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Domingo

La esperanza en el rostro

La lipodistrofia es un síndrome derivado del tratamiento con retrovirales que reciben los pacientes con VIH. Reduce el volumen de los pómulos y mejillas, y los hace ver demacrados. Un procedimiento estético les devuelve lo perdido.

Escribe: Luis Páucar

Fotografía: Mauricio Malca

Como rehúye a usar bata blanca, la doctora María Elena Leiva lleva siempre un uniforme a su medida. Le gusta contar que esa fue la primera transgresión de su carrera. La otra es que se graduó en medicina general, pero decidió especializarse en un procedimiento que sus colegas miran con cierto desdén.

Fue la primera en hablar de implantes inyectables en el país, y en tratar la lipodistrofia, esa huella que el VIH deja en el rostro de quienes lo padecen. Un rostro demacrado. El cuerpo sombrío. El abdomen abultado. Se trata de una condición producida por la ingesta de antirretrovirales, esos medicamentos que mantienen con vida a los pacientes con VIH. El síndrome reduce el tejido adiposo en la cara, hace que las mejillas se vean hundidas. Y al mismo tiempo extiende el rechazo y la discriminación.

“La gente con lipodistrofia se siente señalada. Es el lado visible del VIH, la marca indeleble, y eso deprime mucho, aun más de lo que significa aceptar la enfermedad misma —afirma la doctora—. Juzgar es fácil, casi un ejercicio cotidiano. Pero ponerse en la piel del otro, hoy por hoy, significa rebeldía”.

Lo dice inflexible, sin aspavientos, porque está convencida de que para hablar sobre el virus causante del sida no hace falta un soundtrack melancólico. Los casi 116 mil peruanos que lo sobrellevan —muchos de ellos en silencio— “no esperan lástima o compasión, sino una mano que les diga estoy contigo”, agrega María Elena, enfática, moviendo las manos. Lleva más de una década devolviendo esperanza a través de un procedimiento mínimamente invasivo llamado bioplastia.

En rigor, consiste en la aplicación del polimetilmetacrilano, un biomaterial inyectable que la literatura médica conoce como PMMA. Lo realiza con una microcánula de punta roma, diseñada para minimizar el riesgo de lesiones a los tejidos y nervios, sin necesidad de cortes ni suturas. La práctica se difundió con fuerza a inicios de este siglo y está cada vez más extendida en Sudamérica (se ideó en Brasil y ella es la pionera en Perú).

Este relleno facial no produce reacciones alérgicas ni cáncer, ni migra hacia otras zonas. Es una sustancia permanente que, al contrario, proporciona el equilibrio y volumen perdido en el rostro. Una combinación entre arte y medicina, con altas dosis de psicología.

“Este procedimiento cambia vidas en tan solo minutos —afirma la doctora—. Algunos pacientes sonríen de una manera tan sobrecogedora que uno puede llegar a pensar que ya lo habían olvidado. A esas situaciones se debe mi trabajo. Porque cada quien presta su mano desde su tribuna. Esto es, si cabe decirlo, mi por qué”.

Esteban, Carlos e Iván

Las historias de sus pacientes, “los rostros de la esperanza”, la han llevado a congresos internacionales para profundizar investigaciones. Estas historias, dice, le han devuelto la fe.

Esteban, por ejemplo, fue obligado a presentar su renuncia meses después de que en su trabajo se enteraran que era seropositivo. Iván intentó suicidarse. Carlos se cubría con bufandas para que nadie notara sus lágrimas. Ellos, como otros más, son la prueba de que el VIH no es un ultimátum, ni un impedimento para seguir soñando.

“La ciencia ha demostrado que es una enfermedad crónica como la diabetes, de modo que su vida no tiene por qué ser miserable. La bioplastia para pacientes con lipodistrofia es también un ‘medicamento’ contra la depresión y la falta de autoestima”, sostiene la doctora, que aún se mantiene en contacto con ellos por las redes sociales. Le gusta creer que es una amiga dispuesta a escuchar lo que haga falta. Y esa, también, es su forma de hacer activismo.

“La bioplastia es una ayuda poderosa para reintegrarse en la sociedad, para vivir como lo hace cualquier persona. No voy a cuestionar por qué, no me corresponde. Nos vamos a mirar juntos para decir: a ese vacío no se vuelve más”, finaliza.

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