En estos días, cuando los derechos de todas las mujeres están en el centro de la atención, pongamos el foco en los 1.700 millones de mujeres —una quinta parte de la humanidad— que viven en las zonas rurales de los países en desarrollo. Se enfrentan a dificultades indecibles, pero poco se habla de ellas: están lejos de los medios de comunicación y de los micrófonos, y a menudo poco organizadas y desconocedoras de sus derechos.
Recordemos que las mujeres son cruciales para la seguridad alimentaria del planeta. Ellas representan aproximadamente el 40% de la mano de obra agrícola en los países en desarrollo. Este porcentaje oscila entre el 20% en América Latina y el 50 % o más en algunas regiones de África y Asia. Sin embargo, menos del 15% de los propietarios de tierras en el mundo son mujeres.
Las mujeres desempeñan un papel fundamental en los sistemas agroalimentarios, especialmente en la agricultura no industrial. Los pequeños agricultores —mujeres y hombres— producen un tercio de los alimentos del mundo. Por lo tanto, debemos una parte significativa de los alimentos que tenemos en nuestros platos a las mujeres de las zonas rurales de los países en desarrollo.
Sin embargo, la situación de estas mujeres apenas mejora. Si las tierras que ellas cultivan son un 24% menos productivas que las cultivadas por los hombres, es porque las mujeres tienen un menor acceso a semillas, fertilizantes y maquinaria agrícola, así como a servicios de extensión e irrigación, y poseen menos ganado. Y, por supuesto, el salario de las mujeres que laboran en el sector agrícola es menor que el de los hombres. Cuando un hombre gana un dólar, una mujer gana 82 centavos por el mismo trabajo.
Por tanto, las mujeres rurales tienen peores condiciones de trabajo. Además, están más expuestas al hambre. Casi el 32% de las mujeres sufre inseguridad alimentaria moderada o grave, en comparación con el 27,6% de los hombres (cifras del 2021), y esta brecha se ha ampliado en los últimos cinco años.
Entonces, ¿qué podemos hacer? En un momento en que la economía avanza lentamente, apostar por las mujeres rurales es una excelente inversión. Todos los estudios lo demuestran, una y otra vez. Cuanto más acceso tengan las mujeres a la educación, a los medios de producción, a los recursos y al empleo, más se beneficia la sociedad en su conjunto: aumento de la productividad, retroceso de la pobreza y mejores condiciones de vida para las familias. Las sociedades se vuelven más resilientes a las perturbaciones económicas y climáticas a medida que se convierten en sociedades inclusivas.
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¿Un ejemplo? Cerrar la brecha de productividad agrícola y la brecha salarial de género aumentaría el PBI mundial en un 1% (o casi 1 billón de dólares). Estos avances se traducirían en una disminución de alrededor de 2 puntos porcentuales en la inseguridad alimentaria. En concreto, hablamos de 45 millones de personas que dejarían el hambre atrás.
Dicho esto, no partimos de cero. Más de la mitad de la financiación bilateral para la agricultura y el desarrollo ya incorpora cuestiones de género. Pero si se examina más de cerca, solo el 6% se destina a proyectos para los cuales esta pregunta es fundamental. Tenemos que hacer más y mejor.
Lograr la igualdad de género es un desafío único y complejo. Requiere cambios de gran calado en el ámbito jurídico, en las políticas públicas, en la organización de las actividades económicas y en las normas sociales profundamente arraigadas.
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También tenemos que aplicar a una escala mucho mayor todas las intervenciones locales que han funcionado bien en términos de reducción de las desigualdades en las zonas rurales. No faltan palancas: acceso a activos productivos, sesiones de capacitación, estructuración de organizaciones de mujeres productoras, acceso a financiamiento para establecer actividades que generen ingresos, y el apoyo a la participación de las mujeres en las decisiones comunitarias y políticas. También se ha demostrado que los métodos que abordan el estigma y las normas sociales ayudan a sacar a las familias de la pobreza.
Asumir este desafío y llevarlo a una escala mayor requiere más inversión. Ya se ha cuantificado el déficit de financiación y sería necesario invertir 360.000 millones de dólares al año para lograr la igualdad de género en general y capacitar a las mujeres (dándoles los medios para lograr su propia prosperidad), en el marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Esto es mucho y es muy poco a la vez, porque invirtiendo obtendremos grandes beneficios en términos de crecimiento económico y seguridad alimentaria.
En estos tiempos de dificultades económicas y financieras, no olvidemos a los 1.700 millones de mujeres que viven en las zonas rurales. Es un deber moral. Es, asimismo, una excelente inversión.
* Vicepresidenta del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola de las Naciones Unidas (FIDA).
* Esta columna se ha publicado originalmente en el diario italiano La Repubblica.
Columnista invitado. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.