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Las efímeras estrellas del K-pop

Están impedidos de tener pareja, de engordar, de envejecer, de tener opinión y hasta de asistir al psicólogo. Detrás del telón de la mayor exportación cultural de Corea del Sur solo hay una tragedia tras otra.

Gustar al público. Deberse al público. Vivir para el público.

El caminito estrecho entre el estrellato y el abismo. La deformidad perversa de lo que significa ser artista en el mundo de hoy —y en el de antes—. Si Estados Unidos ya era una trituradora para sus talentos de Disney, Corea del Sur les come el alma.

La semana pasada, Cha In-ha, figura del K-pop, exintegrante del grupo masculino Surprise U y protagonista de telenovelas y cortometrajes, fue encontrado sin vida en su casa, en Seúl. Sus representantes le pidieron a la prensa y a sus fans que no difundieran rumores para que su familia pudiera despedirlo en paz. Tenía 27 años.

El 24 de noviembre, apenas diez días atrás, la cantante y actriz Goo Hara protagonizó la misma escena: tumbada, sin signos vitales, en su departamento, en Seúl. Horas antes le había dado las buenas noches a sus seguidores, con una foto, en Instagram. En enero iba a cumplir 28 años.

El 14 de octubre, tan solo seis semanas atrás, la actriz Choi Jinri, más conocida como Sulli, exmiembro del quinteto F(x), fue hallada muerta por su mánager. Tenía 25 años.

¿A qué se debe que tres estrellas del K-pop hayan muerto en los últimos dos meses? Lo que para este lado del mundo es una amarguísima sorpresa, para la otra orilla es una calamidad cotidiana.

En el 2017, Kim Jong-hyun, vocalista de Shinee, dejó una carta antes de quedarse dormido para siempre a los 17 años, tras inhalar el monóxido que despedía un carbón encendido en su cocina.

“Estoy roto por dentro. La depresión me ha ido carcomiendo, ya me ha devorado y no he podido superarla (...). Quizá no se suponía que tenía que ser conocido por el mundo”, decía su carta.

El K-pop es una máquina de hacer dinero. Cuatro de sus compañías más poderosas (que en la mayoría de casos no representan a más de dos agrupaciones) se adjudicaron cien millones de dólares en el 2018. Se trata pues de una industria repleta de aspirantes pugnando por un lugar. No hay nada de nocivo en eso si no fuera por todas las exigencias que ello implica: una exaltación desmedida de la belleza física que los empuja al quirófano desde muy chicos, la prohibición de tener pareja durante su etapa de lanzamiento, la condena social por cualquier idea progresista, el acoso cibernético de los fans, la imposibilidad de poder acudir a un psicólogo y la exclusión por envejecer.

A los treinta años, un artista de K-pop está al borde del retiro, debido a la aparición de nuevos veinteañeros con coreografías más vistosas.

¿Qué destino les espera a los obsoletos de la base tres luego de haber dedicado su corta vida a perfeccionarse en el canto, en el baile y en hablar varios idiomas? Saltar al cine o a la televisión. Una transición que no todos alcanzan con éxito. Por si fuera poco, la salud mental es un tabú en un país donde el suicidio es la cuarta causa de muerte en la población y la principal antes de los cuarenta.

Goo Hara fue atacada en redes sociales por sus operaciones, y por un video sexual que su expareja Choi Jong-bum amenazó con filtrar. Sulli recibió ofensas por estar a favor de la legalización del aborto, por besarse con una amiga y por hacer un streaming sin sostén. Y Park Bom, integrante del cuarteto femenino 2NE1, fue tildada de drogadicta por aceptar que tomaba antidepresivos.

Las estrellas del K-pop son lanzadas a la hoguera por sus ganas de vivir. Una realidad horrenda que podría arrastrar a otra: fans que podrían imitar a sus ídolos. Urgen más que misiles en Corea del Sur.

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