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Deportes

El informante: Extrañando a Oviedo, por Ricardo Uceda

Los caminos que abre la última Asamblea de Bases de la Federación Peruana de Fútbol. La informalidad al ataque, algo que interesa más allá del deporte. El rol del presidente de la FPF, Agustín Lozano.

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La semana pasada la Federación Peruana de Fútbol (FPF) adecuó sus estatutos a los requerimientos de la FIFA. Era un mandato irrecusable, so pena de intervención. Uno de los cambios exigidos era la inclusión de nuevos actores, lo que fue resuelto por quienes controlan la asamblea: las ligas departamentales. La votación final, 34 votos contra 7, revela el poco peso de los principales clubes profesionales, que quedaron disconformes con varios aspectos de la fórmula. Una masa de clubes provincianos renqueantes, detrás de un repartidor de favores como el actual presidente de la FPF, Agustín Lozano, tiene la sartén por el mango.

La mano amiga

La gestión de Edwin Oviedo intentó transformar la gestión del fútbol. Esto pasaba por darles mayor poder a los clubes de la Primera y Segunda División (que también son profesionales), como ocurre en cualquier parte del mundo, y por establecer mecanismos de desarrollo para los del interior. En sus respectivas ligas, estos debían competir en campeonatos graduales que les fueran dando institucionalidad, dinero y experiencia, hasta llegar, según sus capacidades, al torneo principal.

En la idea estaba implícita la desaparición de la Copa Perú tal como se juega. La disputan 27,000 clubes de barrio entre amarres y zancadillas. De la noche a la mañana uno de ellos aparece en Primera División con la posibilidad de recibir un millón de dólares anuales por derechos de televisión. En el nuevo escenario, donde el dirigente provinciano es desconocido, aparece la mano amiga del presidente de la FPF para guiarlo.

El punto débil

Algunos caciques provinciales que tuvieron éxito en los negocios invierten su dinero en un equipo que podría, por qué no, campeonar en su año de debut. Son personajes que han estado vinculados con el fútbol pero especialmente con los negocios y el poder de la región, en un contexto de alta informalidad y lavado de dinero. Así, estos caciques, junto con dirigentes que hace más de diez años representan ligas departamentales sin infraestructura ni planes, son la nueva sangre dirigencial del fútbol peruano. Al otro lado están los clubes grandes aunque no todos exitosos: Sporting Cristal, Alianza Lima, Universitario de Deportes, San Martín. Está claro que ellos no podrán imponerse a las bases lideradas por Lozano u otro dirigente como él.

Edwin Oviedo fue una oportunidad de cambio porque tuvo las ideas correctas, el equipo asesor y ejecutivo adecuado y la alianza con la FIFA. Además empezó a irle bien con la selección, que tenía a un gran entrenador. Lucía, cual forúnculo, su punto débil: una denuncia por homicidio cuyo desarrollo subestimó (había testimonios indirectos). Su situación se hizo insostenible cuando con más escándalo que pruebas se lo involucró con los Cuellos Blancos. Sin embargo, la verdadera oposición a Oviedo dentro de la FPF no provenía de dirigentes alarmados por los juicios, sino del sector que iba a ser reformado.

No es delito

Cuando renunció, convertido en enemigo público, sin más consuelo que la visita de Ricardo Gareca en la cárcel, ya era irreversible el proceso para que cambiaran los estatutos de la FPF. Asumió el vicepresidente Agustín Lozano. Para entonces la FPF tenía suficientes evidencias de que este revendía la mayor parte de entradas que reclamó como dirigente, unas 600 por partido internacional de la selección. Las evidencias también las tiene la CONMEBOL.

Pero la reventa no es un delito, aunque sí una falta ética que en otro país le costaría el cargo a un dirigente. Una vez en el timón, mientras organizaba la Asamblea de Bases que decidiría el cambio de estatutos, Lozano organizó pactos que le permitieron derrotar a los clubes principales, que querían mayor poder y objetaban que la FPF fuera titular de los derechos de los torneos. Ahora Lozano tiene un margen amplio para postular a la presidencia el 2020 (actualmente es interino), luego de lo cual podrá reelegirse dos veces más. Por otro lado, no está solo en la política: pertenece al partido de los Acuña, Alianza por el Progreso.

Pese a su derrota, los clubes grandes están posicionados mejor que antes. La asamblea, hasta hace una semana de 43, sube a 67, con nuevos estamentos como los equipos de Segunda División, y representantes de los jugadores profesionales, entrenadores, árbitros, fútbol femenino, fútbol playa y futsal, que suman unos 22 votos. Con ellos los clubes ahora minoritarios podrían hacer alianzas e incluso convencer a una parte de la mayoría de provincianos. ¿Pero convencerlos de qué?

Causa menor

El problema de estos clubes es que su fórmula pasa por establecer estándares, licencias, controles y sanciones, que difícilmente deseará cumplir una liga precaria o un equipo informal. La liga preferirá la amistad de un presidente como el actual, presto a dar la mano. Y un club a punto de naufragar también. Eso explica que Cantolao, Sport Boys y Deportivo Municipal se aliaran con los provincianos la semana pasada.

Agustín Lozano ya declaró que sus referentes son Garcilaso y Binacional, ex campeones de la Copa Perú, pujantes pero pobres como instituciones. El trabajo con los menores ha sido paralizado y su líder Daniel Ahmed se va a fin de año. En la mayoría de países es inimaginable un equipo profesional sin divisiones de menores. Aquí solo las tienen cinco. También son inimaginables mensajes como el del entrenador Jorge Soto y los jugadores del Juan Aurich, quienes, a punto de ganar la Liga 2 para volver a Primera División, se han quedado sin plata. Acaban de grabar un video para que lo vea en prisión el empresario que los hizo campeonar en 2011:

–Señor Edwin Oviedo, sabemos que está en circunstancias difíciles –dice Soto–. ¡Pero hoy nuestro equipo lo necesita otra vez!