Ha sido conmovedor ver a Joel Calero defender con uñas y dientes su última película, La piel más temida. La fui a ver el último sábado en una sala abarrotada de gente, en el cine Alcázar. Hacen falta agallas para enfrentar un asunto tan álgido como el del conflicto armado interno, más aún mediante una trilogía, de la cual este filme es la segunda parte. El motivo por el cual su director ha tenido que salir a defender su trabajo es que las salas de cine del país están empezando a disminuir el número de funciones. Aparentemente, no por falta de público, sino por temor a indisponer a quienes detentan el poder político en el Perú. En buena cuenta, por la censura.
Esto forma parte de la arremetida contra toda persona o institución que tenga el atrevimiento de hacer uso de su derecho a crear y opinar. Gradualmente, se han ido cancelando los espacios de expresión libre, de pensamiento libre, de creación libre. En buena cuenta, si todavía no somos una dictadura, estamos ad portas de serlo. Y los autoritarismos, como sabemos, no toleran el libre pensamiento, uno de los pilares de la civilización.
Es en ese contexto que una película como la de Calero, que indaga, a través de la historia de Alejandra, una joven que regresa al Perú después de muchos años, es repudiada con temor y rabia por gente que no la ha ido a ver. En el Cusco se entera de que su padre está preso. Es un senderista que ordenó el asesinato de los campesinos de una comunidad llamada Tomasa. El filme constituye una amenaza para quienes pretenden imponer una narrativa que no admite otra lectura sobre esos años atroces. Renato Cisneros, en su columna de la revista Somos de El Comercio, observa con lucidez que la historia de Alejandra (interpretada por Juanita Burga), hija del senderista preso, es una metáfora de nuestra sociedad. Y que a través de su mirada surgen los interrogantes de todos. El escritor lo entiende bien porque ya recorrió ese camino tras las huellas de su padre, en su estupenda novela La distancia que nos separa. Alejandra, quien viene del exilio de su madre —también exsenderista— en Suecia, nos representa a todos cuando quiere conocer a su padre, un terrorista preso desde hace quince años. José Carlos Agüero ha escrito un libro desgarrador e indispensable (Los rendidos: sobre el don de perdonar) desde el lugar del hijo de dos militantes del partido comunista Sendero Luminoso, ambos ejecutados. Uno en prisión y la otra en una playa.
Hago un paréntesis aquí para procurar entender a quienes se niegan a pensar en la tragedia de esos años. Esto ha ocurrido en muchas sociedades. Francia, por hablar de la que conozco mejor, tardó décadas en reconocer que hubo muchos más colaboradores de los nazis que resistentes. Esto ha ocurrido en lugares muy diferentes. De ahí la afirmación de que la historia la escriben los vencedores. Sabemos mucho más de los horrores indecibles de los campos de concentración nazis que de la destrucción que sufrió Alemania por los bombardeos de los aliados, y las violaciones de los ejércitos de ocupación, en particular el ruso, contra las mujeres berlinesas, por ejemplo.
Hasta el día de hoy se sigue discutiendo acerca de las bombas atómicas lanzadas por los EEUU sobre Hiroshima y Nagasaki. Los debates en la película Oppenheimer entreabren una puerta. Sin embargo, el libro en el que se basó la película, American Prometheus: The Triumph and Tragedy of J. Robert Oppenheimer (Prometeo americano: El triunfo y tragedia de J. Robert Oppenheimer) de Kai Bird y Martin J. Sherman, que obtuvo el prestigioso premio Pulitzer, se publicó en el 2006. En cambio, la obra de Christopher Nolan es del año pasado. Una película impacta más directamente y llega a más público que un libro. Quizá por eso se necesitó que pasaran casi veinte años para poder hacerla.
Ahora bien, es distinto aferrarse a una narrativa que nos acomode que negarse a siquiera pensar en aquello que nos incomoda. ¿Por qué tanta gente se resiste a reconocer que las FFAA peruanas también cometieron crímenes horrendos? ¿Por qué el informe de la CVR genera tanta animadversión? ¿Cómo se explica que se haya acusado a la obra de teatro La cautiva o a la película de Calero de apología del terrorismo? La mente humana es reacia a los matices y la complejidad. El problema es que los conflictos armados, internos o externos, son ante todo cuestión de eso: zonas grises, interpretaciones divergentes, pasiones encontradas.
No es difícil comprender que para quienes combatieron a Sendero —y por supuesto que no todos fueron criminales y con certeza hubo comportamientos heroicos— sea doloroso escuchar ciertas verdades. He tenido la suerte de ver en mi consulta a personas de ambos bandos. Alguno de ellos purgó una condena de varios años en la cárcel, hasta que fue indultado, en la época de Alberto Fujimori, gracias a las gestiones de la comisión en la que participaba el recordado Hubert Lanssiers. Albergo en mi memoria esos relatos desde orillas opuestas. Son retazos de una historia enrevesada y terrible, que acaso no estamos listos para entender. Estas personas presentaban cuadros de estrés postraumático, sentimientos de culpa, miedo, pesadillas recurrentes, pero sobre todo querían seguir adelante con sus vidas. Y en ninguno de ellos apareció el odio.
En cambio, acabo de leer las respuestas a un tuit en el que puse esto: “La fui a ver (La piel más temida) hoy en el cine Alcázar de Miraflores. Sala abarrotada de gente. Vayan y apoyen al cine peruano independiente. Y no teman formar su propio criterio, sea el que fuere”. La gran mayoría de respuestas que recibí eran de prejuicios, violencia y ataques contra Calero y el suscrito. Ninguna de esas personas se habían tomado la molestia de ver el filme. Si lo hubieran hecho, aún los más recalcitrantes se habrían percatado de que la película no hace apología del terrorismo ni ataca a las FFAA. Acaso eso es lo que más temen: ver derrumbarse sus preconceptos. Por eso la virulencia de sus ataques. El comediante Ricky Gervais comenta en una entrevista que Twitter (ahora X) es como leer las paredes de todos los baños públicos del mundo.
Lo cual no significa que hay que bajar los brazos. El problema es que para ello se requiere un clima de diálogo que en el Perú de hoy transcurre en espacios cada día más exiguos. Esto es consecuencia de lo que decíamos líneas más arriba. Cuando un sector político pretende imponer su versión al caballazo —esa es la palabra que mejor define la manera en que actúan en todos los ámbitos—, el diálogo o el debate se hacen imposibles.
En suma, en este clima irrespirable, tiene sentido lo que están planteando los excancilleres Manuel Rodríguez Cuadros y Diego García Sayán: aplicar la Carta Democrática Interamericana. Este recurso extremo puede ser el que impida que se consolide el proyecto de capturar el Estado y abolir la democracia, cuya esencia es la libertad de expresión.
Jorge Bruce es un reconocido psicoanalista de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado varias columnas de opinión en diversos medios de comunicación. Es autor del libro "Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo".