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Cultural

El viaje de Javier

“Acercarse a la vida de Javier Heraud exige un esfuerzo de empatía, personal e histórica. Corcuera la aborda desde una entrada íntima y familiar, lírica, no épica”.

Nelson Manrique
Nelson Manrique

Se llamaba Javier, tenía 21 años y ya había producido una bella obra poética que ha atravesado fresca medio siglo, con esa poderosa capacidad de perturbar por el carácter premonitorio de sus temas recurrentes: la muerte, el río, la montaña, los árboles y los pájaros. Murió con 19 balas incrustadas en el cuerpo, a bordo de una canoa que flotaba a la deriva en el río Madre de Dios, el 15 de mayo de 1963. Milagrosamente Alain Elías, su compañero de travesía, sobrevivió con dos balas incrustadas en el cuello.

Un botero, que conducía la canoa, fue alcanzado por las balas, cayó al río y fue tragado por las aguas. Su identidad posiblemente no la supieron ni Heraud, que estaba muerto, ni Elías, que se estaba muriendo, ni los miembros de su columna guerrillera, que se enteraron días después accidentalmente de su muerte, por la radio. Quizás la supieron los pobladores que participaron en la masacre con sus armas de caza. Pero ellos prefieren olvidar los detalles incómodos de ese día. Un fotógrafo registró todo y dejó un buen número de negativos fotográficos, que su viuda se propone quemar un día de estos, cuando se sienta mal, “para no complicarle la vida” a mucha gente.

“El viaje de Javier”, la película de Javier Corcuera dedicada a Javier Heraud, constituye un notable ejercicio de elaboración de una memoria histórica. La memoria es en cierta medida recuerdo, pero es también una construcción, para la cual importan tanto los hechos que se intenta reconstruir como el horizonte histórico mental desde el cual se hace este ejercicio.

Parece un signo de los tiempos la coincidencia temporal de varias obras teatrales, cinematográficas, cómics, estrenados en estos días por una nueva generación de artistas e intelectuales que toman como objeto de reflexión los hechos de las décadas del 60 y del 70: la crisis del orden oligárquico y del gamonalismo, las guerrillas del MIR y el ELN, la revolución de Juan Velasco Alvarado, la reforma agraria. Luego de un temporal eclipse la historia retorna con renovados bríos, como suele suceder siempre que una sociedad siente que ha perdido el rumbo.

Acercarse a la vida de Javier Heraud exige un esfuerzo de empatía, personal e histórica. Corcuera la aborda desde una entrada íntima y familiar, lírica, no épica. Friedrich Nietzsche propone en El nacimiento de la tragedia dos categorías cuya oposición y conjunción marcan la historia del arte: lo dionisíaco y lo apolíneo. Lo apolíneo existe bajo el signo de lo heroico; una visión agónica y ascética de la vida, consagrada al sacrificio, entregada a causas que trascienden al individuo y que le dan sentido a su existencia, como fueron los tiempos de la lucha por la liberación nacional y el socialismo. Lo dionisíaco en cambio está centrado en el yo, el proyecto personal, la conciencia del propio cuerpo, como objeto de atención y culto, lo epicúreo y lo hedonista. Los historiadores intentan tender puentes dialógicos entre distintas sensibilidades, esquivando la tentación de convertirse en profetas del pasado.

Se atribuye la muerte de Javier a su ingenuidad; después de todo tenía apenas 21 años. Pero debiera añadirse que esta fue una ingenuidad compartida por centenares de millones de jóvenes en el mundo, y que millones entregaron sus vidas conscientemente, a lo largo del siglo XX, guiados por el convencimiento de que era posible cambiar el mundo.

Agradezco a la película de Javier Corcuera haberme sugerido nuevas facetas para la lectura de la siempre joven poesía de Javier Heraud con sus hermosas metáforas visuales y sonoras.

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