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Domingo

Los rostros de Bruno Portuguez

Dice que pintar es como boxear. Su rival es el lienzo en blanco. Su triunfo es plasmar en óleo la esencia de personajes notables. Bruno Portuguez tiene una colección de 450 retratos. Presentó su última entrega en el libro Retratos de viento y de fuego III.

Siglos atrás, cuando los reyes querían perennizar su imagen para la historia, contrataban a los pintores más destacados del reino para tan delicada tarea. El gran Velásquez, por ejemplo, retrató a la familia del rey de España Felipe IV, al igual que Francisco de Goya lo hizo con Carlos IV. A estos artistas se les llamaba pintores de cámara.

Hace veinte años, en esta aldea llamada Lima, un potentado empresario también buscó un pintor para ser retratado.

Pedro Brescia, el patriarca de una de las familias más poderosas del Perú, mandó a llamar al pintor Bruno Portuguez, un talentoso joven de la Escuela de Bellas Artes, cuya obra se distinguía por reproducir al óleo los rostros de las personalidades más destacadas del Perú y del mundo. Intelectuales, artistas, poetas, pensadores y luchadores sociales formaban parte de su galería.

Portuguez aceptó la propuesta de Brescia. Pero conforme progresaba el trabajo, el millonario se fue mostrando caprichoso. Le pidió que aligerara sus toscos trazos y que usara colores que combinaran con los muebles de su sala.

“Abandoné la obra. Él no quería comprar pinturas de Portuguez, él quería comprarse a Portuguez”, dice el pintor de 63 años, sentado en el viejo sillón de su taller, ubicado en el tercer piso de su casa en Chorrillos. Desde la pared, un par de ojos endiablados nos observan. Es el retrato del desaparecido poeta Enrique Verástegui.

En realidad, estamos rodeados de retratos: el aristócrata Manuel González Prada, el escritor Carlos Eduardo Zavaleta,la enigmática Yma Súmac, el padre Gustavo Gutiérrez, la poeta Magda Portal. En más de veinte años de trayectoria, Portuguez ha pintado 450 rostros (sin contar las obras inéditas). Su última entrega ha sido publicada en Retratos de viento y de fuego III.

El boxeador y el lienzo

Al primero que retrató Portuguez fue al goleador de su salón de la primaria. Tenía fama de ser el geniecillo de los lápices de color. Temeroso por tamaña responsabilidad, recurrió a un truco para no fallar: lo hizo posar de perfil.

“Da Vinci decía que una persona a los sesenta años demuestra en el rostro la vida que vivió, si tuvo una vida acomodada, si padeció por los suyos, si cayó en la locura. La vida se deposita en cada arruga”.

Retratar a César Vallejo fue para él como entrar en un ring de box, el rival fue, en este caso, el lienzo en blanco. Interpretar con óleo la soledad del poeta fue difícil, pero finalmente lo logró. Vallejo nos observa con su rostro cetrino y los ojos oscuros, como cuencas profundas, desde una esquina de su taller. Su retrato fue pintado en 1992, en el centenario de su natalicio, y viajó por el mundo en forma de estampilla postal.

En su última entrega de retratos, Portuguez no solo ha pintado a notables. Ha rescatado a personajes históricos como la iqueña Catalina Buendía, que se inmoló bebiendo y dando de beber chicha envenenada a soldados chilenos durante la invasión de la Guerra de 1879; y ha eternizado a los afroperuanos Lorenzo Mombo y Rosa Conga, ambos precursores de la Independencia tan bravíos como Túpac Amaru.

Así como se plantó rebelde ante un Brescia y perdió un buen pago cuando era un jovenzuelo, Portuguez se morirá creyendo en una sola cosa:

“El arte, al igual que las flores y los panes, se debe repartir entre los hombres. Uno puede vender la obra por necesidad, pero no a precios tan exageradamente altos”, dice el artista, que apunta, además, que el gran Vincent Van Gogh (su ídolo) no gozó de fama ni fortuna en vida, vendió solo un cuadro y pintó lo que se le antojó: sus zapatos, un sombrero, una silla.

No pintó por encargo para decorar la sala de ningún rico.

Periodista en el suplemento Domingo de La República. Licenciada en comunicación social por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y magíster por la Universidad de Valladolid, España. Ganadora del Premio Periodismo que llega sin violencia 2019 y el Premio Nacional de Periodismo Cardenal Juan Landázuri Ricketts 2017. Escribe crónicas, perfiles y reportajes sobre violencia de género, feminismo, salud mental y tribus urbanas.