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Cultural

Carta sobre Tacna, 90 años

“La opinión mundial equiparó siempre el caso de Tacna y Arica con el de Alsacia y Lorena. Pero durante las tres guerras que libraron Alemania y Francia (1870, 1914 y 1939) nunca el perdedor pudo recobrar una de las dos”.

Mirko
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Estimado Mirko:

El 28 de agosto es una fecha gloriosa para la Nación, porque un día como hoy, hace 90 años, Tacna se reincorporó al Perú. El genio político y diplomático del presidente Augusto Leguía consiguió, por primera vez en la historia, que un país derrotado arrancara al país vencedor la mitad de sus conquistas territoriales y estableciera en la otra mitad –en el puerto de Arica, históricamente la salida natural para la producción y el comercio de Tacna– servidumbres y facilidades como el muelle peruano, la aduana peruana y la estación para el ferrocarril peruano Arica-Tacna, obras todas a ser costeadas por Chile.

Pero al ser derrocado Leguía pocos meses antes de firmar el Tratado del 29, el odio ciego de sus feroces enemigos prefirió dejar languidecer criminalmente a Tacna durante 60 años, hasta que se ejecutaron las obras convenidas, y su efecto remoto hace que hoy esa ciudad florezca y prospere con dinámica propia mientras Arica languidece.

La opinión mundial equiparó siempre el caso de Tacna y Arica con el de Alsacia y Lorena. Pero durante las tres guerras que libraron Alemania y Francia (1870, 1914 y 1939) nunca el perdedor pudo recobrar una de las dos.

Pero mientras los civilistas acusaban a Leguía de “traidor” por haber firmado el tratado –aunque ninguno de los gobiernos que lo siguieron, empezando por el de Sánchez Cerro, osó denunciarlo–, en Chile arreciaron las críticas, como la del excanciller Ernesto Barros Jarpa, quien lo calificó de un desastre para su país. Desastre político –decía él– por los derechos reconocidos al Perú en Arica y desastre patriótico porque era el primer caso en la historia en que se devolvía el fruto de conquistas militares.

Pero para el futuro canciller Raúl Porras “Este tratado ha venido a resolver un litigio irreductible que durante 40 años mantuvo a ambos países en expectativa de guerra, complicando las relaciones internacionales del Perú y retrasando su progreso”. Y el presidente Leguía concluyó, categórico: “No podíamos hallar la solución ni en la ilusión de la justicia internacional ni en la ilusión de la guerra. Sin este tratado, nuestro progreso y, en general, nuestro porvenir, serían inciertos”, como lo confirmaría positivamente la historia.

Un abrazo.

Carlos Alzamora

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