo: mestizos, cholos, serranos, mi mamá es de Iquitos.

En todo caso, tu política personal es interesante. Tienes orgullo por tu procedencia.

Cuando a mí me dijeron, los que defienden la afrodescendencia, que no pertenecía a ellos, yo les dije por qué. Ellos me respondieron: es que eres mitad. Cómo mitad, les respondí, yo soy completa, un ser humano completo. No, me dijeron. Es que tú eres mitad blanca por tu mamá, y eres mitad porque te has casado con un blanco. Ah, les dije, acá hay que cerrar todas las puertas. Además te laceas el pelo, me dijeron. Yo les respondí que ellos podían vivir como quisieran, eso no me quita que yo sea de raza negra. En Europa también me dicen que no soy negra. “Eres como marroncita”, me dicen. No, no. Acá no hay que matizar los colores. Yo soy negra y listo.

Entiendo que la relación de tus padres fue complicada. Los parientes de tu mamá no querían a tu papá por ser negro.

A ella la desheredaron, la desterraron y la mandaron a cumplir trabajo de comunidad, fue horrible.

¿Tanto así?

Sí, por meterse con un negro. El último esposo que tuvo, que hoy ya descansa en algún jardín, cada vez que tomaba le reclamaba por meterse con un hombre negro. No, ese fue un tema... Una cosa es ser negra y otra que te insulten por serlo. Eso de “esta negra de m…, qué va a saber”.

Pero eso no te pasa hoy mismo.

Es que no hay forma. Si me van a insultar, que me insulten de cualquier otro color. Lo de negra no me afecta, yo soy negra.

¿Cuál fue la relación con tu padre?

Nunca lo conocí. Lo vi un año antes de que muriera.

¿Desarrollaron una amistad? ¿Conversaron?

El papá de mi hija lo buscó, lo encontramos en Washington.

Estaba fuera del país.

Sí, él era panameño-norteamericano. Era músico. Vino a trabajar al Crillón. Conoció a mi mamá, se enamoraron, y él se fue cuando ella estaba embarazada de mí. Él le dijo a mi mamá: Me voy al matrimonio de mi hija. Y parece que hasta ahora sigue la fiesta porque nunca volvió. Cuando lo conocí me di cuenta que algo de él tenía. Era una lenguaraz que comenzó a hablar de mi mamá. Yo me paré. Lo señalé con el dedo y le dije: “Nunca vuelvas a hablar mal de mi mamá, porque ella me crió y me sacó adelante”. Luego me fui. Me senté en un supermercado. Y me pregunté: “¿Para esto he venido?”. Luego me enteré que se había muerto. Sus hijos que vivían en Washington y en Nueva York, dijeron que no les importaba que lo enterraran. Yo estaba a punto de irme a Alemania y me llama mi hermana, de papá y mamá, y me dice: “Papá se murió”. Yo nunca pude decirle papá.

¿Cómo le decías tú?

Eric. Y mi hermana me decía, es que el Eric mayor, nuestro hermano, no se hace cargo. Y yo le respondía: Yo no tengo hermanos. Tú eres mi hermana.

Eres tajante con eso.

Es que sufrí mucho maltrato por eso, por parecerme a él. Pero mi hermana insistía, que no había nadie, que lo iban a enterrar como un NN, así que…

Me estás diciendo que te hiciste cargo del entierro de tu padre.

Mira, habrá sido un desgraciado, todo lo que tú quieras. Pero ningún ser humano se merece eso. Así que fui al consulado, dije que era la hija. Me encargué de que lo cremaran, hice los pagos, los papeles. Luego me avisaron para que fuera a recoger la urna con sus cenizas. Me lo traje a Lima. Se lo puse en frente a mi hermana y le dije: “Misión cumplida. No lo tuve en vida, para qué lo voy a tener ahora”.

Hablemos de cosas más felices. ¿Esperabas que la selección de Gareca llegara a la final de la Copa América?

Mira, yo no soy tan fanática del fútbol, pero me gusta ver a la selección. Gareca me hace recordar a Man Bok Park, es disciplinado, sabe lo que quiere, no acepta jerarquías de ningún tipo, que antes sí habían, no nos vamos a engañar: alguien venía, daba la plata y ponía a los amigotes. Bueno, él vino y ordenó la casa. Logró que el equipo clasificara al Mundial. Otra cosa, al pobre Cueva no le perdonan que fallara el penal (en el partido contra Dinamarca). A ver, párate frente a un arco, mientras te miran 38 millones, no es fácil. Si te ganan los nervios, qué puedes hacer. Es como hacer un saque y que caiga fuera de zona, esos son los nervios. Yo he vivido en una cancha, sé lo que es tener ese temor.

Debes ser una de las pocas peruanas que defiende a Cueva.

Yo sí. Lo entiendo. No puedes traumar a un deportista de por vida. Otra cosa es que tenga su vida desordenada, pero eso no es de ahora, es de antes, y eso tiene que arreglarlo.

¿Sientes entonces que la figura de esta selección es el entrenador?

Sí, claro. Bueno, y Oblitas, que Gareca lo tiene al lado. ¿Cuándo lo has escuchado hablar mal de alguien? ¿Cuándo ha estado en un escándalo? Zurdo, pues. (Se ríe).

Una de las cosas más tristes de este año ha debido ser que no pudieras despedirte de Man Bok Park.

Fue horrible. Cancelé dos veces mi vuelo. Ya sabía de míster Park. Él ya estaba malito, me decían que en cualquier momento podía irse, pero se recuperó. Así que me fui con mi hija a Estados Unidos. Ni bien llegué me avisaron de su muerte. Quise conseguir un pasaje de regreso pero no había cupo. Me dije: Creo que te vas a quedar con otra imagen de míster Park, la de nuestro héroe, la de un hombre fuerte, no la del ataúd.

Has contado que él las trataba como seleccionadas varios años después de Seúl. Cuando fue incluido en el Salón de la fama del Vóley se molestó porque llegaron tarde.

Sí, me decía: “Usted capitana, usted no llegando tarde. Si no, yo molesto”. Eso fue muy bonito. Como Gaby (Gabriela Pérez del Solar) y yo somos del Salón de la fama, votamos por los nominados. Y cuando vimos que míster Park estaba entre ellos (en 2016), no sabíamos a quién más llamar para que votara por él. Lo bueno es que él ya estaba entre los favoritos. Y fuimos cuatro a acompañarlo: Gaby, Natalia (Málaga), Rosa (García) y yo. Fue un viaje maravilloso. Nos miraba como si fuéramos sus hijas.

Has sido congresista, ¿qué sentiste cuando el presidente Vizcarra tomó la decisión de disolver el Congreso?

Fue triste. ¿Fue necesario? Nunca se va a saber. ¿Fue importante para que el país avance? Sí. No lo dejaban trabajar, no sé si había intereses para promover la corrupción.

Si un encuestador hubiera ido a su casa, un día después del cierre del Congreso, y te hubiera preguntado si estabas de acuerdo con la medida, ¿qué hubieras respondido?

Hubiera respondido que tenía dudas. ¿El presidente actuó por él o por el clamor popular? Siento que no se hizo la diferencia entre el Congreso y los congresistas. Una cosa es la institución y otra lo que hizo esa mayoría.

Desde que te recuperaste del cáncer has trabajado en el tema de la salud.

Hace 10 años ya.

¿Qué es más necesario para combatir el cáncer? ¿Que la gente acceda a un seguro privado o que el sector público pueda cubrir toda clase de tratamiento oncológico?

Ese era mi sueño. Por eso entré a la política. Me reuní con el presidente Humala y le dije que podía ser el único presidente de la historia que podría darle esperanza a un pueblo que tiene 45 mil personas con cáncer cada año.

Ahora son más.

Ahora ya aumentó. Luego él sacó el Plan Esperanza, con mi nombre, pero nunca lo mencionó. Y eso sí me dolió. Porque yo fui a Palacio, está registrado, le expliqué cómo debía hacer, lo que yo había vivido en Boston. El tratamiento de cáncer es una cosa, pero el post tratamiento es algo distinto. Y yo le propuse algo así. Cuántas personas que han enfrentado esta enfermedad tan terrible se quedan solas.

¿Tú piensas que una persona que se ha recuperado necesita más a su familia y amigos cuando termina el tratamiento?

Sí. Muchos dicen: “Menos mal que terminó el tratamiento”. No es así. Luego viene la parte de la depresión, del miedo a que vuelva el cangrejo, de la nutrición, tienes que comer cosas que te levanten, tienes que dormir. Si vuelves a lo mismo de antes, como un adicto, vas a recaer. El médico te cura. Pero lo que viene después también es importante. Y eso falta en este país.

Periodista formado en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Es editor y reportero del suplemento Domingo de La República. También ha publicado en el diario El Tiempo de Colombia y La Tercera de Chile. Fue reportero de la sección política de este diario. Tiene un blog sobre fantasía (cuervosobrepalas.wordpress.com) y otro en el que comenta su trabajo periodístico (cambiodetitulares.wordpress.com)