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Cultural

Virgilio Grajeda: El valiente Saqra de la fotografía

Aniversario. La República cumple 38 años. Un buen motivo para rendir tributo al querido y experimentado reportero gráfico. Jóvenes y duchos periodistas aprecian su valiente labor informativa.

Por: Carlos Páucar

El “Colorado” es de esos personajes que nacen uno cada cien años. Rudo, guerrero, terco, tenaz, hecho para mil batallas. Puede ir del enojo ante una injusticia con la misma rapidez que va al llanto y la emoción ante una demostración de solidaridad. Leal como pocos, franco como el manotazo de un niño, Virgilio Grajeda es el más sencillo con sus amigos y el más fiero con quienes no lo son.

“León” o “Puma” lo llaman unos. Maestro, lo saludan los novatos. En una comunidad shipiba lo bautizaron como Ronin Nimá (anaconda macho). Algunos amigos de zonas andinas le dicen Saqra (diablo travieso). Como lo califiquen, es ya una leyenda en La República.

Este reportero gráfico, nacido en 1952, ha estado a punto de perder la vida ejerciendo el oficio (14 veces dice él, haciendo cuentas). Es, seguramente, uno de los fotorreporteros que más ha transitado las zonas peligrosas del país marcadas por el terrorismo, el narcotráfico, la corrupción, la delincuencia organizada. Ha acompañado a tenaces periodistas de investigación como Ángel Páez, Edmundo Cruz, María Elena Castillo, María Elena Hidalgo, Monica Vecco, Francisco Reyes.

Otra cualidad, además de su valentía para hacer las comisiones peligrosas que otros evitan, es la de la honestidad. Una prueba de ello es que se niega a hacer exposiciones o libros, pese a tener cientos, miles de fotografías. La razón es una: hizo una promesa que ha jurado cumplir.

“No hago negocios ni exposiciones por una razón: en los años 90 en un reportaje en el VRAEM me alojé en Kimbiri y luego cruzamos a San Francisco para vernos con familiares de desaparecidos. Fuimos al encuentro de 30 campesinos, todos vestidos de negro. Para que cuenten lo sucedido, me pidieron hacer un juramento: no trafiques con el dolor y no ganes plata con nuestra tristeza. ¡Arrodíllate y jura!, me dijeron. Lo hice. Y hoy cumplo mi palabra”.

El hombre quechua

Una de sus fortalezas es el dominio del quechua, que le ha ayudado a él y los reporteros con los que trabajó a recorrer el país. La periodista María Elena Castillo recuerda que en 1988 Grajeda viajó a Cayara, Ayacucho, a cubrir una masacre cometida por militares. Logró confundirse entre la población y escuchó a testigos que solo hablaban en quechua: tenían temor de utilizar el español.

También se le conoce a Grajeda por ser estricto, firme, sin lugar para lo injusto. Un temple que tiene desde la primaria en Cusco. “Nunca me dejé pisar, nunca permití el abuso, por eso de chiquillo me peleaba incluso con mayores, yo mismo los buscaba si hacían algo en mí contra o contra los que yo estimaba”.

En el Cusco, luego de dejar su natal Limatambo, empezó su afición por la fotografía. Supo que su vida estaría ligada al arte porque le gustaba dibujar y era elogiado por sus profesores.

En la Plaza de Armas curioseaba a los fotógrafos y examinaba los equipos que tenían. Ayudaba a vender fotos a los turistas. Así empezó a ganarse los primeros soles. Uan dólar, uan dólar, les ofrecía.

Allí, en los 60, conoció a diversos reporteros gráficos, uno de ellos de leyenda: Martín Chambi. Aún adolescente, hizo de asistente en el diario El Sol.

Grajeda, que es como la huella dactilar de La República, llegó a Lima y empezó a hacer fotos con su Olympus. Laboró en La Prensa, Última Hora, El Diario de Marka, Sí, La República.

A él lo marcaron los años de la violencia. Ha tenido durísimas experiencias con miembros de autodefensa (antes de llegar a Huanta fue detenido, confundido como terrorista y lo tuvieron varias horas en una zanja); con narcos (cerca de Uchiza fue encañonado, atado de manos y pies, acusado de ser 'soplón' de la policía, hasta que efectivos del Ejército lo rescataron); con policías (dispararon dos veces cerca de él en Atalaya); con senderistas (un grupo liderado por una mujer lo detuvo a él y al redactor, y hablaban −en quechua− de ajusticiarlos y echarlos al río, en Vizcatán).

Por su labor, hay colegas que no le esconden su estima. Miguel Gutiérrez Chero, por ejemplo, lo llama Saqra. Martín Pauca refiere que sus ganas de ser fotoperiodista son únicas, “aprendo de sus fotos, su actitud, miren cómo cubre una comisión y verán su secreto para ser de los mejores”. Miguel Mejía lo considera un maestro, “no me enseñó a manejar una cámara ni a componer, sino a escuchar, respetar, actuar con sigilo y entender a la gente y la calle”. Para José Carlos Díaz Zanelli “debe ser el fotoperiodista con más huevos que he visto”.

Llegará el momento del retiro. ¿Piensas en eso? ¿Te molesta? Eres un hombre de acción.

-Siento que puedo hacer más. Quizás puedan pensar que corro el riesgo de otro derrame cerebral como el de mayo del 2015, cuando iba a Ayacucho.

Él sabe que llegará el adiós. En el camino ha visto mucho dolor y muerte, eso lo afecta. "Y sin que se escuche a las víctimas, y sin poder hacer nada".

Y sigue. Igual de rudo, tenaz, hecho para mil batallas.

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