Hola Mirko, Decías hace un par de días que el Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan desdibuja los linderos psicológicos de lo que constituye las Letras en Occidente. Es importante subrayar ese componente “psicológico”: una manera elegante de nombrar al prejuicio. En estos días encontramos un malentendido compartido tanto por ciertos partidarios del premio como por los detractores. Entre los primeros, el reconocimiento a Dylan sería una suerte de escandinavo obsequio democratizante que otorga carta de ciudadanía a lo popular; entre los críticos, el premio marcaría un avance más de la cultura posmoderna donde, para citar al tango, lo mismo un burro que un gran profesor. Sin embargo, ambas posiciones revelan un prejuicio. Este nobel no constituye la entrega de un título de nobleza para Bob Dylan. Dylan ya era considerado un escritor fundamental, enseñado y estudiado en los grandes departamentos de literatura inglesa del mundo. La virtud de Bob Dylan no es colar al pop o al rock a los respingados salones de la alta cultura; Dylan trajo los temas y técnicas de la gran literatura a los callejones del rock. Ningún otro song-writer podría recibir este premio. Las fronteras están mucho más presentes de lo que pensamos. Luego está la cuestión del soporte para sus textos. Puede que su Nobel sea menos libresco que lo acostumbrado, pero no es menos literario. Como cantaba María Bethãnia, palavras são palavras. Un genio de la palabra puede plasmarlas donde le da la gana. Escribirlas en el cielo, como hizo alguna vez Raúl Zurita. O adaptarlas a las doce barras canónicas del blues. La cuestión de su oficio parece interferir también las discusiones. Por alguna razón, alguien que escribe versos para que sean cantados, sería más impropio del Nobel de literatura que un dramaturgo que, en lo fundamental, hace lo mismo. Canciones y piezas de teatro pueden ser petrificadas en las páginas de un libro, pero tal cosa asemeja a un coma inducido. Su destino es ser escenificadas. Si bien los criterios de entrega del Nobel de literatura son ambiguos, la práctica del premio ha demostrado ser bastante clara en su elasticidad. Si de oficios se trata, Bob Dylan no es más ajeno a la literatura que Bertrand Russell, Dario Fo o Winston Churchill. Ahora bien, la literatura es solo un componente del arte de Dylan. En tal sentido, más que al poeta puro, se parece a Orson Welles o a Chaplin, artistas desmesurados; escritores, directores, actores, realizando todo con intensidad y maestría hasta apropiarse del siglo XX. La escritura –lo estrictamente literario, digamos– es solo una parcela de la genialidad mayor. Sería una paradójica pena que luego del premio se dispararan las ventas de libros recopilando las letras de Bob Dylan y no las de sus discos. Un abrazo, Alberto