José Watanabe
Compartimos los puntos de vista de Franck Aquino y de María de los Ángeles Morales.
Poeta de la conciencia
Franck Aquino Ordinola, bachiller en Literatura.
José Watanabe nos dejó una obra que nos muestra cómo el arte de escribir es casi lo mismo que la vida ordinaria. Todas esas etapas de siempre misterio y excitación, como el enamorarse o asumir una paternidad, se ven tropezadas con los momentos de lucha por la enfermedad (principalmente cáncer). En estos últimos, Watanabe no dejó de escribir y hasta a veces tomaba con gracia el hecho de estar postrado, tal como se lee en los últimos poemas de El huso de la palabra. Creo que a pesar de la depresión natural que pasó Watanabe como muchos artistas, no fue un poeta de la tristeza (y tampoco de ese gozo whitmaniano). Lo llamaría más el poeta de la conciencia, de la escritura y la vida a la par.
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Poesía con vitalidad
María de los Ángeles Morales Isla, bachiller en Literatura.
La poesía “solo puede ser/una fugaz y delicada acción del ojo”, dice Watanabe. El poeta de Laredo, de ascendencia japonesa, supo encontrar en la cotidianidad, en lo inmediato, una transcendencia simbólica. Habló de la fugacidad, el tiempo y el amor, por citar algunos temas. Así, encontramos un espacio íntimo entre lo que el poeta observa y el objeto. Cada poema suyo tiene vitalidad, es una criatura por sí misma. En esa línea, habla del entramado de la vida, pero también de la muerte. A partir de ello, sus animales, paisajes, nos recuerdan quiénes somos. Watanabe, quien también se desempeñó como guionista y cuentista, supo dirigir ese lenguaje como una mirada hacia nosotros en toda su literatura.
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