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Diego Maradona: la vida del astro contada en canciones

De Charly García a Rodrigo. Sus portentos futbolísticos y momentos más críticos plasmados por artistas argentinos.

. Foto: Reuters/ Agustín Marcarian
. Foto: Reuters/ Agustín Marcarian

Hoy más que nunca el maradoniano debe recurrir a los homenajes musicales y evocar la figura del mejor jugador de todos los tiempos. A los tributos del cordobés Rodrigo, de Andrés Calamaro, Charly García, Manu Chao, La Guardia Hereje, Las Pastillas del Abuelo, Los Piojos, Los Ratones Paranoicos y Tifosis del Rey. Solo por mencionar una cuota ínfima y mezquina del culto popular.

Evocar, por ejemplo, al pibe que “con un par de lienzos crotos” esperaba enrumbar de Fiorito a La Paternal. Aquel que mientras hacía jueguitos con la pelota, “soñaba jugar un Mundial y consagrarse en Primera”.

Al pibe que tiró un caño a los quince años en su debut profesional e hizo que en los barrios faltaran televisores para verlo gambetear. El mismo que sostuvo un idilio inquebrantable con su “novia eterna”, a la que pidió llevarla de paseo y supieran todos cuánto la quería.

Aquel cuyo “don celestial de tratar muy bien al balón” hizo posible la consecución de la Copa del Mundo en el 86. Un elusivo trayecto hacia la eternidad, “desde México a Fiorito, de Malvinas a Inglaterra”, que hizo que los argentinos lo adoptaran como su religión e identidad. Un guiño a los poderosos. (Hola, Havelange).

Ya habían caído “las tropas de Su Majestad y el norte de la Italia rica”. Y los napolitanos nunca más le “‘manguearon’ milagros a San Genaro” y empezaron a preguntarle a sus madres si sabían por qué les latía el corazón. Estaban enamorados. Habían visto a Maradona.

Cargó una “cruz en los hombros por ser el mejor” y fiel a sus principios forjados en la miseria de los arrabales no se vendió jamás y enfrentó al poder. Eso no gustó: le cortaron las piernas. Veló por los derechos de los “sin jeta” y los futbolistas; le gritó a los de la FIFA “que ellos son el gran ladrón”. Lo hizo sin armas, solo con un “diez en la camiseta”.

Se retiró sabiendo que “jamás habrá otro igual”, aunque no falte uno a quien “se le escape la tortuga”. Se fue como quiso y más de uno habrá sido Diego por un momento y planificó que viviría como él: “pegado a una pelota de cuero”.

Imperfecto, insolente y tramposo (en su acepción de picardía) como él solo. Con excesos y debilidad por una “blanca mujer de misterioso sabor y prohibido placer”. Si de ser un ejemplo de vida se trata, posiblemente no recurran a él; menos si de ser políticamente correcto. Se equivocó casi siempre y tuvo que reconocer sus yerros ante los jueces de la vida.

Y volvió a equivocarse.

Tuvo al mundo a sus pies –o en su pie, y si era la zurda, mucho mejor– en sus momentos más críticos y más lúcidos. Se juntaron “el jet set y la Camorra”, y rezaron en el mundo, “en La Habana y Buenos Aires” por su mejoría. Zafó.

De la última no volvió más; se perennizó. Partió terrenalmente de forma repentina: no fue un partido que pudo ganar.

Seguramente no se olvidará que no se le debe tener lástima a nadie ni ser ‘cabeza de termo’ ni gris ni ‘botón’, peor aún que la pelota no se mancha. Si no se la tendrían que ver con él en Segurola y Habana 4310, séptimo piso.

Hoy si alguien pregunta: ¿Qué es dios? Responderán que alguien semejante a Maradó. Responsable de tomar para siempre como suya la mano de dios y lograr la vida tómbola en sus fieles con solo verlo gambetear. Aunque solo quede recordarlo con un rock o un (Maradona) blues o con una canción de cancha que bien podría ser Ho visto Maradona.

Sin dudas, un “dios con pantalón cortito”. Gracias Tota, gracias don Diego.