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Cultural

José Antonio Cillóniz: “El mundo es una fábrica de dolor”

El poeta es Premio Nacional de Literatura, Poesía 2019, y hoy se lo entregan en el Ministerio de Cultura.

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Ha vuelto a Lima una vez más, ahora a recoger el Premio Nacional de Literatura del Perú 2019, en Poesía. Su poemario Usina de dolor (Hipocampo editores) le ha dado un galardón más de otros que posee, como Premio Poeta Joven del Perú, 1970 o Premio Extraordinario de Poesía Iberoamericana, 1985. El poeta José Antonio Cillóniz (Lima, 1944) tiene décadas asediando las musas desde una escritura justiciera, como él mismo dice, desde los ecos vallejianos.

“Usina de dolor no es otra cosa que la manifestación del dolor que existe en el mundo. Es decir, el mundo como fábrica de dolor. Y no solo mira el lado de la injusticias entre los hombres, de lo existencial, sino también avizora la muerte como la que nos viene por el cambio climático”, afirma el poeta.

Efectivamente, Usina de dolor es un libro sin artificio verbal, de lenguaje directo, que aborda la existencia humana, pleno de una lírica que explora los territorios tanto del cuerpo como del alma; de ahí que se genere con suma naturalidad puntillazos de frustraciones, violencia, injusticia social, vejez, muerte y desolación.

Y José Antonio Cillóniz ha transitado, como en el verso de Vallejo, senderos dolorosos, en el Perú y en el exilio. Aquí intentamos rastrear su existencia.

Usted fue un desheredado de haciendas y se convirtió en poeta.

Sí, efectivamente. Mi familia por parte de Cillóniz tenía las haciendas San José y San Regis, en Chincha. San José se convirtió en un hotel, pero ya mi abuelo la había vendido antes de la reforma agraria.

Pero también tuvo haciendas por el lado de su madre...

Mi madre tenía, junto con sus hermanos, la hacienda Tomabal y San Ildefonso, en el valle Virú. Mi madre era de Trujillo. Tuvo un largo juicio pues sus hermanos, a la muerte de mi abuelo, no le dieron nada a las dos hermanas. Ella les vendió su parte y nunca le pagaron. Les hizo un largo juicio y cuando les ganó, la reforma agraria le expropió las tierras. Mi padre, a consecuencia de ello, se tiró un balazo en la cabeza, se suicidó.

Entonces usted trabajaba para el gobierno de Velasco.

Es que yo ya era socialista. Mi socialismo viene por la lectura de Vallejo. Con 14 años, en 1958, en lo que hoy es la Universidad Villarreal, el padre Valverde me dio Literatura. Leí, no España, aparta de mí este cáliz, sino Los heraldos negros que ahora me parece bueno, pero no tan bueno. Aunque Vallejo me impactó. Y cuando salí del colegio, amplié con lecturas de marxismo, leninismo. En realidad, más que marxista me hice comunista.

Sé que tuvo conflictos cuando trabajó en el Instituto Nacional de Cultura

En el INC tuve dos enfrentamientos. El primero, digamos, era suave. Romualdo llevaba la dirección de Literatura, Teatro y Cine, en lo que se llamaba Promoción Cultural, que la dirigía Carlos Urrutia. Yo llevaba en Actividades Culturales, que la llevaba Arturo Corcuera, la dirección de la editorial del INC. Romualdo y yo éramos grandes amigos, éramos casi vecinos, hicimos un proyecto editorial que presentamos a Martha Hildebrandt, porque yo, como editor, no iba a publicar lo que me dé la gana sino lo que, como Promoción Cultural, se tenía que publicar. Martha nos mandó al carajo, dijo que cada uno a su sitio y a mí no me dejaba promover nada. Yo editaba lo que Martha ordenaba, y era una política totalmente descabellada. Eso me lo tragué, aguanté.

¿Y el otro caso?

Fuimos a firmar un protocolo cultural en Cuba. Consistía en que Cuba elaboraría una antología poética cubana y yo la tenía que publicar. A su vez, en Lima, el Consejo de Cultura, no yo, haría un antología peruana y Cuba debía publicarla. Pero Mario Razzeto, quien era jefe de publicaciones −y estaba bajo mi dirección−, había vuelto de Cuba, desencantado del régimen; quita poetas cubanos y pone a otros que estaban en conflicto, como es el caso de Heberto Padilla. Entonces yo le digo que no, y él nada. Es así que hay una disputa a primer nivel. Recurro a Martha y ella apoya a Razzeto. Eso para mí era intolerable, yo era el editor. Yo iba a cometer una flagrante falta diplomática, que podía llegar a más. En el enfrentamiento con Hildebrandt, ella convocaba a todas las direcciones y les decía, “todos los que están contra Cillóniz, díganlo. Yo estoy contra Cillóniz”. Tenía que defenderme de todas las acusaciones. Me tuve que ir. Eso era una dictadura y no, como dijo alguna vez Ricardo Falla, “la democracia de Velasco”.

Inició su exilio...

Sí, porque busqué trabajo en SINAMOS, INIDE, universidades, todas las puertas se me cerraron. Cuba me respaldó con Prensa Latina, pero opté por regresar a Madrid, a luchar contra Franco, allí está mi libro Verso vulgar. Pero cuando llegué, la policía franquista en todas la páginas me selló: “prohibido trabajar en España”.

¿Y cómo hizo para sobrevivir?

Un amigo trabajaba en un colegio que pertenecía a una fundación alemana, nazi. Me quedé allí porque nadie me iba a molestar en ese lugar. Claro, me cuestionaron, pero yo digo que me juzguen por mis declaraciones, por mis escritos, no por el método de sobrevivencia.

Las generaciones

¿Usted sostiene que no existe la generación de poetas del 60 y 70?

Yo sustento esa tesis. Es lo mismo que pasa con el 40 y 50, porque al fin solo se habla solamente del 50. Pero yo lo fundamenté. Por ejemplo, cojamos a Cisneros, y es que recién adopta un nuevo vocabulario, una nueva escritura con Canto ceremonial contra un oso hormiguero. Si nosotros cogemos el libro anterior, que es Comentarios reales, David, esos libros no se distinguen mucho de Washington Delgado.

¿Entonces, quiénes son los que hacen la ruptura?

La ruptura la hace El consejero del lobo, en el 64. La ruptura la hace Lucho Hernández con Las constelaciones (1965); la ruptura la hago yo con Verso vulgar (1968). Lo que pasa es que la crítica a veces no es lo suficientemente perspicaz para darse cuenta de que eso de usar nombres de calles, lugares cotidianos, ya está en estos libros. En Verso vulgar, libro antidictatorial, antifranquista, están las calles de Madrid.

¿Y en qué generación se le ubica a usted?

A mí me meten en la generación del 70, porque en el 70 gané Premio Poeta Joven; en el 71, Julio Ortega me incluye en La imagen de la literatura peruana actual; en el 73, José Miguel Oviedo me mete en Estos 13. Ya con eso se me santificó. Pero Verso vulgar es del 68, aunque adelanté el 67. Me antologa la editorial Aguilar en Antología de poesía española, el 66.

¿Escribir es transcender lo deleznable que somos físicamente?

Todo escritor tiene una prehistoria, unos poemas que nunca ven la luz, se destruyen. Desde el comienzo de mi obra publicada, yo he visto que la función de la literatura, por lo menos de mi parte, es devolver lo que he recibido, devolver las lecturas, devolver la capacidad de haber realizado unos estudios, que me han permitido a mí, primero, saber leer; segundo, saber escribir; tercero, unos conocimientos técnicos que me han permitido vivir. Para mí, resumiendo, sería darle voz a los que no tienen voz. Por eso siempre hay una preocupación social, política, pero siempre envuelta en la emoción, para huir del panfleto.

O sea...

La función fundamental de la poesía es conmover.

El dato

Premiación. Hoy, junto con J. A. Cillóniz, recibirán el premio categoría Lit. Infantil y Juvenil, Sheila Alvarado; categoría Cuento: Selenco Vega Jácome. La ceremonia: Ministerio de Cultura, 11 a.m.

Nació en Acarí, Arequipa. Estudió Literatura Hispánica en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima, Perú). Egresado y bachiller en Literatura. Ha publicado artículos y reportajes en diarios y revistas nacionales y extranjeras. Sus textos literarios han sido incluidos en la “Antología de la Poesía Arequipeña”, de Jorge Cornejo Polar y en la muestra de poesía de Perú y Colombia “En tierras del cóndor”, de los colombianos Juan Manuel Roca y Jaidith Soto. Ha publicado el poemario Manuscrito del viento y libro de perfiles Rostros de memoria, visiones y versiones sobre escritores peruanos.