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Ciencia

El Gran Atractor, el ‘pozo’ que está absorbiendo a la Vía Láctea y demás galaxias vecinas

Esta misteriosa región en lo profundo del universo está atrayendo enormes cantidades de materia y desafía las teorías sobre la expansión del universo.

Los estudios más recientes indican que El Gran Atractor está ubicado en el centro de un denso cúmulo de estrellas. Foto: referencial / Adobe Stock.
Los estudios más recientes indican que El Gran Atractor está ubicado en el centro de un denso cúmulo de estrellas. Foto: referencial / Adobe Stock.

Si en caso alguien nos preguntara nuestra dirección en el cosmos, responderíamos, para empezar, que vivimos en el tercer planeta interior del sistema solar. Luego, diríamos que nos ubicamos en un brazo de la Vía Láctea. A su vez, explicaríamos que este complejo espiral es dependiente de El Grupo Local, unas 42 galaxias relacionadas gravitacionalmente, con un diámetro de 10 millones de años luz, dentro del cúmulo de Virgo. Sin embargo, no todo termina allí.

Aquella colosal isla de materia solo es una de las 100 que conforman un grupo más grande, el supercúmulo de Virgo (en inglés ‘Local Supercluster’ o LS). Y cuando creíamos que ese era el límite para describir la ubicación de la humanidad, Richard Tully, del Instituto de Astronomía en la Universidad de Hawái, publicó en la revista Nature (el 3 de setiembre de 2014) que en realidad pertenecemos a una estructura adicional de escalas inconmensurables: Laniakea o el ‘Cielo inmenso’ (en hawaiano), extendido a lo largo de 500 millones de años luz.

En el corazón de Laniakea —no, aún no hemos llegado al final del recuento—, exactamente en la constelación de Norma (Abell 3627), se esconde un misterioso ‘pozo’ definido, por ahora, como una anomalía gravitacional a 250 millones de años luz de la Tierra: El Gran Atractor. Hasta aquí podríamos establecer las coordenadas hacia el macrocosmos. Y este punto casi desconocido del espacio destaca como una de las más inquietantes fuentes de discusiones modernas en el campo de la astronomía.

Al centro de Laniakea existe una rareza gravitatoria que aún no se sabe bien de qué se trata: se llama el Gran Atractor. Foto: Nature

Al centro de Laniakea existe una rareza gravitatoria que aún no se sabe bien de qué se trata: se llama el Gran Atractor. Foto: Nature

Laniakea consta en total de cuatro cúmulos de galaxias: el supercúmulo de Virgo, el supercúmulo Hidra-Centauro —El Gran Atractor se ubica aquí, cerca al núcleo gravitacional del sistema—, el supercúmulo del Centauro y el supercúmulo meridional.

Se sabe que está arrastrando a las 100.000 galaxias del ‘Cielo inmenso’ a su vientre, algo parecido a cuando los objetos se arremolinan en un lavabo y van cayendo a la tubería en una danza acompasada.

Esta imagen cubre un campo de 0,5° x 0,5° en la constelación austral de Norma y en dirección a El Gran Atractor. Foto: ESO

Esta imagen cubre un campo de 0,5° x 0,5° en la constelación austral de Norma y en dirección a El Gran Atractor. Foto: ESO

El Gran Atractor y sus indicios de existencia

Remontándonos en la historia de la ciencia espacial, Edwin Hubble, importante astrónomo estadounidense del siglo XX —en honor a él, la NASA y la ESA lanzaron el icónico telescopio en 1990— había demostrado en 1929 que el universo se estaba expandiendo y, por lo tanto, las galaxias se alejaban las unas de las otras.

En 1973, diversos astrónomos se sorprendieron porque la teoría no estaba exenta de ciertas observaciones en su funcionalidad: el grupo de la Vía Láctea, en vez de aislarse, se acercaba a otros grupos galácticos. Una atracción mayor, El Gran Atractor, se imponía desde un fragmento del cielo en el que se identifica a la constelación del Centauro.

El astrónomo emérito Alan Dressler, de la Institución Carnegie, fue quien acuñó en 1987 el término de la monstruosa conglomeración durante una rueda de prensa de la Sociedad Americana de Física, apostando por una sobredensidad de materia oscura, en otras palabras, materia que no emite radiación electromagnética.

Según Dressler y un equipo de expertos denominado Los siete samuráis, como la Vía Láctea se mueve a 600 km/s (unos 2,2 millones de km/h), concluyeron que esa velocidad era el indicio de que una materia restante, equivalente a unas 10.000 galaxias de Andrómeda, produce una atracción inusual por los efectos de su gravedad, pues los resultados computacionales arrojan que el movimiento debería ser menor.

Después, en 1988, el astrofísico teórico Donald Lynden-Bell y Los siete samuráis sostuvieron, tras estudiar 400 galaxias elípticas, que la masa de El Gran Atractor bordeaba los 10 quintillones de soles, cantidad que hace mella en cualquier imaginación.

Donald Lynden-Bell, centro, recibiendo el Premio Kavli de astrofísica con Maarten Schmidt de manos del príncipe heredero Haakon Magnus en Oslo, Noruega, en 2008. Foto: Hakon Mosvold Larsen / Scanpix

Donald Lynden-Bell, centro, recibiendo el Premio Kavli de astrofísica con Maarten Schmidt de manos del príncipe heredero Haakon Magnus en Oslo, Noruega, en 2008. Foto: Hakon Mosvold Larsen / Scanpix

El Fondo Cósmico de Microondas (CMB), los residuos de luz que el Big Bang nos dejó, o el mapa del universo observable, confirmó la existencia de esta dirección confusa del cosmos a raíz de las variaciones de temperatura. Una prueba: la calidez de la Vía Láctea era mayor en un lado respecto al otro, es decir, una fuerza soterrada la estaba llevando a un lugar completamente desconocido.

Para nuestra mala suerte, ‘mirar’ de frente al Gran Atractor es una tarea imposible en esta era. Justo en el sector donde parece ubicarse, las densidades del disco de polvo de la Vía Láctea y su enorme confluencia de estrellas absorben y dispersan el 20% del espectro óptico, por lo tanto, no permiten estudiar mejor al monstruo que se oculta detrás.

“Resulta paradójico que sea nuestra propia galaxia uno de los mayores obstáculos para el estudio detallado de las estructuras a gran escala del universo (...) Es como intentar ver a través de una espesa niebla”, comentó Carlos M. Gutiérrez, investigador del Instituto de Astrofísica de Canarias, para El País en noviembre de 2009.

El mapa del fondo cósmico de Microondas elaborado en 2018 por la Colaboración Planck. Los colores más encendidos representan regiones calientes y los más claros o azules, los sectores más fríos. Foto: ESA / Plank Collaboration

El mapa del fondo cósmico de Microondas elaborado en 2018 por la Colaboración Planck. Los colores más encendidos representan regiones calientes y los más claros o azules, los sectores más fríos. Foto: ESA / Plank Collaboration

¿Cuál es el peligro de dirigirnos al Gran Atractor?

No se sabe si en alguna época nuestro planeta o la Vía Láctea estarán en riesgo de sufrir las consecuencias de acercarse al Gran Atractor. No obstante, aunque el fenómeno acaricie las fronteras de la ciencia ficción, su influencia gravitatoria cuestiona nuestro entendimiento sobre la verdadera potencia de la energía oscura (el 71% de todo el universo), aquella que supuestamente separa a las galaxias y evita el Big Crunch, evento hipotético que sería la antípoda del Big Bang, el todo retornando hacia un mismo punto del espacio-tiempo.

La tecnología actual yace frustrada por el momento. El trabajo especulativo —sin abandonar la seriedad— seguirá aumentando con el pasar de los años hasta romper ese cascarón que nos revele los secretos de este ‘pozo’ de pesadilla, El Gran Atractor en Laniakea, próximo al núcleo del cúmulo de Norma.

Los flujos de galaxias trazados con el campo de masa cercano. El Gran Atractor en la zona pintada de rojo, parte central izquierda. Foto: Helene M. Courtois et al. / Cosmografía del universo local 2013

Los flujos de galaxias trazados con el campo de masa cercano. El Gran Atractor en la zona pintada de rojo, parte central izquierda. Foto: Helene M. Courtois et al. / Cosmografía del universo local 2013

El Gran Atractor también podría ser un mega agujero negro nunca antes detectado ni analizado por algún telescopio terrestre. De todos modos, llegar hasta allí como consecuencia del constante arrastre preocupa menos que muchas otras amenazas para la especie humana, por ejemplo, el cambio climático, la desigualdad social, las guerras nucleares o la colisión inadvertida de un asteroide.

Solo por magnificar esta idea, tampoco se debe ignorar la muerte del Sol dentro de unos 5.000 millones de años, al instante que agote su combustible y se convierta en una gigante roja, aunque para ello la humanidad, si sigue existiendo, ya haya colonizado exoplanetas o modificado el paradigma de la vida.

Bachiller en Periodismo por la Universidad Jaime Bausate y Meza. Periodista de las secciones Ciencia y Culturales. Corrector de estilo de la web de La República. Elabora reseñas de libros y crónicas en suplemento Domingo. Escritor de ciencia ficción, terror y misterio. Sus cuentos han aparecido en diversas antologías nacionales e internacionales.